El viernes pasado pudimos confirmar a través de la prensa un nefasto “run run” que merodeaba por los mentideros. La inexplicablemente legal Fundación Francisco Franco ha conseguido que la Justicia paralice el cambio de las 52 calles franquistas de la capital.
Tras años de insistencia, desde CCOO de Madrid, finalmente, el pasado mes de abril, el Ayuntamiento de Madrid dio luz verde al “Paseo Marcelino Camacho”, que sustituirá al Paseo Muñoz Grandes. Una sustitución que es de justicia histórica porque al “mérito” de golpista contra la Republica democrática que lucia en su historial de vergüenza el General Muñoz Grande hay que añadir, primero la más alta responsabilidad de la Falange y de las JONS en el “año de la victoria” y de la salvaje represión sangrienta, así como el posterior mando de la División Azul fascista que luchó en el frente ruso, mano a mano con la SS, siendo condecorado por el nazismo, por el mismo genocida Adolf Hitler. Personajes y hechos de esta miserable catadura es lo que defiende el recurso de la citada fundación.
Quiero creer que se atenderá el recurso municipal y se paralice la intención franquista. No es posible otra justicia. Quiero creer que Marcelino tendrá su calle y que incluso, conjuntamente con el Ayuntamiento, se le rendirá el homenaje público que se merece.
Precisamente ha saltado a la prensa esta información en estos días en los que hace siete años, inundados de sentimientos, recuerdos de luchas y entristecidos porque se nos había ido Marcelino Camacho. En una gris mañana de lluvia, rodeado de una multitud, acompañamos su cuerpo al Cementerio Civil, donde descansa cerca de “Pasionaria”, Julián Grimau, Pablo Iglesias, Largo Caballero…
Marcelino recibió en vida y tras su muerte el cariño de propios y adversarios, tal como dijo el triste 29 de octubre de 2010, el entonces secretario general de CCOO, Ignacio Fernández Toxo, “Marcelino era todo generosidad y por eso ha tenido el reconocimiento unánime de toda la sociedad española”.
Por su capilla ardiente desfilaron miles de trabajadoras y trabajadores agradecidos, pero también todo el espectro político, el Gobierno e incluso, a sabiendas del republicanismo de Marcelino, la jefatura del Estado en la persona del entonces príncipe Felipe.
Tal como recordó en aquellos días el presidente del Congreso de los Diputados, José Bono; y en los años duros, abogado de la acusación particular contra los asesinos de los abogados de Atocha: “Marcelino Camacho no es solo uno de los padres del sindicalismo español, si no un hombre clave de la democracia, de la Transición”.
Y es que tras años de campos de concentración, enfermedades y penalidades, Marcelino impulsó en primera persona, entre detención y detención, a las Comisiones Obreras, a la Transición y a la democracia. Recuerda en sus imprescindibles memorias, “Confieso que he luchado” como “visitamos Inglaterra, Italia y Bélgica y en todos los países tenían un gran interés en conocer las posibilidades de una transición a la democracia. Comisiones Obreras, conocida hasta entonces por su dura lucha en la clandestinidad, siempre atrajo el interés de los demócratas del mundo, y su prestigio era enorme”.
En sus “Charlas en la prisión” (de obligada lectura para quien quiera entender algo de nuestro presente) explica dónde se desarrolla la acción de la clase obrera… “el proletariado debe saber hacer frente a sus responsabilidades nacionales, como clase de vanguardia, si no quiere que la burguesía intente introducir entre los trabajadores, que no quieren separarse de la nación, un chovinismo aventurero”. Y remata, fue Marx el primero que combatió, incluso en la AIT, a quienes consideraban que “toda nacionalidad y las naciones mismas eran viejos prejucios”.
Marcelino puso el cemento para que la base fundamental de CCOO fuera el binomio presión/negociación, concepto fundamental del moderno sindicalismo de clase en España y fuera de España. Marcelino, junto a los pioneros y pioneras de las Comisiones Obreras, tuvo la fuerza y capacidad de hacer del dialogo y la unidad el alma de CCOO. No era Marcelino hombre de puñetazos en la mesa. Era hombre de hablar, hablar y hablar.
Como rememora Nicolás Sartorius, recientemente vilipendiado por una nueva casta de indocumentados, el rasgo del carácter que destacaría de Marcelino sería el de “la aceptación natural de la crítica y la discrepancia. A diferencia de tantas organizaciones en las que llevar la contraria al jefe supone la marginación, en las CCOO de Marcelino, por el contrario, salían en la foto los que tenían personalidad y criterio propio, los que decían lo que pensaban”. Siempre recuerda Sartorius que cuando alguien, llevado de un impulso autoritario terminaba diciendo “esto se hace así y punto”, Camacho le interrumpía con un “compañero, de punto nada; en todo caso punto y coma”.
Marcelino supo lo que de verdad fue ser perseguido, ser un auténtico preso político con años de cárcel en la espalda. Marcelino moldeador de las Comisiones Obreras y afiliado desde su juventud al PCE, fue un hombre audaz y prudente, bueno, honesto, generoso, con guante de seda en puño de hierro. Marcelino, sabemos, tuvo un sueño: CCOO, y tres amores: su familia, su partido y su país. Nos dejó un legado enorme que debemos cuidar y una actitud que Josefina nos transmitió al confesar sus últimas palabras: “si uno se cae, se levanta inmediatamente y sigue adelante”.
Jaime Cedrún
Secretario General de CCOO de Madrid
Jaime Cedrún