Estoy a favor de que se saquen los huesos de Franco del Valle de los Caídos (que sea el 18 de julio) y se haga un auto de fe simbólico en la Plaza Mayor de Madrid con actuación de El gusto es nuestro (Serrat, Víctor Manuel, Ana Belén y Miguel Ríos) que concluya entonando Rascayú (“cuando mueras/ qué harás tú/ tú serás/ un cadáver nada más”).
Y ahora, hecha la broma, vamos a la Memoria Histórica de verdad.
Porque no se trata sólo del Valle de los Caídos sino de que España, por fin, tenga un relato democrático de su pasado.
Ello implica sacar a los muertos rojos de las cunetas (que es lo importante para las familias que quieran cerrar, de un vez por todas, su duelo) y recordar a los caídos durante el franquismo.
Suelen jugar los revisionistas a la equidistancia centrando todo el asunto de la Memoria Histórica en el periodo de nuestra guerra civil y argumentando que mataron tanto unos como otros.
Pero durante los cuarenta años de dictadura (salvo excepciones) quien mató fue una parte. O sea, Franco y los suyos.
Eso hay que recordarlo y aunque Emilia Landaluce se empeñe en sacar a colación el “golpe de Estado del 1934” no ha de ser ese el eje del debate.
Lo que hay que recordar es a los abogados de Atocha pero no sólo. También (ya con Suárez en el poder) a Vicente Cuervo, joven obrero asesinado en 1980 por un pistolero fascista a quien jamás se condenó. A Yolanda González, líder estudiantil de diecinueve años, secuestrada y asesinada por miembros de Fuerza Nueva. A Cipriano Martos, militante del PCE (m-l) muerto en 1973 tras ingerir en comisaría el contenido de un cóctel molotov. A Manuel Álvarez y Victoria Arranz, dos jubilados que fallecieron en 1980 a causa de un fuego provocado por ultraderechistas en la sede del Movimiento Comunista en Valladolid.
Entre tantísimos nombres que pagaron con sangre el precio de la modélica Transición.
Y sumen a los miles de presas y presos del franquismo, a las torturadas y torturados, a quienes tuvieron que emprender el camino del exilio.
En fin, que lo de sacar a Franco del Valle de los Caídos está muy bien pero todavía queda mucho trabajo por hacer.
Recientemente me impresionó, durante una charla sobre Memoria Histórica en el Ateneo Republicano de Vallecas, ver a un tipo tan duro como Nino Olmeda, periodista que militó en el FRAP, llorar mientras recordaba cómo en el interior de un furgón un policía le colocó una pistola en la sien y le anunció que iba a descerrajarle un tiro. Nino Olmeda era un chaval de Vallecas, con muletas por una poliomielitis de infancia, que se lanzó a luchar contra el franquismo y acabó en la cárcel ya cuando presuntamente la democracia había llegado.
Todas esas cosas han de ser recordadas.
Ha de rendirse el debido homenaje y en los colegios tienen las nuevas generaciones que escuchar los testimonios de aquellos supervivientes como en Francia se asiste con respeto al relato de los últimos resistentes.
Paz, piedad y perdón, reclamó Manuel Azaña. Pero jamás olvido.
Daniel Serrano