miércoles, septiembre 25, 2024
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Trocitos de recuerdos

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Como cada mañana que hace buen tiempo, me siento a leer la prensa en un banco de la calle, al estilo jubilata, después de haber tomado un café en el bar de la esquina. Estamos en noviembre y sin embargo el sol calienta todavía con fuerza la capital de las Españas. Mientras ojeo las noticias impresas, peleándome con el papel, observo a dos ancianas que hablan justo a mi lado. De repente, una de ellas extrae una bolsa de plástico del manido bolso y l apone sobre sus rodillas. A continuación, saca unas fotos en blanco en negro que va mostrando a la otra, acompañadas de evocadores comentarios.

-Este es mi Juanito, de primera comunión. Aquí mi marido, que en paz descanse, haciendo la mili en Cerro Muriano, ¿a qué era guapo?

-Todo un galán-responde la otra.

Esta escena me retrotrae a tiempos pretéritos, en que la gente se hacía fotos para guardarlas como si de un preciado tesoro se tratase. Eran los recuerdos de toda una vida: cuando fuimos con los niños al parque de atracciones, las vacaciones en Cullera, el día de nuestra boda o cuando el niño o la niña, nos dio el primer nieto.

Eran cartoncitos, trozos inconexos de vivencias pasadas, que se guardaban en álbumes en un cajón del mueble bar del comedor. Permanecían para siempre, y se enseñaban a las visitas cuando acudían a tomar un café y una copita de anís.

Hoy en día, las cosas han cambiado. Las fotos se hacen con el móvil, no con la Kodak  de carrete, que era una especie de legado familiar, y rápidamente se suben al Facebook o a Instagram.  El objetivo es que las vean el mayor número posible de personas-supuestamente amigos-, y se enteren del viaje a Finlandia o a Madagascar, o de que hemos acabado la maratón en siete horas, pero lo importante es participar. Se trata de satisfacer un ego descontrolado. Y para que no se pierdan, las guardamos en una llamada “nube”, a la que de vez en cuando asaltan piratas de hiperespacio para robar fotos de famosas desnudas, que es otra costumbre muy en boga-la de hacerse fotos en pelotas o jodiendo-, que luego suele traer funestas consecuencias.

Resulta que no tenemos nada. A cambio de la inmediatez, hemos perdido la posibilidad de guardar los trocitos de memoria en el mueble bar del salón. ¿Y si un día desaparece Facebook? ¿Y si nos roban el móvil en la Puerta del Sol?

Hace unos días, un amigo policía me contaba la desgarradora historia de una madre a la que le habían sustraído el bolso, con el teléfono dentro. Mientras denunciaba en Comisaria, no paraba de llorar desconsolada, pues en el teléfono llevaba las únicas fotos de su hija fallecida a los catorce años de un maldito cáncer.

Los recuerdos son para siempre, no para renovarlos cada día. Los recuerdos son íntimos, no para airearlos al mundo.

Desgraciadamente, hoy no los guardamos en el cajón del mueble bar que compramos en Ikea, cuando hicimos la reforma del pisito.

José Romero

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