“la caricia es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira.”
(Luis Cernuda)
La amistad, como los “te quiero”, está infravalorada hoy en día. Obtenemos o repartimos el título de “amigo” con la misma facilidad con la que nos pedimos otra caña en el bar. La complicidad transitoria se confunde con el afecto, pero este no se alcanza de manera tan sencilla. Tal vez, no se alcanza nunca. La amistad, tal como nos la han pintado en la cultura popular, es simple y llanamente otra forma de utopía.
Existe un mito social muy asentado que sitúa la amistad en la cúspide de las prioridades. De esta idea nacen lugares comunes como que “los amigos son la familia que elegimos” o que “la amistad es más auténtica e imperecedera que el amor”. Todos hemos tenido un “amigo” al que se le dejó de ver el pelo cuando conoció a su pareja. Escuchamos entonces sentencias del tipo: “Está descuidando a sus amigos”, “Si su novia lo deja, se va a ver muy solo”, etc. Probablemente, quienes enarbolen estos comentarios no han sentido nunca en sus propias carnes el huracán del amor, la enajenación que de él se deriva, la posterior complicidad que conduce a mirar el mundo desde una perspectiva compartida. Aunque después, a lo peor, se rompa. El amor puede romperse, pero no es cierto que la amistad sea más imperecedera; únicamente, menos apasionada. Esa persona absorbida por su noviazgo, en caso de no haber “descuidado a sus amigos”, podría verse igualmente sola. Porque la amistad –repito– es una utopía.
Y lo es porque los seres humanos somos fundamentalmente egoístas. Porque cada uno va descaradamente a lo suyo y porque existe una falta de sensibilidad generalizada que se incrementa a medida que transcurren las décadas. No hablo ya de empatía –eso daría para otra columna–, sino de desafecto, de apatía sentimental, de indiferencia ante la posibilidad de perder el rastro de una persona con la que has compartido experiencias, confesiones, etapas vitales, con la que tal vez has pasado la adolescencia o la primera juventud. Me asusta esa indiferencia. Me aterroriza que, ante el primer desacuerdo, tu “amigo” prefiera borrarte de la agenda de su vida y lo haga fríamente, sin arrepentimiento, sin problemas de conciencia, sin detenerse y hablar. Y tú, como una trasnochada sentimental, llores pensando en todos los recuerdos compartidos y desees poseer esa misma capacidad resolutiva implacable. El mundo se resuelve hoy a golpe de “click” y bloqueo. Hace frío en el mundo. He escuchado frases del tipo “eres como una hermana para mí” y, ni un año más tarde, esa misma persona ha dejado de interesarse mínimamente por mi suerte.
Las personas van y vienen, dicen. Los amigos van y vienen. Pero entonces cabe plantearse: ¿son realmente amigos? ¿Qué es la amistad? La amistad implica esa dosis de afecto y, si resulta tan sencillo para alguien borrar de su vida a un supuesto amigo, ¿hasta qué punto sentía afecto por él? ¿De verdad no hubiera merecido la pena sentarse con esa persona y exponer sus quejas y preocupaciones? Estas preguntas conducen a la angustiosa idea de que vivimos una pantomima social en la que nada es auténtico, en la que nos domina una hipocresía compartida y guiada por intereses transitorios, sobre los cuales se sitúa el miedo a la soledad. Es terrible ser consciente de ello y seguir actuando porque la sociedad así lo espera de nosotros. La otra alternativa sería convertirse en ermitaño como el “Probe Migué”, que cantaba Triana Pura. El show debe continuar.
Desplegada esta argumentación escéptica, el lector podría pensar que escribe por mí la amargura y que despotrico contra el concepto de amistad porque yo no lo conozco. Nada más lejos de la verdad: el idealismo sobrevive a los golpes de realidad y se alimenta del sentimiento de otros idealistas que también sienten muy profundo y lloran cuando hace falta llorar. Podría contar a mis amigos con los dedos de una mano –esto es otro lugar común–. Ninguno de ellos me ha hablado nunca de hermandades eternas, pero han permanecido en los peores momentos de mi vida y han llorado conmigo. No se han marchado, no se han alejado. Han seguido con sus vidas, no han dejado de vivir la suya por mí, como afirma la cultura popular al respecto de las “amistades verdaderas”. Pero me quieren y yo los quiero a ellos. Los amigos no son la familia que elegimos y por ellos no hay que renunciar al amor o vivir este de forma más laxa. Concluyo recuperando aquellos otros versos de Cernuda, que forman parte de un poema muy polémico titulado “A sus paisanos”, de su último libro, Desolación de la quimera, en donde el desengaño lo había ya acogido en su vuelo, pero pervivían en él coletazos de idealismo y reconocimiento:
“Mas no todos igual trato me dais,
Que amigos tengo aún entre vosotros,
Doblemente queridos por esa desusada
Simpatía y atención entre la indiferencia,
Y gracias quiero darles ahora, cuando amargo
Me vuelvo y os acuso. Grande el número
No es, mas basta para sentirse acompañado
A la distancia en el camino. A ellos
Vaya así mi afecto agradecido.
Acaso encuentre aquí reproche nuevo:
Que ya no hablo con aquella ternura
Confiada, apacible de otros días.
Es verdad, os lo debo, tanto como
A la edad, al tiempo, a la experiencia.”
Marina Casado
marinacasado.com
Marina Casado