Artur Mas, Presidente de la Generalitat cuando la consulta ilegal del 9 de noviembre de 2014 para la independencia catalana, podría tener que cubrir con su propio patrimonio los gastos originados. El Tribunal de Cuentas le ha convocado para el 25 de septiembre. Si fuese declarado responsable de ese gasto, se le exigiría, solidariamente con otros responsables, algo más de cinco millones de euros.
Mas teme quedarse sin sus ahorros. Una responsable de Podemos ha lamentado que puedan intervenir su patrimonio. Todos los que pagan multas por contravenir la ley le estarán reconocidos ya que con esta tesis el que la hace no la paga. Mas se morirá, quizás, de hambre en su vejez, un sacrificio menos heroico por Cataluña que morir fusilado.
Un final, en todo caso, triste que no se desea a nadie, pero es necesario que los responsables políticos respondan por sus actos y soporten la sanción correspondiente si vulneran la legalidad restituyendo gastos, pagando multas o dando con sus huesos en la cárcel. Afortunadamente, ya no se ajusticia a nadie.
El huracán «Artur», provocado por Mas para echarle la culpa a Madrid de su propio desgobierno y por la crisis económica («España nos roba»), tocará tierra en Barcelona el próximo 1 de octubre dejando devastadas las costas políticas de toda España, incluida Cataluña.
Los más optimistas creen que una vez constatado el desastre, que no acarrearía la desaparición de Cataluña del mapa español, llegará la hora de tener que entenderse. Para ello sería oportuna, podríamos añadir soñando, la jubilación de todos los líderes políticos que tanto en Barcelona como en Madrid han alimentado el ciclón con sus despropósitos. Los responsables del desentendimiento apenas tienen legitimidad para solucionarlo.
Son necesarios nuevos líderes, sinceros, leales y sin hipotecas pirómanas como la de haber recurrido el “Estatut” al Tribunal Constitucional tras haber sido aprobado en las Cortes y por referéndum en Cataluña. Nuevos líderes que reflexionen sobre los errores cometidos y saquen las consecuencias necesarias para poder construir sobre las ruinas del ciclón independentista negociando, fríamente, sin pasión y con realismo, algo aceptable para todos.
Ezquerra Republicana de Catalunya (ERC) se ha cargado dos partidos por abrazarla, a ella y a su nacionalismo separatista. La doble alma del Partido Socialista catalán (PSC), socialismo y nacionalismo, se condenó cuando gobernó con ERC y lo mismo le ha pasado a Convergencia i Unió (CiU) que perdió su moderación. Esta última sobrevive ahora reconvertida en Partido Demócrata de Catalunya (PDeCat). Cambió de nombre para cubrir las vergüenzas de alta corrupción de las que se le acusan a la dinastía de los Pujol, dioses que fueron de CiU y del Principado.
Viendo las barbas ajenas cortadas, el PSOE, un partido progresista y con sentido del Estado, debería cuidarse de no contaminarse con Podemos, un partido progresista sin sentido del Estado como lo demuestra frecuentemente, especialmente ahora cuando pretende una inexistente soberanía catalana al considerar troceable la española.
Nunca había sido España tan grande como lo es la de las Autonomías y nunca había Cataluña disfrutado de tanta libertad, bienestar e identidad propia como ahora. La avaricia de los independentistas, al menos política, y la cicatería de Rajoy y los suyos, al menos política, asimismo, han roto el saco de la convivencia tanto en Cataluña como con el resto de España.
El Presidente de la Liga Profesional de Futbol acaba de señalar que el Barça no podría jugar la liga española si Cataluña fuese independiente. “Culés” independentistas, renegando incoherentemente de una liga catalana, abogan por participar en la liga francesa, otro imposible. Francia respalda una España fuerte y unida, algo, además, conveniente para avanzar en la integración de una Unión Europea inalcanzable para una Cataluña unilateralmente independiente.
Después de que los servicios jurídicos del ayuntamiento barcelonés indicaran que el referéndum es ilegal, la siempre ambigua Ada Colau no prestará, dice, las dependencias municipales para su desarrollo. El suflé quizás se deshincha, sin perjuicio de la multidinaria Diada. ¿Quedará recoger el 2 de octubre los platos rotos y comprar vajilla nueva? ¿Federal? Deberían discutirlo en la comisión para la reforma territorial que propone el PSOE.
Esta crisis no debiera resolverse con vencidos y derrotados. Juan José Lopez Burniol, un jurista catalán contrario a la independencia, propone un mejor reconocimiento de la singularidad catalana, competencias identitarias exclusivas y un tope de aportación al fondo de solidaridad, siendo todo ello objeto de una consulta, como lo han sido los dos Estatutos catalanes.
¿Serviría lo anterior como punto de partida para negociar? Añádase una reforma del Senado para convertirlo en una Cámara territorial. Cataluña tendría que renunciar claramente a la independencia o a una relación con Madrid solo bilateral. La mayoría de los catalanes quieren un entendimiento, especialmente los jóvenes, y lo mismo ocurre con el resto de los españoles cansados, todos, de tantas verduleras políticas.
Carlos Miranda