viernes, noviembre 22, 2024
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Las armas inhumanas

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Todas y cada una de las miles de muertes provocadas por esa insensata guerra de Siria son igualmente reprobables. Poco o nada las distingue cuando han sido provocadas por el bombardeo indiscriminado y consciente sobre una escuela, un hospital o un mercado, por la explosión, en medio de una concurrida plaza, de una bomba oculta entre las ropas de una adolescente, por un coche cargado de trilita y bolsas de tornillos que revienta al paso de una caravana de familias desesperadas que escapan de los horrores del frente, por las bombas que sueltan los aviones rusos o por los misiles norteamericanos lanzados desde la lejanía del Mediterráneo.

Sin embargo, nos sobrecogen de una manera todavía más atroz esos muertos provocados por un ataque de armas químicas, ya sea lanzado por unos o provocado por la destrucción de un depósito oculto por los otros. Las imágenes de esas pobres gentes que agonizan boqueando con la mirada perdida buscando sabe Dios qué consuelo, sin apenas fuerzas para llenar de nuevo sus pulmones, sobrecogen todavía más, quizás por lo que conllevan de memoria del horror compartido por nuestras acomodaticias sociedades europeas.

Los gases tóxicos fueron prohibidos por los tratados de paz tras la Primera Guerra Mundial. No así otras armas, consideradas como inhumanas ya entonces por la generalidad de los combatientes, tales como los submarinos, las minas o las balas de carga hueca. Esa prohibición fue respetada durante la Segunda Guerra Mundial –salvo por parte de Japón en el frente de China– quizás sólo por el temor a que su uso diera lugar a represalias a escala inimaginable sobre las ciudades enemigas.

No fue así, sin embargo, en el caso de España durante la guerra de Marruecos.A ntes de alcanzar la capacidad para producirlas por orden directa de Alfonso XIII en La Marañosa, la fábrica de siniestra memoria, recurrió a los excedentes alemanes para bombardear con ellas los zocos rifeños. Algunos de esos episodios, en los que también se relata cómo los propios soldados españoles sufrían los efectos de los gases, al despreciar los oficiales el efecto del viento, son narrados por autores como Sender o Barea, de una manera muy parecida a como los describen en los frentes de la primera guerra mundial Remarque o Hemingway.

Esos productos químicos también fueron utilizados por Bélgica y Portugal en sus desesperadas guerras coloniales, siguiendo el ejemplo de los Estados Unidos durante la guerra de Vietnam, a su vez imitado luego en sus ataques contra las poblaciones del Kurdistán iraquí por Sadam Hussein, quien hasta ahora ha sido el único responsable político condenado a muerte por este tipo de crímenes contra la Humanidad.

Ignacio Vázquez Moliní

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