martes, noviembre 26, 2024
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El veneno de la nueva precariedad laboral

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“Trabajo”, “tiempo de trabajo”, “centro de trabajo”…, son conceptos sobre los que en los últimos años venimos pensando, reflexionando y debatiendo en las Comisiones Obreras de Madrid para dar respuesta –ya estamos dándola- a las nuevas realidades sociolaborales que, a veces como lluvia fina y a veces como un torrente, van empapando a nuestro país y, como avanzadilla, a Madrid.

La temporalidad y la baja calidad del empleo son las protagonistas de la última Encuesta de Población Activa (EPA) publicada a finales de la pasada semana. La crisis de Estado generada por el secesionismo catalán ha puesto la sordina en este asunto de gran importancia porque las medidas que se tomen ahora tendrán sus efectos a medio y largo plazo.

La recesión ha finalizado y ahora se hace imprescindible una salida de la crisis que refuerce a la clase trabajadora y a esas personas especialmente desfavorecidas que aún viven en sus carnes los efectos de casi una década de crisis económica. En España, según la EPA, el 70 por ciento del empleo creado es temporal, el trabajo temporal que se crea es involuntario (se acepta ante la imposibilidad de encontrar trabajos a tiempo completo) y continúan los niveles alarmantes de pobreza.

En este laboratorio neoliberal que ha venido siendo la Comunidad de Madrid las cifras siguen siendo dramáticas, aun siendo evidente que ha crecido el empleo. El paro de larga duración se cronifica: 217.100 personas desempleadas llevan, al menos, un año en paro; de ellas, 149.400 llevan más de dos años en paro. Ese empleo que se genera sigue castigando a las mujeres ya que ni siquiera una de cada cuatro personas ocupadas nuevas son mujeres y la brecha de género no deja de aumentar. También las mujeres madrileñas realizan empleos de peor calidad. Así, un 18´2 por ciento de mujeres ocupadas tienen contrato a tiempo parcial, frente al 12 por ciento de ocupados.

Otro dato terrible es que casi seis de cada cien hogares madrileños (5,84 por ciento) tiene a todos sus miembros en paro. Esto, además en un escenario de temporalidad que se desborda. Un 19´4 por ciento de las personas ocupadas tienen contrato temporal, frente al 18´8 por ciento de hace un año.

Evidentemente, la salida de la crisis no se está abordando con generosidad ni por parte de las empresas, ni por parte del Gobierno español, ni madrileño. De los ocho puntos de riqueza (PIB) española perdidos durante la crisis, seis pertenecen a los salarios. La crisis la han pagado los trabajadores y las trabajadoras y seguimos en ello, porque la bajada de salarios ha servido y sirve para pagar la deuda de la burbuja económica. Como afirmaba la pasada semana en CCOO de Madrid, el economista José Moisés Martín, en términos económicos, “el empresariado tiene una deuda moral con la clase trabajadora”.

La precariedad es enorme y, en este contexto, surgen nuevas amenazas, también adelantadas por Martín y que comparto. Las modas y la retórica de la innovación está manipulando las relaciones laborales cuando se habla de “freelance con puestos creativos”, cuando realmente se trata de autónomos o falsos autónomos con un elevado nivel de desprotección.

También cobra fuerza la engañifa de calificar a cualquier cosa como “economía colaborativa”. Las nuevas tecnologías son imprescindibles, pero también se utilizan como coartada para empeorar las relaciones laborales. Mientras surgen plataformas etéreas en internet, desaparecen las plantillas y los centros de trabajo con el objetivo de fraccionar e individualizar las relaciones laborales. Está desapareciendo el “tiempo de trabajo”. También el tiempo de trabajo se convierte en algo líquido por el cual el “emprendedor, el freelance, el creativo de turno” está en permanente disponibilidad, atento a su terminal móvil, ya sea para realizar una traducción, un diseño o llevar la cena en bicicleta a las doce de la noche… Algo que también deberíamos plantearnos, como usuarios, consumidores o clientes.

A nadie se le escapa que esa disponibilidad permanente no se concreta en un salario digno. Lo que antes podrían ser considerados “ingresos extras”, ahora se convierte en una forma de vida para beneficio de quienes están detrás de esas plataformas, tantas veces disfrazadas de economía colaborativa. Acabar con el tiempo de trabajo, implica acabar con el concepto trabajo y las relaciones laborales. Es impensable que el tiempo de trabajo de las personas ocupe 24 horas al día, 365 días al año.

En esas plataformas que crecen en internet demandando trabajos puntuales, no se sabe quién paga, ni quién se hace cargo de la seguridad social, ni quién nos cubre si sufrimos una baja. En definitiva, no existe empresa; no existe interlocutor para la clase trabajadora. Algo, que además, afecta a la economía global, ya que se está imponiendo una terrible debilidad salarial. Los salarios son de subsistencia mientras las plataformas ganan dinero a espuertas por algo tan simple como es la “captura de valor”.

Es decir, los precios de los bienes y servicios se mantienen, mientras los costes desaparecen. Es algo que ya ocurrió cuando barrieron de un plumazo a los trabajadores de las gasolineras y el precio de la gasolina no descendió. Ejemplo actual es esa conocida plataforma con etimología amazónica que vende libros al mismo precio que una librería física y una plantilla, que además, puede estar organizada sindicalmente. Es algo que ahora se está generalizado en las compras por internet a través de plataformas y esto supone una tragedia para la economía.

Los salarios se hunden y hasta instituciones económicas menos progresistas tradicionalmente, como el FMI o el Banco de España están abogando por la necesidad de una recuperación salarial. La solución pasa por un imprescindible pacto de rentas y rearmar la negociación colectiva. Entretanto, desde el sindicalismo de clase estamos ya definiendo las relaciones laborales para trabajadores y trabajadoras digitales. Debemos ser contundentes porque de ahí surgirán las soluciones a un futuro complejo que ya está aquí.

Jaime Cedrún

Secretario general de CCOO de Madrid

Jaime Cedrún

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