sábado, septiembre 21, 2024
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Hermanos de sangre

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Ser policía en un país democrático es una de las profesiones más complicadas que existen.  Es complicada porque ni siquiera la ley ampara en sus actuaciones a los agentes. Porque soportan lo que otros no soportarían sin explotar. Hace unos días, mi hijo mediano que cuenta doce años, me comentó su deseo de ser policía. Yo le animé, por supuesto, pero creí necesario darle algunos consejos: “Ser policía, hijo-le dije imitando a Don Quijote-, es dedicar tu vida al servicio de los demás, sin aguardar otra recompensa que un sueldo en ocasiones miserable, y una palmadita en la espalda cuando lo has hecho bien. Ser policía es jugarte la vida por alguien a quien no conoces y a quien es muy posible que no vuelvas a ver. Ser policía es aplicar la contundencia cuando sea necesario, pero sin excederte; ser mesurado en tus actos pero firme en el cumplimiento de tu obligación.  Ser policía es no creerte mejor que nadie por llevar una placa, sino al contrario, llevar la humildad como forma de ser. Ser policía es acostarte cada noche, tratando de dormir tras haber sido testigo de cosas que nadie debería ver, pero con la satisfacción del deber cumplido. Ser policía es pertenecer a una hermandad que lleva por bandera la honestidad y el sacrifico, sin mirar carnets, ideologías, razas o religiones. Todo eso es muy complicado, hijo”.

El chaval me miró y respondió: “Vale papá, `pero sigo queriendo serlo a pesar de todo”.

Todos los policías que trabajan y viven en democracia, son hermanos, se llamen Mossos, Locales, Guardias Civiles, Ertzaintza o Nacionales. Sean de Nueva York, Sidney o Paris. Hablen en inglés, francés, español o catalán. Lo son, porque cuando están en la calle con un problema, tan solo le ayudaran otros policías. Lo son, porque su misión es común: servir a los demás. Por eso, me duele en el corazón que un cabo de los Mossos se haya fotografiado sonriente junto a un vehículo destrozado de sus hermanos Guardias Civiles. El mismo se ha situado fuera de la hermandad y lo ha hecho por lo peor que un hombre puede renunciar a su deber: sus ideas políticas.

Porque solo en las dictaduras las fuerzas del orden están ideologizadas. Solo en las dictaduras, los policías abandonan la hermandad y su deber sagrado de proteger a sus hermanos y los ciudadanos, por afinidad política al régimen. El que incurre en ese comportamiento, no es un policía, es un lacayo del poder.

Porque los que luchen codo con codo en la defensa de los derechos y la ley, serán hermanos, aunque sean pocos, y los malos muchos.

Porque son hermanos de sangre hasta que mueran.

Entonces serán suplidos por otros jóvenes como mi hijo, que sienten que  su verdadera vocación desde niños es pertenecer a la hermandad de los hombres y mujeres justos y buenos.

José Romero

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