No hay nada como las devastadoras marcas de la lipomorfia sobre el rostro de Antonio Ruiz, uno de los protagonistas de ‘La Memoria Escondida’, para entender en un instante de qué manera tan dura se cebó la historia y la sociedad con un colectivo vulnerable.
El documental comienza sin adornos, representando la cotidianidad. Antonio se prepara un café por la mañana. En casa. La escena y la fotografía son absolutamente cautivadoras. Pecharromán lo sabe. Tiene oficio. Solo hay que dejar que pasen estas cosas en Cine.
El propio director comienza la entrevista. La voz de Antonio es reveladora y nos adentra en términos que hoy a muchos les parecen modernos, pero que él utiliza con absoluta normalidad desde hace años. Trimonio. Su relación fue así, llena de amor y también sexo. Aunque también habla de derechos laborales devastados por la ignorancia. Una ignorancia que no permite concesiones. De exclusión y estigmatización. De no poder contar.
José Luis Pecharromán sabe también que hay cosas que no están en su sitio, por eso hay que empezar a sacarlas a la luz. Porque están escondidas. Por eso se embarcó en este proyecto junto al productor Jorge Alonso, porque había un armario que orear. Por eso nos trae ‘La Memoria Escondida’, para abrir esas puertas de par en par. Porque, aunque se haya avanzado muchos en los derechos de la comunidad LGTBIQ+, los estigmas sociales siguen sobre los corazones de varias generaciones que soportaron la opresión social de la última época del franquismo y la Transición.
Tengo que confesar que he sido un chico disciplinado. José Luis Pecharromán el día del estreno en el Festival Internacional de Cine LGTBIQ+ (LesGaiCineMad) me dijo que tendría para más de un día. Así que esperé y maduré lo que vi. La inmediatez de los días que corren nos invalida para reflexionar. Ahondar. Empatizar. He dejado a los cuatro personajes andar por mi mente durante una semana. Creo que los vi así y que esta semana no ha sido lo suficiente para pervertir lo que esa tarde me contaron.
Montse
Otro personaje cautivador es Montse. Mujer trans. Sentada en la cocina irá contando su experiencia vital a su niña en tres momentos fundamentales de su historia. Como todo el documental: tardo franquismo, Transición y SIDA. Aunque pueda sonar como un triste bolero, su vida no lo es. Su vida es la vida de muchas que ya no están. Las pocas que quedan son muy difíciles de encontrar. Son escasas. La represión, la silicona y la hormonización sin control médico las convirtieron en animales en peligro de extinción. Fallecidas en busca de sí mismas.
El director al no encontrar mujeres trans que contaran ese parte de la historia tuvo que paralizar el rodaje de ‘La Memoria Escondida’. Pero apareció Montse orgullosa, luchadora y, como ella reconoce, triunfadora. Como otras. Su mayor triunfo, tras vivir al otro lado del edén, es tener un trabajo con seguridad social, que le digan señora y que le traten con respeto. Hoy es presidenta de una asociación que ayuda a los que viven en ese otro lado al que no queremos mirar. Fronteras imaginarias y reales. Ella es el retrato de muchas cosas, pero sobre todo de la generosidad. La envuelve. Ella da a pesar de haber recibido muchos golpes y poca comprensión. Ella da porque sabe que hay mucho que hacer por los demás.
Rebelde Antonio
Antonio Sánchez, con su reivindicadora pluma por bandera, es el tercer entrevistado. Rebelde. Su cara y su voz nos recuerda al niño revolucionario que siempre quisimos ser y nunca nos atrevimos. Sentado en su sofá de casa junto a su pareja y bajo un póster del partido comunista nos desgranará una vida que fue a contracorriente. Atea. En los momentos que fue de otra manera, no le compensaba.
Se reveló siempre contra aquello que no le gustaba, a pesar de las consecuencias. Su padre le quería a su manera. Le sacaba de los líos en los que se metía, no por Antonio, por un tal ‘Qué dirán’. La capacidad de ver más allá de Pecharromán hace que Antonio protagonice uno de los momentos más poéticos del documental (Foto de portada). Hay muchos. Hay que verlos.
Poliédrica Rosa
La vida del cuarto personaje, la vida de Rosa es áspera. Mucho. Tanto como pasar la mano por una lija. Abandonó el hogar por amor, por otra mujer, Pilar. Según su marido por alcohol, que también. Aunque ese motivo era mejor para contar a sus hijos, menos vergonzante para la época. Cómo explicarles que su madre les dejaba porque se enamoró de otra mujer. Mientras tanto, ella buscando siempre en las demás a su familia. Con la que se reconcilió. Con los años. Igual que con ella misma.
En contraposición a Antonio, ella es religiosa. Muy religiosa. Para ella la vida tiene un objetivo marcado por Dios. Existe un plan maestro celestial. Por ello, Pecharromán hábilmente ahonda en los diferentes planos espirituales de sus personajes como representación de la realidad del colectivo LGTBIQ+.
Habla con su hija en el salón, también en la terraza. Madre e hija se descubrieron hace tiempo, pero recuerdan juntas. Lo hacen para nosotros. Hablan de sus amantes, sus lecturas, sus propósitos, su familia, cómo volvió a encontrarse con su hija trans. Hasta conformar un desnudo que nos recuerda todo lo que había que ocultar entonces en la poliédrica vida de Rosa.
Blanco y negro
Todos estos personajes están envueltos en blanco y negro. Poético y narrativo. Pecharromán conoce, y por eso nos lo explicó en la presentación, que no hace falta adorno. Esta historia no necesita una paleta cromática como en sus demás trabajos como director de fotografía. Aquí menos, es más. La fuerza de los rostros entrevistados no necesita aderezos. El director solo se permite un preciso tinte de color. Advierto esto es un spoiler, más bien una reflexión. Aunque se explique hay que verlo. Hacia una cámara fija por un paseo marítimo se dirige Montse. Anda despreocupada, pero pensativa. ¿Su vestido rojo nos recuerda su vida pasada? La serenidad que envuelve la escena explica lo demás.
Quizá no sería justo si cerrase esta pieza no hablando del plano final que cierra la cinta. resume tantas cosas, dice tantas cosas. Un regalo de José Luis a Antonio, quizá al revés, quizá el regalo era para todos nosotros como espectadores. De cualquier manera, no se puede perder.