Vivimos en España un momento delicado de exaltación y excitación extremista. Pero lo peor de todo es que, lejos de arrinconar y acotar estos movimientos minoritarios, determinados medios de comunicación les hacen el caldo gordo con informaciones reiterativas y agotadoras. Las amenazas de un pequeño grupo de policías municipales de Madrid contra la alcaldesa Manuela Carmena o los posicionamientos radicales de grupúsculos nacionalistas catalanes, por citar dos ejemplos, se han convertido en argumentos informativos detestables y únicos de la escaleta diaria. Y con esto no digo que no sean hechos noticiables susceptibles de ser contados, que lo son.
Los extremos pertenecen siempre a las minorías que se han instalado como un virus en la política y en la sociedad española. Estas minorías contaminan para romper el denominado Estado del bienestar. Todo ello es consecuencia clara y demostrada de la progresiva debilitación de los partidos y el desprestigio de las instituciones públicas o, dicho de otra manera, de la desafección social por las maneras políticas.
La violencia verbal o las manifestaciones callejeras que alteran el orden público responden a una grave situación de crisis alentada por aquellos que solo buscan el desequilibrio y la inestabilidad. Y cabe preguntarse llegado a este punto de información agotadora sobre acciones puntuales protagonizadas por minorías de la ultraderecha y de la extrema izquierda: ¿existe justificación pública alguna de esas acciones según el movimiento que las lidere? Obviamente no.
No obstante, desgraciadamente, asistimos en algunos casos a la reiteración informativa del acontecimiento como argumento teledirigido contra el Gobierno de turno. En definitiva, los medios de comunicación, sobre todo los audiovisuales como grandes generadores de opinión de masas, nunca deberían azuzar en un espacio de democracia demostrada con el argumento de la defensa de los derechos bajo el abuso del poder. Sobre todo, si no existe abuso de poder. No es justificable tampoco, ni por los medios, ni por los representantes políticos en el parlamento nacional, los discursos extremistas de la “identidad nacional”, por un lado, ni el de la “lucha de clases”, por otro, ya que, de esta manera, lejos de reconocer el problema, se buscan culpables o cabezas de turco.
El cuestionamiento permanente del sistema vigente genera dificultades. El cambio debe nacer del diálogo y el enfrentamiento moderado; proactivo y eficiente. Los medios de comunicación, verdaderos filtradores informativos del Siglo XXI, deberían asumir el papel de moderadores de ese cambio, en vez de proclamarse en voceros sesgados de las minorías para forzar de inmediato el cambio político.
Fernando Arnaiz