domingo, septiembre 22, 2024
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Lecturas olvidadas

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En alguna otra ocasión me he referido a ese extraño, y algo inquietante, afán por la novedad más reciente que parece haberse erigido en guía exclusiva tanto de críticos literarios como de la mayor parte de los pocos lectores que en España quedan. La inmediatez de la publicación, y no tanto la calidad del contenido, parece ser el principal requisito que mueve a unos y otros a la hora de elegir sus lecturas.

Todavía piensa uno con la ingenuidad que le caracteriza, que tal vez sea el verano, con sus pausas y su ritmo propio, tan distintos de las prisas y fatigas habituales del resto del año, una época más propicia para otro tipo de lecturas, alejadas de esas imposiciones con las que, como si fueran ruedas de molino, pretenden hacernos comulgar desde las páginas literarias de los periódicos.

Con esa perspectiva algo irreal propia del verano, cuando uno piensa que tiene por delante todo un mes de asueto, tal vez algunos lectores escapen a la fuerza imantada de los cantos de sirena de los críticos literarios, que pretenden imponer una y otra vez el producto de sus respectivas casas editoriales, guiados no tanto por la calidad de los textos como por los intereses comerciales de quienes les pagan el sueldo. Así, en lugar de acudir como moscas a la miel de la última novedad literaria, quién sabe si no rescatarán del olvido cualquiera de las excelentes obras de tantos grandes escritores cuyas obras han quedado relegadas a los anaqueles más olvidados de sus bibliotecas.

También he hablado en alguna columna anterior de algunos escritores que los lectores actuales han hecho muy mal en dejar de lado. Tal es el caso, por ejemplo, de mi admirado Anatole France. También el de quien quizás sea el mejor escritor europeo del siglo XIX, el excelso Eça de Queirós y de sus contemporáneos, los grandes maestros rusos, cuyas páginas cosmopolitas funcionarían como antídoto frente a tanta y tan generalizada falta de criterio y cortedad de miras como las que invaden el espacio público.

En estas largas tardes que nos esperan, muchos disfrutarían leyendo, entre otras muchas posibles, las densas obras de un autor tan injustamente caído en el olvido como es Henrik Pontoppidan, de quien se ha llegado a decir que sólo por disfrutarle en su lengua original a uno debería compensarle aprender danés. Tal vez no haga falta tanto esfuerzo, ya que en castellano están disponibles excelentes traducciones de su extensa trilogía La tierra prometida, Per el afortunado y El reino de los muertos, para adentraremos de su mano por las lejanas tierras y la peculiar mentalidad de aquella Dinamarca que, en los albores del siglo XX, no estaba tan alejada de la manera de ver el mundo que entonces tenían los españoles.

Ignacio Vázquez Moliní

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