La salida del Reino Unido de la Unión Europea toca una fibra sensible para España, el futuro de Gibraltar. Frente a la importancia explicable que el asunto de la frontera entre las dos Irlanda tiene para los negociadores de una y otra parte, el caso de Gibraltar gira de manera distinta, ya que España es parte inexcusable, por tratarse de un territorio que no forma parte del Reino Unido, según reiterada doctrina del Tribunal de Justicia de la Unión.
Las negociaciones entre España y el Reino Unido discurren estos días en la máxima opacidad para la opinión pública española. El presidente del Gobierno ha dejado dicho en el Consejo Europeo que el acuerdo está hecho y nadie ha requerido más información, ni la prensa, a la que el asunto le viene mal, porque hay que estudiar y documentarse ni tampoco a los partidos políticos de una y otra banda del hemiciclo cuyas iniciativas sobre la materia son una o ninguna. Mal la oposición y muy mal el Gobierno.
Algunas informaciones fraccionarias hablan de que se trata de frenar el contrabando de tabaco o de exigir transparencia a las sociedades offshore o de limitar la opacidad de la próspera industria del juego on line. Efectivamente es así, pero esos temas no son lo sustancial. Hablamos de la situación jurídico-política de Gibraltar en relación con España, una vez que el Peñón pierda la tutela efectiva que el Reino Unido le ha proporcionado en la Unión Europea.
Se preguntaba hace unos días el exministro García Margallo sobre el desinterés que tiene el asunto de Gibraltar entre los españoles, a pesar de la abundancia de resoluciones favorables en la ONU y de tribunales internacionales que ha tenido la posición española. Incluso en estos tiempos en los que ha reverdecido el sentimiento nacional español, con motivo de las maniobras separatistas de unos catalanes, sigue siendo motivo de chanza o directamente ignorado.
¿Se preguntaría un británico sobre los viajes soberanos de los miembros de la Familia Real, por ejemplo a Australia, esta misma semana? Para ellos es una reafirmación histórica y, por supuesto, una actividad muy práctica y conveniente para el Reino Unido, que fuera de Europa, trata de reforzar a toda costa los lazos más que sentimentales con sus antiguas colonias.
Aquí, la miopía política nos provoca una fatiga visual de todo lo que consideramos alejado de la punta de nuestra nariz. Esa carencia de visión larga que nos es tan propia es la que justifica el desentendimiento de la opinión pública y de la opinión publicada sobre la nueva naturaleza de las relaciones de España con el Reino Unido por Gibraltar y lo que sería un nuevo fracaso de nuestra diplomacia, que simplemente te volviera a la situación previa a la presencia del Reino Unido y España en la Unión Europea.
Como en tantas cosas, verdaderas unas, rigurosamente fabuladas otras, se echa la culpa del desentendimiento al franquismo. La exaltación de la reivindicación por Gibraltar (incluida aquella cumbia famosa cantada por José Luis y su guitarra y Los tres sudamericanos), que en algún momento utilizó el régimen de Franco no fue sino otro episodio más de su negligencia diplomática.
La España democrática, sin embargo, no se ha quitado esta pesada albarda, cuando se encuentra hoy en la mejor coyuntura para hacer valer los derechos españoles sobre la Roca, que no son otros que el reconocimiento de la soberanía y la capacidad para administrarla conjuntamente con Gibraltar. Hay que decirle al Reino Unido, con contundencia que los intereses defensivos de Occidente están perfectamente garantizados por España y, por si les cabe duda, que viajen unos kilómetros al oeste y visiten Rota.
Pero lo que no es aceptable en ningún caso es que no se explique la negociación con el Reino Unido en el Congreso y se pidan con todo ardor comparecencias por un máster fallido o por un doctorado dudoso. Lo dicho, mal la oposición y muy mal el Gobierno.
Thomas