Los dos agentes de policía se encuentran embutidos en sus uniformes azules, intentando resguardarse del frio otoñal de las tardes madrileñas. Yo he acudido a darme una vuelta por el centro, a pesar de que la presión ejercida por turistas y gentes que van de compras, comienza a ser insoportable debido a la cercanía de la Navidad. Uno de ellos es joven, de complexión atlética, con fuertes músculos forjados en gimnasios de barrio. El otro es mayor, un veterano al que ya le comienza a clarear la cabeza. Me fijo en este último: cojea un poco de la pierna derecha por alguna lesión, e incluso le cuesta salir del coche patrulla, haciéndolo con dificultad.
El novato le mira con cierta compasión, sobre todo por lo que fuma. Al fin y al cabo, ya casi nadie lo hace, excepto algunos veteranos que han consumido su vida en destinos donde se fumaba mucho y se echaban horas infinitas no pagadas, detrás de algún camello o de un escurridizo chorizo al que le gustaban más los coches ajenos que comer.
El veterano tiene cara de cansancio. La hipoteca; los hijos en la universidad, solo traen malas noches sin dormir. Además, lleva un tiempo padeciendo de presbicia y las articulaciones le duelen al levantarse. Por su parte, el joven está feliz. Es guapo y las muchachas le miran al pasar. Vive con sus padres todavía, tiene un coche último modelo, y planea vacaciones en Ibiza con unos colegas.
Sin querer queriendo, escucho una breve conversación entre ellos que dibuja una mueca de tristeza a mi rostro:
-Date de baja-dice el novato-. Con esa rodilla tan jodida, apenas puedes andar.
-No puedo-responde el otro-. Ya sabes que nos quitan sueldo y hay que pagar muchas cosas.
-Pues, ¡deja de fumar que te vas a matar!
Es entonces cuando una joven, con el rostro desencajado y la respiración alborotada, se acerca a ellos.
-¡Por favor! ¡Hay un loco en la zapatería!-espeta mientras señala con el dedo a un establecimiento.
Los policías no lo piensan y salen corriendo al lugar. El joven llega primero, como era de esperar y el veterano unos segundos más tarde. Escuchan gritos de pánico. El novato saca su defensa reglamentaria, un tanto asustado, sin saber lo que se va a encontrar. El veterano, impávido, mira al interior sin ser visto: un hombre joven, grande, con aspecto de haberse bebido todas las reservas de cerveza de un año, esgrime una botella en el interior de la tienda, amenazando a los clientes mientras vocifera frases incoherentes.
El veterano, hace una seña al novato para que guarde la defensa y entra. El borracho, o loco; le mira con ojos enrojecidos. Se vuelve hacia el policía, con la botella en la mano.
-¡Si te acercas te doy!-grita.
El veterano, sin inmutarse, a dos metros del tipo, le pregunta:
-¿Cómo te llamas?
El violento se queda callado unos momentos, mientras observa al policía.
-¡A ti que te importa!-responde.
-Voy a salir a la calle-responde el veterano, con cara de estar echándole una buena reprimenda-. Contaré hasta diez para que tú hagas lo mismo, me digas cómo te llamas, me des la botella y me digas que te pasa. Si no lo haces, entraré y sabrás lo que es bueno. ¿Qué te crees? ¿Qué eres el único con problemas? ¡No me jodas la tarde, que tengo que volver a casa pronto para ver a mi familia! Todavía no has hecho nada irreparable. ¡Escoge!
El agente veterano sale a la calle y pacientemente, cuenta hasta ocho, momento en que el ebrio abandona la zapatería, tira la botella y se acerca a los policías.
-Me llamo Juan-dice, apestando a alcohol-. Mi mujer me ha dejado, por el del bar de al lado, ¡joder!
-¡Muy bien, Juan! ¡Ven con nosotros! ¡Tranquilo, coño, menudo pardillo ese camarero! ¡Y ella, seguro que no te merecía!
En la calle, espera un patrulla con otros dos agentes, avisados por radio. El novato, esposa al tipo y entre ambos lo introducen en la parte trasera del coche, no sin dificultad, ya que ha vuelto a ponerse impetuoso al ver que era detenido. La gente graba la escena con sus teléfonos, y alguno se queja de que están siendo violentos con él.
Por fin, el hombre va de camino a la comisaria, y los dos policías vuelven a su lugar, tras tomar nota de los denunciantes. Ahora toca formalizar la detención. Por el camino, el veterano cojea un poco más que antes, debido a la carrera.
-He sentido miedo-dice el novato-. Pensé que nos atacaría, pero has estado muy bien, tío. ¡Vaya huevos! ¿No te has acojonado? ¡El tío era muy grande!
-¡Claro que sí!-responde el veterano-, pero cuando trates con mil tipos como este, en mil tardes frías como esta, te darás cuenta de lo que de verdad es ser policía. ¡Conduce tú, que a mí me duele la rodilla!
Y se marchan del lugar. El novato con su primer borracho agresivo y el veterano tras haber dado una lección magistral.
¡Chapó!
José Romero