La CUP lo ha conseguido: Cataluña se ha roto. Y la han destrozado a conciencia los políticos nacionalistas que representan a los ciudadanos, convencidos por los primeros que, desde el principio, apostaron por la revolución, el desequilibrio y la tensión. Me refiero a los separatistas radicales que solo buscan el desorden, la acampada y la violencia callejera, y que han conseguido doblegar a las instituciones catalanas. La transparencia prometida y la legalidad nunca existieron porque la hoja de ruta nació descabellada. En definitiva, se ha consumado el desafío más violento y extremo.
Los políticos de Junts pel Sí y de Esquerra Republicana de Catalunya, que aprobaron el miércoles la ley del referéndum de autodeterminación, se han dejado manipular sin medir las consecuencias, que con toda seguridad serán nefastas. El Parlamento catalán se convirtió en un escenario de teatro barato con políticos de cintura corta que descargaron toda la munición, a quemarropa, porque no había otra. Y las urnas ilegales saldrán a la calle. Una votación que ha fragmentado al pueblo catalán y amenaza con radicalizar el conflicto social.
Pero ahora es el turno de los representados, es decir, de todos los votantes/ciudadanos catalanes que depositaron su confianza en las urnas legales para elegir a esta tropa de políticos de sombra alargada. Votarán y su voto ilegal decidirá, o un futuro amable y seguro bajo el paraguas del equilibrio y la convivencia democrática, o un futuro incierto y peligroso, gestionado por los que prometen la movilización social, el radicalismo, la ilegalidad, el autoritarismo, la violencia callejera y la limitación de las libertades.
Sus protagonistas lo tienen todo perdido. Puigdemont, sobre todo, porque desde esta semana tiene los meses contados. Y sí, como digo, morirá matando, pero seguro que morirá. Ahora ya no es tiempo de silencio, es el tiempo de la unión de fuerzas políticas democráticas, de los acuerdos de Estado y de la decisión en bloque, sin aspavientos, de cumplir la Constitución Española, columna vertebral de nuestro Estado de derecho. El líder del PSOE, Pedro Sánchez, debe dejarse de argumentos vacíos, mediadores, edulcorados y cobardes. Aquí no hay medias tintas y una cosa es la oposición y otra la negación. El secretario general socialista se empeña en adornar el conflicto, en montar comisiones de modernización de las autonomías sin concretar nada, sin decir nada, sin aportar nada. Sin posicionamiento. “Ni muros, ni prejuicios. Acuerdos”, verborrea, o lo que es lo mismo, que no es lo mismo, pero es igual.
“La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones que la integran y la solidaridad entre todas ellas”, Artículo 2 del Título Preliminar.
Fernando Arnaiz