sábado, septiembre 21, 2024
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La hora de la tristeza

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Hoy es un día triste para todos. Frente a una concepción universalista y tolerante de la ciudadanía, auténtico motor de transformación de las estructuras sociales, se ha querido imponer una visión restrictiva, resucitando la vieja servidumbre de pertenecer o no a un territorio y de estar, por tanto, sometido indefectiblemente a unas pretendidas herencias y tradiciones socioculturales, haciéndonos creer que sólo puede alcanzarse el ser uno mismo enfrentándose a los demás.

Hoy es un día triste porque lo que debería haber sido una apuesta amplia de convivencia, en la que todos y cada uno de los que comparten el espacio vital se ganan a pulso su condición de ciudadanos mediante una participación en un proyecto que, aunque imperfecto, es sobre todo común, ha sucumbido frente a la escoria secular, esos residuos de la Historia que, a la postre, son los que decidirían quien forma parte del grupo, casi de la tribu, y quien queda marginado.

Uno observa la situación a la que hemos llegado y se pregunta cómo es posible que esa gigantesca herencia social, cultural, política y científica, aportada por tantos y tan ilustres catalanes universales se haya dilapidado de una manera tan absurda, hasta el punto de parecer que, los que hoy abogan por excluirse y por excluir a todos cuantos no comparten su estrecha visión de la convivencia, no conservan el más mínimo recuerdo ni de aquellos catalanes imprescindibles ni, mucho menos, de la importancia que para todos tienen sus obras.

Son decenas los nombres que a uno se le vienen a la cabeza, desde Miró a Tàpies. Son los nombres de aquellos catalanes que mediante unas dotes extraordinarias en sus distintas actividades, unidas a un esfuerzo continuo, hicieron que Cataluña llegase a ser universal. Son muchos los nombres, de Granados a Mompou, de Pla a Montalbán, de Sert a Milà, de Barraquer a Fuster, que a lo largo de los años hicieron de Cataluña un lugar de acogida, interesante y sobre todo abierto, que es lo opuesto de lo que buscan quienes hoy han apostado por cerrarse a cal y canto frente a todos los que no piensan como ellos. Todos esos nombres universales representan justo lo contrario de esa visión restrictiva y excluyente que otros catalanes han querido imponer en este día triste, ante la impasividad, cuando no la incapacidad, de los demás españoles para decidir juntos cuáles deben ser las vías que sirvan para relanzar ese proyecto común, siempre inacabado y siempre mejorable, que debiera ser España.

Ignacio Vázquez Moliní

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