Quizás haya mucha gente que, en el momento actual, no esté de acuerdo con el título de este artículo y que piense que, cuando todo esto pase, los aprendizajes extraídos de estas duras e inusuales circunstancias harán que seamos diferentes personas y que valoremos más lo que tenemos, en vez de lamentarnos por lo que no tenemos.
Quizás para muchos pueda ser ese punto de inflexión que tanto habían esperado e incluso hayan puesto todas sus esperanzas en creer que así será. No hay nada como un momento de enorme crisis o de sufrimiento para generar un cambio personal, el problema es que, a pesar de todo, en la mayoría de los casos, ese cambio, si finalmente se produce, probablemente será demasiado efímero.
Un ejemplo que suelo utilizar a menudo para argumentar esto es el de cuando te resfrías y pierdes los sentidos del gusto y del olfato; si comes algo que te gusta mucho y no te sabe a nada, te da una rabia tremenda. Sin embargo, cuando luego recuperas tus sentidos y puedes degustar la comida nuevamente, disfrutas enormemente comiendo. La cuestión reside en que es muy probable que te olvides rápidamente de ello porque ese suele ser tu estado natural y
estás más que habituado a esa situación. En muchos casos, seguramente volverás a comer como los pavos, olvidando recrearte en esos sentidos que tanto añoraste cuando careciste de ellos, pero que ahora pasan a un segundo plano y pierden esa hegemonía que ostentaron durante tan breve periodo de tiempo. Eso hasta el próximo resfriado, y así sucesivamente.
Se suele decir que no nos damos cuenta de lo que tenemos hasta que lo perdemos, pero si tenemos la suerte de volver a recuperarlo, es muy probable que lo valoraremos solo durante el tiempo que dure como novedad. Desafortunadamente, lo más seguro es que luego deje de estar en los primeros puestos de nuestra lista de cosas importantes, y eso nos puede pasar cuando recuperemos todo lo que nos ha arrebatado el estado de confinamiento.
Al principio, disfrutaremos muchísimo cuando, por ejemplo, podamos volver a salir a las calles, es más, será
casi una necesidad, pero cuando lo podamos hacer todos los días de forma normal, como lo hacíamos antes, perderá ese alto valor que adquirió al sernos arrebatado porque lo devaluará su fácil accesibilidad.
Al final, habrá de todo, como en botica: quienes hayan aprendido mucho, los que hayan aprendido algo, por poco que sea, y los que nada hayan aprendido cuando todo esto pase. ¿En qué lugar crees que estarás tú? Mientras lo piensas, te dejo el poema que me ha evocado esta cuestión. Ojalá me equivoque y aplique en muy pocos casos.
Cuando todo esto pase
y no hayamos aprendido nada,
volveremos a cruzarnos por las calles
sin apenas mirarnos a la cara.
Cuando todo esto pase
y no hayamos aprendido nada,
volverán las absurdas preocupaciones
que nos mantendrán despiertos de madrugada.
Cuando todo esto pase
y no hayamos aprendido nada,
las experiencias de estos duros días,
en apariencia tan vitales,
quedarán completamente veladas.
Retornarán las prisas de siempre,
también las sonrisas falsas,
y la empatía será consciente
de que no aprendimos nada.
O tal vez sí lo aprendimos,
pero lo olvidamos tan rápido
como si apenas hubiera ocurrido
o como si se hubiera esfumado
a la mitad de camino.
Cuando todo esto pase
y no hayamos aprendido nada,
quizás no haya más oportunidades,
quizás la suerte ya esté echada.
SagrarioG
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