martes, septiembre 24, 2024
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Porque la libertad merece más respeto que la infamia

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Estoy en Cataluña. Uno mi tristeza por la tierra en la que crecí tomada por la ira al motivo de mi presencia: he venido a despedir a un demócrata, un luchador, a alguien que peleó por la llibertat y el Estatut. Seguro que no importa mucho: estas cosas no se llevan hoy. Y todo aquello es pasado que ocultar.

Hoy se lleva la amenaza, el insulto, el tomar nota de los que no hacen huelgas patrióticas, como ha declarado una concejala de la CUP. Se lleva, qué escándalo, llamar fascistas a los periodistas.

Hoy afirmo lo que siempre afirmé: ser de izquierdas es incompatible con ser independentista. 

Desde hace ya más de tres años, a muchos y muchas nos han acusado de todo. Daba igual si era verdad o mentira. Daba igual si había desmentido o no. Daba igual si se había contrastado la noticia o no. La cosa era terminar con un sector de gente molesta. 

Los populismos nacionalistas y radicales, y sus antenas mediáticas, estaban de acuerdo: sobraba una izquierda histórica, constitucionalista y solidaria. Bajo el pretexto de la pela recibida y el todo vale, coincidían en la estrategia de debilitar el estado, la constitución y la voz social.

Nos han vilipendiado. Han destrozado a nuestras familias, nos han ridiculizado en muchos medios y jamás han rectificado. Los que hoy se escandalizan, porque les llaman fascistas, nunca se preocuparon por los calificativos que aplicaban a otros.

Hemos visto como los «seres supremos de la crítica» como Ferreras, Wyoming, Pepa Bueno, los coros de El confidencial o el Escolar de turno han arrastrado nuestro nombre, el nombre de muchos, sin darnos el mínimo derecho a expresar nuestra opinión. 

Hoy esto mismo les pasa a muchos y muchas y les pasa a ellos. Son acusados de fascistas, de cómplices con el régimen, de avalar a Rajoy y a su partido. Hoy, a muchos y muchas les han acorralado, les han llamado medios corruptos y represores. Les han acusado de ser prensa española manipuladora, cómplices de un régimen, poco menos que nazi. 

No voy a caer en la complacencia de la venganza fría. No voy a reírme del golpe ajeno. No voy a caer en recordar lo que se decía, mientras se ponía o se pone la mano para recibir la subvención de turno o el contrato no licitado, subcontratado o con mil artimañas.

No me voy a recrear en ver cómo algunos, con poca memoria, ven que sus expectativas para utilizar la debilidad del estado no se cumplen. 

Hoy afirmo lo que siempre afirmé: ser de izquierdas es incompatible con ser independentista. 

Si Podemos no hubiera permitido que gobernara Rajoy, con aliento de muchos opinantes, Si hubiera permitido que Pedro Sánchez fuera presidente del gobierno, otro gallo y otra experiencia política nos cantaría.

Sin embargo, es probable que los que usan el fascismo en vano; los que nunca lo sufrieron, siguieran en la suya.

Es probable que los huelguistas que pasean con sus patronos por las alamedas y nunca hicieron una huelga general contra los recortes mantuvieran su enloquecida estrategia.

Es probable que los que iniciaron un “procés” para ocultar su “tres per cent” de porquería siguieran vulnerando los derechos de diputados y diputadas.

Pero estoy segura de que si no se hubiera tenido miedo a los populismos de todo tipo, o incluso no se le hubiera financiado, o no se hubiera cobrado de los que ahora critican a los medios españoles, si se hubiera permitido una alternativa de izquierdas constitucional y no rupturista, a lo mejor estábamos en otro sitio.

Ahora que hasta los “seres supremos de la crítica y el análisis” son agredidos, defenderé su derecho a la crítica, la opinión y la noticia. Porque, como la persona a la que hoy he venido a despedir creía, la libertad siempre mereció más respeto que la infamia.

 

 

Libertad Martínez

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