Desde ayer noche toda España está haciendo cuentas. Incluso los apolíticos y los que no van a votar. Dejan de jugar al sudoku, a apalabrados o al candy crush. Sustituyen las quinielas futbolísticas por las políticas.
La gobernabilidad que necesitamos requiere un Gobierno de la Nación y no de una fuerza política. Un Gobierno abierto a todos los partidos políticos y a la sociedad. Hay muchas cuestiones sobre las que hay que llegar a acuerdos fundamentales. Todos tendrán que ceder, pero todos ganaremos. Los consensos son ahora imprescindibles. Algunos tendrán que tragar sapos en aras al bien común.
La Constitución debe adaptarse a la realidad actual. Nuestra sociedad necesita que se llegue a pactos que nos den estabilidad. En educación, en sanidad, en materia de justicia, de igualdad, en lo territorial y en las reglas electorales por citar unos pocos ejemplos. Será necesario que se ponga en marcha en el Parlamento una Comisión Constitucional y Política que lo aborde todo. La clave será integrar a todas las opiniones para lograr resultados que no satisfacerán a nadie en particular y a todos a la vez.
Somos una Monarquia Parlamentatia y las Cortes deben recuperar un rol desdibujado por mayorías excesivas. Quien gobierne tendrá que impulsar los debates sin forzosamente condicionarlos. La opinión pública está harta de enfrentamientos estériles. Quiere acuerdos y la fiesta en paz. La Transición es un ejemplo bien valorado del pasado reciente sin que ello signifique que haya que copiarla miméticamente.
Las Cortes deben recuperar un rol desdibujado por mayorías excesivas.
Junto al papel parlamentario reforzado necesitaremos asimismo un Gobierno que dirija la Administración sin perjuicio de que tenga que debatir en el Parlamento la conducción diaria del país. Tras estas elecciones el panorama político ya no está dominado por dos partidos sino que está condicionado esencialmente por cuatro con apoyos electorales relevantes en las urnas aunque reflejados desigualmente en los escaños. El Gobierno no podrá ser, como hasta ahora, de un solo partido, con mayoría absoluta o suficiente.
El PP suscitó, tirando la piedra y escondiendo la mano, una gran coalición a la alemana entre PP y PSOE. La sacaron al final de la campaña electoral, con grandes aspavientos falsos de Rajoy, considerando que tendrían más escaños que el PSOE, como así ha sido. Esta fórmula podría ser un suicidio político para ambos partidos, especialmente para los socialistas abrazados por el oso de la derecha, y maravillosa para unos emergentes en la oposición salvo un improbable resultado excelente para todos de esta coalición a dos.
Otra alternativa es una de derechas en la que Ciudadanos haría esencialmente de muleta del PP al compartir sus ideales políticos. Improbable con su suma de escaños, salvo otros apoyos. Además podría ser un tiro en el pie para Rivera que con su joven partido se rendiría finalmente ante el PP entregando su cabeza a Rajoy en lugar de exigir la de este último.
A nadie se le escapa la posibilidad de un Gobierno basado en PSOE y Podemos. Sería una papeleta difícil para Sánchez con un Iglesias bolivariano que ha demostrado que para acercarse al poder es capaz de cambiar cada media hora de opinión. Puede que ello permitiese una dirección socialdemócrata del PSOE aunque con un socio poco de fiar e internamente revoltoso.
También hay quienes favorecerían una Alianza a la portuguesa, es decir de todos aquellos que por unos motivos u otros se oponen al PP. Gustará a quienes rechazan al PP pero dificultaría los consensos necesarios con un partido importante. Otro tripartito sería posible con PP, PSOE y Ciudadanos. Demasiado bueno para Podemos, solo en la oposición.
Las cifras en votos y en escaños, nos muestran un panorama repartido entre derecha e izquierda, una fisura real y vigente. A pesar del consenso de la Transición la vida política posterior nos ha llevado más por la confrontación ideológica que por los pactos en los temas esenciales. La nueva situación con cuatro partidos más importantes aconsejaría un cuatripartito que permita una gobernación conjunta del país y los acuerdos necesarios para reformar las bases de nuestra convivencia. Esta fórmula podría ser válida hasta la aprobación de una reforma constitucional.
La probaron en Suiza en 1959 y les fue tan bién que siguen gobernando juntos sus cuatro principales partidos llegando a acuerdos en los que todos ceden y todos ganan. Queda así proscrita la preponderancia de una sola fuerza política. Lo llaman el principio de concordancia por el que se pretende reunir en el proceso de toma de decisiones a los principales partidos con el objeto de facilitar los consensos. Tras una época histórica denominada “pasional” pasaron desde 1959 a una reflexiva desembocando en esta fórmula con la que llevan 56 años de estabilidad. Se dice pronto y con envidia.
Carlos Miranda
Embajador de España
Carlos Miranda