Conocido es que Vox ha registrado en el Congreso de los Diputados la moción de censura que anunció, el pasado mes de julio, Santiago Abascal. El pasado día 29 de septiembre se cumplió el anuncio. Ahora, conviene explicar a la opinión pública la cronología de los hechos y el sentido de la iniciativa.
La causa que inspira su presentación no ofrece dudas. España se encuentra a la deriva desde hace meses, antes incluso del inicio de la pandemia. Un gobierno radical de izquierdas se ha instalado en la Moncloa, con el apoyo de las formaciones anti españolas, que está llevando a cabo todo tipo de iniciativas de marcado cariz sectario. Ley Democrática de la Memoria Histórica; Ley de Eutanasia; LOMLOE (Ley Orgánica de Modificación de la LOE”; decretos impositivos, autoritarios y poco constitucionales son aprobados en el Consejo de Ministros, como son la reforma de las composición del Consejo General del Poder Judicial; indultos a los golpistas catalanes; designación de la Fiscal General del Estado; acercamiento de presos etarras, y otros muchos que están en cartera. La negociación de los Presupuestos Generales del Estado y el desafío independentista catalán, son cuestiones de enorme relevancia para los intereses nacionales y, con secretismo, se están haciendo concesiones a los golpistas y a los terroristas. Los ataques a la Corona ya son habituales desde el propio gobierno. Si a esto añadimos una crisis económica galopante de largo recorrido, un déficit y una deuda pública de volúmenes nunca conocidos, un paro disparado a niveles insoportables, y una manifiesta incapacidad de gestión, el panorama exige algo más que silencios y declaraciones condenatorias en ruedas de prensa. Ya no es tiempo de palabras, es la hora de la valentía, la decisión y el coraje.
Este grosero esbozo del caos nacional en el que nos encontramos, se acentúa con la llegada podemita a palacio. La radicalización se intensifica con la aquiescencia cómplice de los socialistas. Pedro Sánchez guarda silencio, deja hacer, no desaprueba, no reprueba a sus ministros y, menos aún, no critica los excesos de sus colegas. Es más, se encuentra cómodo, en el fondo le hacen el trabajo sucio, comparte lo que se vocifera y se ataca. Los bolivarianos son su muleta y los que reciben las cornadas. A cambio de su imprescindible sostén, les retribuye con una magnífica soldada y les autoriza a negociar con los mercenarios, siempre dispuestos a vender caros sus servicios, y a declarar cuanto les plazca, cuando les parezca y donde les apetezca. Son cautivos voluntarios de los revolucionarios trasnochados de épocas pretéritas, condenadas por la historia, denostadas por la humanidad, absolutamente vituperables y execrables, sin paliativos.
No se puede aguantar sin hacer más que, desde el escaño, largar peroratas más o menos ingeniosas en la tribuna de oradores. Discursos grandilocuentes, vehementes, en ocasiones apasionados, de los que, con más pena que gloria, guarda memoria el Diario de Sesiones Parlamentarias. Palabras, palabras, y más palabras. Chascarrillos, insultos, burlas, gresca, debates pueriles y diálogos de besugos. Mientras, los españoles, con indiferencia y poco entusiasmo, asistimos a la burda representación y al sainete chabacano. Las colas del hambre no dejan de crecer y el cierre es lo habitual.
La oposición se lamenta amargamente, lloriquea por las esquinas y acepta, con evidente impotencia, su falta de capacidad matemática. La moción de censura es una magnífica herramienta para exigir responsabilidades al gobierno y, más allá de los resultados de la votación, permite postular a un candidato y defender un proyecto. No se pueden esperar dos años más. Y es aquí, donde el Partido Popular ha perdido el protagonismo que debiera haber tenido. No ha sabido entender lo que está ocurriendo, ha renunciado a ejercer el liderazgo de la oposición, y esto es muy grave para sus intereses electorales. Los votantes exigen acción y posicionamiento frente a lo que se nos viene encima, no entienden tanta parsimonia y falta de coraje. Vox lo ha interpretado de manera inmediata, es su oportunidad de hacerse presente y dejar clara su voluntad de aspirar a ser una opción de gobierno.
La estrategia de Abascal ha sido muy hábil. El 6 de mayo propuso a Pablo Casado que promoviera la moción de censura. La rechazó, el mismo día, alegando que el Partido Popular estaba negociando los Presupuestos Generales del Estado y la renovación del Consejo General del Poder Judicial. Una excusa detrás de la cual había un espíritu derrotista. Faltó altura de miras, olfato y visión política, como en tantas ocasiones. Ya pasó en 2018, cuando Mariano Rajoy fue desalojado de la Moncloa y perdió, por primera vez en la Historia de España, la recusación parlamentaria.
Pero la perspicacia de Vox ha sido todavía mayor. Con unas elecciones catalanas en el horizonte en las que, por cierto, se anuncia un serio correctivo a Ciudadanos y a los populares y, según las encuestas, se prevé un ascenso de los verdes, quien va a presentar en la Cámara la iniciativa será, nada más y nada menos, que Ignacio Garriga, candidato de Abascal a la Generalidad. Será un una ocasión propicia para darle a conocer y promocionar su figura. Esto sí que es entender la oportunidad de los momentos. Las ventajas son todas: protagonismo en la escena nacional; refuerzo en el mensaje; empujón al candidato en Cataluña; y, sobre todo, fidelizar a un electorado que siempre demandó firmeza y claridad. Se quiera o no, el liderazgo de la oposición no descansa solo sobre la aritmética parlamentaria, o en el número de escaños de que se disfruta, se asienta en la capacidad de plantear alternativas y dejarse de complejos.
¿Quién pierde? Sánchez no, ya que mantendrá su poder a costa de recibir los apoyos de los radicales y toda la mesnada independentista, pro etarra y nacionalista. Casado sí, pues tendrá que justificar su posición a la hora de votar, la abstención será su única opción. Dejará de ser referente en la oposición al gobierno. El vencedor es Vox, por todo lo ya expuesto y, no solo por el oportunismo mal entendido, sino por la coherencia y la decisión, desde la responsabilidad y la coherencia, de plantear una alternativa. Santiago Abascal saldrá reforzado y, muchos votantes populares recibirán con agrado la defensa de los intereses nacionales. Personalmente he hablado con muchos afiliados y simpatizantes del Partido Popular que, muy hartos de la falta de decisión, están decididos a cambiar el color de su voto.
Lo que no cabe duda es que el trasfondo de la moción tiene un calado mayor, unas consecuencias más profundas, y unas repercusiones más evidentes que las que ofrecen las simples apariencias. Por la izquierda las cosas están claras, por la derecha, para algunos se van aclarando, para otros se van oscureciendo.
José María Nieto Vigil