Sánchez esperó a que finalizara el Consejo de Ministros. Les pidió a Marlasca y a Juan Carlos Campo (Interior y Justicia, ambos destacados juristas) que permanecieran en la sala. Ya solos los tres, les adelantó sus planes, pero les pidió su opinión profesional sobre la modificación de la elección de los miembros del Consejo General del Poder Judicial. Ambos ministros se miraron atónitos y coincidieron en dos aseveraciones sin paliativos: no “encajable” políticamente e inconstitucional legalmente. El presidente les agradeció su sinceridad y confesó que tendría en cuenta su opinión. Al día siguiente comparecieron “las Montero” anunciando el cambio de procedimiento en la elección de miembros del CGPJ, ante la perplejidad de los dos ministros consultados.
Napoleón, crecido –no es un eufemismo- por sus triunfos militares, tras la liquidación de la constitución francesa de 1795, decidió modificar unilateralmente la estructura del Estado hasta convertirse en Cónsul vitalicio y, posteriormente, Emperador. Hacía y deshacía a su antojo y creaba las Constituciones como si se pusiera las botas para el cometido de turno.
Sánchez volvió tras ser humillado por su propio partido. Llegó a renunciar a su acta de diputado y se entregó a un periplo por toda España reclamando comprensión y apoyo. Se ganó a las bases, que en nada coinciden con su electorado, pero le propiciaron el retorno cargado de orgullo y rencor hacia los suyos. Sánchez no perdona a su propio partido. Por eso ningunea a Felipe González y al resto de socialistas clásicos. Sánchez ni es socialista, es simplemente sanchista.
Como Napoleón, se reconoció como el digno destino porque, ciertamente, se lo curró. Y se lo cree. Él es el destino y en verdad es difícilmente discutible. Ya no sus formas, su altivez, su vanidad, sus monsergas a modo de encíclicas parapetadas por las televisiones públicas y adoctrinadas, con un duopolio ilegal y una televisión pública intervenida.
Han forjado al mito, al personaje. De un piso medio, un licenciado en económicas y con una dudosa tesis doctoral, se encuentra, de la noche a la mañana, triunfando en una inédita moción de censura. Y de ahí a pisar la alfombra, el poder. Y de ahí a mentir, “nunca pactaré con Podemos, no podría dormir”, “jamás acordaré nada con los independistas”. Y mil más. Se dio cuenta que daba igual. Sánchez sólo habla con Iván Redondo –su garganta profunda- y consigo mismo, esto es, con el espejo. Espejito, espejito, dímelo tú.
Pero, ay, el imperio francés borraba fronteras y Sánchez se encuentra con una insalvable, Ángela Merkel. Encomendémonos a ella tras comprobar cómo el emperador está dispuesto a controlar todos los poderes y arrinconar la monarquía.
Emilio Fernández Galiano
Emilio Fernández-Galiano