lunes, noviembre 25, 2024
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Caperucita y los lobos de Vox

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¿Te imaginas que Vox hubiera ganado las selecciones? ¿Te imaginas que este país estuviera gobernado por la irracionalidad y el extremismo? Afortunadamente, no ha sido el caso, pero su creciente seguimiento ha logrado representación parlamentaria y no podemos consentir que eso siga así. En breve, tenemos elecciones locales y europeas donde podemos frenar su avance porque, sino, la sociedad que conocemos estaría abocada al desastre. Aquí un ejemplo de cómo podría ser:

Caperucita se tuvo que ocultar bajo una capa roja con capucha para esconderse de la manada de lobos que la acechaba. Si su fisionomía y sus curvas estaban ocultas, normalmente, pasaba desapercibida para los depredadores. Ese era el burka que le había impuesto la sociedad, pero no solo a nivel de vestimenta, sino también de comportamiento.

Desde que la ultraderecha había ganado las selecciones, la noche no solo estaba prohibida para ella, sino para todas mujeres porque no había ninguna ley que las amparara, el nuevo gobierno había derogado la ley de violencia machista y suprimido todos los organismos feministas. De estos últimos, también había elaborado una lista negra con sus integrantes, quienes eran hostigadas continuamente.

Los inmigrantes ilegales habían sido devueltos a su país de origen sin ningún tipo de miramiento y bajo las peores condiciones, daba igual que estuvieran enfermos, fueran mujeres embarazadas o niños, habían sido expulsados sin más. Y los que sí habían regularizado su situación previamente, se veían continuamente acosados por el repunte de xenofobia y racismo que emanaba directamente del propio gobierno.

Ya no había autonomías, el radical gobierno central lo controlaba todo, y se habían cambiado los nombres de numerosas calles por los de representantes de la época del franquismo. La sanidad pública había quedado en el pasado, todo estaba privatizado, por ello, los ricos eran los únicos que podían acceder a ella, mientras que mucha gente sin medios o con muy pocos, se moría incluso por enfermedades comunes. De hecho, la mortalidad se había incrementado por los casos de aborto que se practicaban de manera ilegal y en malas condiciones, ya que esta práctica se había ilegalizado en su totalidad. Daba igual que existiera riesgo para la madre o el niño, malformación o lo que fuera, el aborto estaba totalmente prohibido y duramente penado.

El colectivo LGTB era perseguido y torturado impunemente, mientras la iglesia, en clara sintonía con el gobierno, recibía aún más privilegios de los que había recibido a lo largo de su historia e intentaba adoctrinar de forma masiva en la ilógica reversión de la homosexualidad. Es más, si se sabía de alguien homosexual o transexual que no asistiera a esa terrible terapia de la iglesia, su vida estaba abocada a un infierno, irremediablemente.

Las televisiones privadas habían desaparecido hacía tiempo, ya solo existía la televisión pública, que estaba descaradamente manipulada por el gobierno y que evocaba la propaganda política de la Alemania nazi. Era como si el tiempo, de repente, se hubiera detenido y hubiera vuelto a sus peores momentos de la historia, pero en pleno siglo veintiuno.

Las manadas de lobos que, además, portaban armas libremente, salían por la noche al amparo de la oscuridad y marcaban sus propias reglas, esas en las que unas voluntades ancladas en la sinrazón hacían de la ausencia del sol las horas más terribles del día.

Justo cuanto estaba anocheciendo, Caperucita llegó a la hora y el lugar acordados, se quitó la capa y se encontró con quienes la estaban esperando. La resistencia había alcanzado gran poder y se había infiltrado en casi todos los ámbitos, la lucha empezaría desde dentro y sería encarnizada si fuera necesario. Su lema era “a grandes males, grandes remedios” y, en este caso, estaba más que claro que el fin justificaba los medios.

Al día siguiente, el histórico 23F se quedaría en algo puramente anecdótico, el golpe de estado que estaba por llegar sería generalizado y se produciría al unísono en multitud de sectores. El freno a la sinrazón no había hecho más que comenzar.

SagrarioG
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SagrarioG

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