viernes, noviembre 22, 2024
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CRONICAS DE UN ESPAÑOL TRISTE

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Un día, de repente, cerraron los colegios. Luego, un señor muy serio, salió por la televisión diciendo que había que quedarse en casa obligatoriamente. Todo el mundo  hablaba de un extraño virus, una especie de bicho diminuto que mandaba a la gente al cielo. Yo, no entiendo mucho de enfermedades, porque solamente he estado con fiebre tres o cuatro veces en la vida, pero soy lo suficientemente mayor para saber, que el cielo no existe. Cuando murió mi abuelita, en realidad se transformó en una estrella, que por las noches, junto a las otras, alumbra con luz muy fuerte.

Al principio era un poco aburrido, excepto por la tarde, que salíamos al balcón a aplaudir a la gente que trabaja en los hospitales. Mi casa no es muy grande, apenas dos pequeñas habitaciones, un cuarto pequeñito, un salón comedor con cocina americana y el  baño, en el que nos turnamos para utilizarlo. Lo mejor, el balcón. Desde el, podíamos ver la calle, que aunque vacía, era como una esperanza de vida. También, hablábamos con vecinos en los que nunca habíamos reparado y que de repente, conocían hasta el día de mi cumpleaños. Era como una ventana al mundo. Gracias a él, sabíamos que seguía existiendo la gente y que la ciudad, continuaba su andar.

Comencé a darme cuenta de que no conocía bien mi propia casa. Descubrí rincones ocultos. Por ejemplo, debajo de cada cama, existía todo un mundo de trastos, zapatos y bolsas conteniendo cosas que apenas utilizábamos.  

En los armarios, hallé un vestido de novia, una caja llena de fotos viejas y otra con unas joyas, que habían sido de mi abuelita. Alguna vez, me escondí dentro del más grande, para inspeccionarlo debidamente, aunque bien es cierto que no detecté ningún tesoro de pirata ojituerto.

También, me di cuenta,  que se podían inventar juegos. Que no era necesario estar todo el día, pegado al ordenador. Jugábamos al escondite─ aunque siempre nos descubríamos─, echábamos partidos de futbol en el salón con una pelota pequeña, que terminaba con goleadas escandalosas; cantábamos canciones y veíamos en la televisión un montón de películas, que antes no entendía. Recorría el pasillo en bicicleta  e intentaba hacer acrobacias con el patinete. Sin saber porque, sin conocer el motivo, todo se ensanchaba hasta hacerse enorme. Parecía cosa de magia.

Han pasado muchos días y seguimos sin salir, por el virus, dicen.

Mi casa es pequeña, como ya comenté, pero es grande,  muy grande. Nunca se acaba.  Es grandiosa en juegos, en risas, en bromas y sobre todo, en amor. Me gusta estar dentro, y no estoy deseando salir.

Mis padres, por el contrario, sí.

Me llamo Alejandro y tengo seis años. Jamás imagine, que la casa donde vivo desde que nací, fuese infinita.

 Tuve que pasar dos meses encerrado en ella, para darme cuenta.

Romero El Madero

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