domingo, noviembre 24, 2024
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Los trileros no construyen naciones

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España fue nación cuando un príncipe renacentista sustituyó a reinados acostumbrados a hacer trampas. Sí; predemocrático, pero con normas. No han sido Castilla o Aragón opresores de Cataluña, lo que solo se dirá haciendo trampas a la historia; en todo caso, serán riñas monárquicas las que pugnaron por territorios, que no estados en peleas.

“En Almansa todo mal empieza” recordaba en Cataluña la maldad de las victorias borbónicas y la pérdida de fueros. Igual irritación hemos heredado los aragoneses sobre el Austria que asesinó a nuestro Justicia. Pero, aunque algunos se enteraran ayer, estas cosas ocurrieron hace más de tres y cuatro siglos.

Tiempo que hemos tenido para sufrir y tejer juntos. Tiempo en que la cultura democrática del viejo movimiento obrero y sus partidos, a golpe de dramáticos errores y generosos cambios, sembró nuestras causas de valor unitario. Fue siempre la izquierda la que limpió de trileros los felpudos políticos

El fiasco del referéndum es producto de dos grandes malentendidos: la administración del derecho de autodeterminación por una panda de golfos y, en el otro lado, la apropiación de la idea de España por una derecha venal.

No me pondré equidistante. Las tontadicas dañinas de Zapatero; el error estatutario del Constitucional, la ignorancia de Rajoy a la petición de socorro de Más son ciertas y justifican el cabreo de una parte de Cataluña. Pero, también es cierto, no justifican ni una secesión ni la sarta de mentiras sobre las que se quiere hacer nacer una nación.

El discurso de la independencia ha sido construido por tramposos que han manipulado la historia, la economía, la financiación autonómica, la ética y la política. Mas hay una clase peor de trileros: aquellos y aquellas cuya visión, artera o mesiánica igual da, les lleva a justificar toda clase de trampa democrática.

La colección de desprecios democráticos y parlamentarios que ayer construyó el independentismo burocrático, encabezado por Forcadell, llenarán el aluvión jurídico que acabará afortunadamente con las carreras políticas de los cuatro trileros de la mesa, y alguno más. Pero, más aún, llenará los manuales de malas prácticas éticas, políticas y parlamentarias.

Habrá efectos colaterales de tanta soberbia tramposa: el miedo de la ciudadanía a ser gobernado por quien ignora las reglas y la herida al hacer parlamentario, base democrática de cualquier cosa.

Si; soy de una Sepharad decadente y puedo escuchar cualquier llamada; pero no me pidan que ponga oído o respeto a quien de forma artera ha vulnerado los principios democráticos de tal modo. Para ser libre, el ser humano democrático se ha dotado de fedatarios públicos, defensas de las minorías, procedimientos estatutarios: todo los que los trileros han triturado en el debate sobre el referéndum del bochorno.

Forcadell se ha autoelegido como diosa guía de la nueva patria. Y ya se sabe que los dioses y diosas ocupan un Olimpo donde no se está para reglas. Debajo de todo ya no hay democracia, solo puñetera soberbia.

Los trileros han vencido. Quizá hoy parezca que es España la derrotada. No; la derrota es de quien siempre nos libró de trileros: de una izquierda catalana y española desaparecida, fenecida en el oportunismo populista, la llamada de los gansos y la miedosa renuncia a una agenda política que les arrebataron.

Las naciones no las construyen los trileros. La democracia no se convoca con trampas. La soberanía no se conquista por venales enredadores.

Los constructores de naciones hacen política, claro, un juego no siempre limpio. Pero difícilmente se enfangan en la mentira, la astucia o la trampa. Mañana, pasado, a medida que la ley acabe con los trileros, habrá “overbooking” en las columnas de héroes, mas pasará el tiempo y desaparecerán los trileros. Nos dejarán en herencia frustración y más odio del que necesitamos.

Juan B. Berga

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