Con frecuencia, cuando se plantea un problema de orden político, con alcance directo en las diferentes sensibilidades sociales, los políticos de este momento demuestran su inconsistencia ideológica y su pasmosa capacidad de adaptación a no hacer nada.
El vértigo que les produce el futuro del sistema de pensiones o, en estos días inmediatos, la llegada masiva de inmigrantes, con no tener nada que ver entre sí, inspiran en nuestros febles políticos una misma y simplista consideración, que se formula en la no utilización de estas cuestiones en el debate político. Se reprochan unos a otros la utilización política de cuestiones tan importantes como las citadas y creen que, con eso, el asunto se ha despachado.
Materias como la reinserción de presos de ETA, las oleadas de inmigrantes subsaharianos, las pensiones, la enseñanza o la sanidad públicas, quieren sustraerlas del debate público cuando, es precisamente esta confrontación de ¿ideas? ¿soluciones? lo que la población necesita inmediatamente después de la información veraz y el conocimiento cabal de lo que sucede.
La política no son unos juegos florales (no la toquéis, así es la rosa). La política es un ejercicio diario de desnudez y de racionalidad. Los ciudadanos quieren un sistema realmente democrático, esto es, en el que la ciudadanía ejerce el derecho a estar informado de las cosas, a conocer lo que proponen los partidos políticos y a que se confronten esas propuestas para respaldar mayoritariamente a quien mejores soluciones haya planteado y favorecer que las lleve a cabo.
Este utópico que les escribe tiende a creer que el problema reside en que nuestros políticos no tienen ni idea de cómo afrontar cuestiones como las que se han mencionado y por ello intentan que no haya debate sobre ellas. El arma que esgrimen es siempre el mismo, busquemos un pacto de Estado. E inmediatamente se ponen con ardor a que ese pacto de Estado sea imposible o, como ocurre con el ominoso Pacto de Toledo, lleve veintitantos años en vigor y no haya dado a luz ni un ratón.
En vez de las circenses sesiones de control de los miércoles en el Congreso, fíjense debates monográficos en los que podamos comprobar quién tiene algo factible que proponer, quién cuenta con arsenales argumentales para hacer valer sus soluciones (no para las rondas acusatorias recíprocas) y, en definitiva, quién propone lo más sólido y eficiente.
Esta generación de políticos, fervorosos del pensamiento débil acuñado por Gianni Vattimo, tiene una acusada carencia de temple, de serenidad, de prudencia. No me gustaría pasar por pedante al decir que es falta de lecturas, incluida la de la historia, pero algo de eso hay. En las aguas espesas de los partidos flotan los corchos de los aparatos que con poco esfuerzo dan en líderes. A las pruebas me remito.
No quiero pactos de Estado. Quiero que todo lo que pasa en España sea objeto de debate y escrutinio. No me gustan los políticos reservones y mucho menos los políticos ignorantes, que se ocultan tras los faldones de las listas cerradas y bloqueadas para medrar. ¿Es tan difícil?
Thomas