La función teatral del 1-O está lista entre bambalinas a pesar de todo lo ocurrido y de todos los implicados. Vivimos en España momentos de esperpento y dislate, de surrealismo independentista y de detenciones de presuntos políticos delincuentes que se toman la justicia por su mano. Y remarco: presuntos políticos delincuentes, que no es lo mismo que “presos políticos” como denuncia Pablo Iglesias porque le interesa. Porque adornar la función con tintes dictatoriales latinoamericanos es lo que le pone al líder de la formación morada, revolucionaria y estomagante.
La sinopsis de la obra de teatro en cuestión es la siguiente, en primera persona del plural: como creemos que tenemos adquirido el derecho a la autodeterminación y somos muchos, estamos por encima de la Constitución y las leyes. O algo así, más o menos. Terrible. Y algunas, como las alcaldesas de Madrid y Barcelona, Carmena y Colau, respectivamente, lo apoyan porque defienden que los argumentos sociales derivados de la movilización callejera, violenta o no, alcanzan rango de norma, esto es, de cumplimiento porque sí. Y el ejemplo que ponen: el movimiento de objetores de conciencia allá por los 80. Patético. Churras con merinas.
El primero de octubre será una jornada para el olvido, sin referéndum, pero cargada de tensión y movilización radical. Hasta entonces, el president de la Generalitat, Carles Puigdemont, trabajará como loco su papel de mártir porque quiere que Mariano Rajoy lo detenga para salir en la foto con las muñecas esposadas caminito de Jerez. Y entretanto, los independistas radicales de la CUP buscarán más si cabe el conflicto y la ruptura social, el levantamiento popular, como provocación permanente a los poderes públicos. Pero tomen nota, esto no es una reacción improvisada, sino una estrategia estudiada y diseñada al milímetro por los que buscan a la desesperada el bloqueo, el desequilibrio y el cambio impuesto.
Asistiremos probablemente a la representación violenta de una obra de teatro infame que durará tan solo unas horas en cartelera
La democracia es consenso y diálogo, pero ante todo es el cumplimiento de las leyes que regulan el Estado de derecho. Y a partir de ahí, nos sentamos a hablar. El resto se llama insumisión, movimiento “antiloquesea” que tanto gusta a los jóvenes radicales que montan la tienda de campaña en el capó de un todoterreno de la Guardia Civil. Ellos, los auténticos promotores de la trama ilegal, claman derechos y denuncian represión gubernamental mientras fabrican pasquines al estilo de la banda terrorista ETA, es decir, con fotos de fotomatón, impresos para la presión, la coacción y el insulto a aquellos dirigentes políticos que no aceptan esa insumisión; los demócratas que cumplen la ley, la norma.
El primer día de octubre deberá ser cuanto peor mejor. Con piquetes en la calle y mucha alteración del orden público, porque sólo así se harán notar los desestabilizadores. No habrá votación legal, ni ilegal. Asistiremos probablemente a la representación violenta de una obra de teatro infame que durará tan solo unas horas en cartelera. Así que mucha mierda para los actores de este sainete llamado al fracaso, que le está costando al país un dineral y un disgusto formidable.
Y no lo duden, Puigdemont “el mártir” y el resto de su pandilla desconectada e insumisa proclamarán la independencia de Cataluña en el primer minuto del 2 de octubre porque no les queda otra.
Fernando Arnaiz