lunes, noviembre 25, 2024
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Hablemos de Juanín

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Hace ya un mes, que el tiempo pasa como a traición y no me deja margen para escribir sobre todo cuanto acontece a mi alrededor, se celebró un breve homenaje a Juan Muñiz Zapico, en la Escuela Sindical que lleva su nombre en el barrio madrileño de Las Musas. El motivo no era otro que inaugurar una placa con su nombre.

A estas alturas y pese al esfuerzo que hemos realizado por mantener viva la memoria de la gente que construyó las CCOO, en los duros tiempos del franquismo, seguro que, fuera del sindicato y dentro del sindicato, hay muchas personas que no sabrían explicar quién era Juanín.

Juanín era asturiano, murió con 35 años, en un trágico accidente de coche, el 2 de enero de 1977. Había celebrado en familia el fin de año y había decidido dar un paseo con un par de amigos por el Valle del Huerna. Tenía que viajar a Madrid, a una reunión de las aún ilegales CCOO. A la vuelta, el coche derrapa en la carretera mojada y cae por un barranco.

A sus 35 años, ha sido uno de los Diez de Carabanchel y, como tal, condenado en el Proceso 1001, a 18 años de prisión, por formar parte de la cúpula de la dirección clandestina de las Comisiones Obreras.

Fallece Juanín pocos días antes de la Semana Negra que sacudió España a finales de ese mismo mes, plagada de secuestros de militares y altos cargos del régimen, muertes de estudiantes a manos de ultraderechistas y de la propia policía y el brutal asesinato de los Abogados de Atocha. No pudo ver Juanín la legalización del Partido Comunista, primero y de las CCOO, después.

A sus 35 años ya llevaba veinte años trabajando en la industria de Mieres. Juanín, hijo de minero, comenzó a trabajar nada más terminar los estudios básicos y por la noche estudia Maestría Industrial, superando dos cursos en un solo año. Lee incansablemente, lee deprisa. Novela, economía, historia, recuerda Nicolás Sartorius. Escribe, escribe, escribe.

Ya se ha casado con Genita y ha tenido una “parejita”. A los 35 ya es dirigente del Partido Comunista de España (PCE) y de las Comisiones Obreras (CCOO). Ha viajado clandestinamente a reuniones nacionales e internacionales de ambas organizaciones. Ha sido elegido por sus compañeros como enlace sindical, que así se llaman los representantes de los trabajadores en el sindicato único y vertical del franquismo y como jurado de empresa.

Por sus actividades sindicales ya ha cumplido siete años de cárcel. Ha sufrido cinco despidos, cuatro multas, ha sido condenado en dos sentencias del Tribunal de Orden Público franquista y ha participado en cuatro huelgas de hambre. Conoce las cárceles de Carabanchel, Oviedo, Jaén, Segovia.

En la Cárcel se había matriculado en la Universidad a Distancia (UNED) y aprueba dos cursos de Ciencias Económicas en un año. Busca la relación con profesores de universidad, les pregunta sobre economía, matemáticas. Repasaba estanterías de las celdas buscando nuevos libros que devorar. Cuentan que hasta se acercaba al despacho de la censura de libros llegados desde la calle, para saber de las novedades que se estaban editando en esos momentos.

A sus 35 años, ha sido uno de los Diez de Carabanchel y, como tal, condenado en el Proceso 1001, a 18 años de prisión, por formar parte de la cúpula de la dirección clandestina de las Comisiones Obreras. Ha participado en la Asamblea de Barcelona, donde se da el primer paso para constituir CCOO como sindicato.

Vuelve a ser Sartorius quien nos revela que su voluntad incansable, su conciencia de clase, su experiencia, su sencillez, su naturalidad, unidas a su capacidad de comunicación y su apertura intelectual para hacer frente a las nuevas realidades y los cambios profundos que se avecinan, le convierten en un serio candidato para suceder a Marcelino Camacho, cuando ello fuera necesario.

Inquieto, impaciente, tranquilo sólo en apariencia. Uno de esos hombres fraguados en la acción, consciente de sus logros y de sus carencia, cercano, con la inteligencia, la agilidad y la intuición que provienen de una naturaleza libre y perseverante.

Esa inteligencia, esa intuición, que le lleva a plantear en la Asamblea de Barcelona, en julio del 76, su conciencia de que la ruptura, o la reforma política; la posibilidad de abrir las puertas a un proceso constituyente; la existencia de un sindicalismo unido, o dividido en varias fuerzas sindicales, va a depender de las fuerzas y de la presencia que sean capaces de desplegar la clase trabajadora.

Medio año después, la afirmación de Juanín adquiriría toda su vigencia. La impresionante, pacífica y ordenada manifestación que acompañó el entierro de los Abogados de Atocha, demostró esa fuerza y esa presencia ineludible, que sólo podía concluir en la legalización del PCE y de las organizaciones sindicales.

Juanín fue despedido en su tierra por más de 20.000 personas. Pararon las empresas y las minas. En un improvisado acto, Marcelino Camacho, Gerardo Iglesias, Horacio Fernández Inguazo, Armando López Salinas, dirigieron la palabra. Ante su tumba, los presentes entonaron la Internacional. En Mieres, esa misma mañana, fría, pero limpia y soleada, la dirección de las CCOO había decidido que la futura  Escuela de Formación Sindical de la Confederación, llevaría el nombre de Juan Muñiz Zapico.

Juanín, una de esas personas cuya historia nunca debemos olvidar, porque con su empeño, su esfuerzo, su conciencia y su dedicación incansable, forjaron nuestra historia y nos hicieron libres y mejores.

Javier López

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