jueves, noviembre 21, 2024
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La debacle eléctrica: destrucción económica, social y psíquica

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Miguel Henrique Otero
Miguel Henrique Otero
Periodista, Presidente y Director del periódico venezolano El Nacional.

En la rica historia de los sistemas eléctricos del continente, el caso venezolano -como el de Cuba- ocupa un lugar excepcional y paradójico. Aunque entre unos investigadores y otros hay algunas discrepancias en relación a las fechas, varios de ellos coinciden: Caracas habría sido la cuarta ciudad de América Latina en poner en funcionamiento una embrionaria red eléctrica de carácter público: un dinamo que alimentaba una serie de lámparas de arco voltaico. Ocurrió en 1883. Antes, en La Habana (1877), que fue la primera; en varias ciudades de Brasil (1879) y de México (1880), se habían puesto en funcionamiento sistemas semejantes. Previo a todo esto, en 1873, el científico y escritor Vicente Marcano, en una acción cargada de simbolismo, había logrado iluminar la Plaza Bolívar de Caracas, con un sistema conectado a una máquina de vapor.

En 1888 en Maracaibo fue fundada la primera empresa privada dedicada a la prestación de servicio eléctrico en Venezuela. Siete años después -en 1895- se produciría la fundación de la Electricidad de Caracas, que llegaría a ser una empresa modelo dentro y fuera de Venezuela. En los años siguientes, en distintas partes del país fueron fundándose empresas que contribuyeron a electrificar ciudades, pueblos, carreteras y más. 

A lo largo de las cinco décadas comprendidas (este es un lapso solo referencial), entre 1877 y 1937, la electrificación paulatina de las ciudades -es decir, de los espacios públicos y de los hogares- produjo cambios profundos en lo económico, lo cultural y en la configuración de la vida cotidiana. Como en cualquier parte del planeta, la llegada de la electricidad actuó como fuerza modernizadora. Puedo agregar que mi familia, como tantas otras en el país, fue parte de aquella iniciativa empresarial: mi abuelo, Henrique Otero Vizcarrondo fue fundador de la compañía eléctrica que inició el servicio eléctrico en la ciudad de Barcelona, Anzoátegui.

Desde aquellos hechos pioneros, hasta 1999, Venezuela fue una nación líder por la solidez y proyección de su sistema eléctrico. De una parte, contaba con empresas privadas, que operaban con altos estándares en zonas determinadas. De otra, en un plano de mayores ambiciones, estaba la acción del Estado que logró, a partir de los años cincuenta del siglo XX, crear importantes infraestructuras de producción y distribución, para llevar el servicio eléctrico a casi 90% del territorio. Fallaba, es cierto, pero su desempeño general era muy alto.  

El mega apagón de marzo de 2019 -quizá el más evidente y demoledor hito del programa de destrucción ejecutado por el régimen de Chávez y Maduro-, no fue un hecho sobrevenido. Fue el producto de dos décadas de desinversión, ausencia total de programas de mantenimiento, corrupción extendida e incompetencia generalizada. Hay que insistir en el fondo de la cuestión: una reconstrucción de los hechos y las omisiones, de la politización de las empresas eléctricas del Estado, de los decretos y usos políticos, de la calaña de los nombramientos, nos revela que la calamidad que estalló en el 2019 fue sembrada, gestionada, provocada. 

Basta con recordar la lista de quienes han presidido Corpoelec, desde 2007 hasta hoy, para sustentar lo que sostengo: Hipólito Izquierdo García, Alí Rodríguez Araque, Argenis Chávez Frías, Jesse Chacón Escamillo, Luis Motta Domínguez, Igor Gavidia, José Luis Betancourt: una antología de las perversiones del poder chavista y madurista: golpistas que dispararon contra venezolanos indefensos; comunistas expertos en el odio a las empresas; nepotismo del más descarado; militarismo corrupto; incompetencia crónica e impune; desconocimiento extremo de una materia que es compleja, profesionalmente muy exigente, y que requiere de experiencias y conocimientos concretos de las realidades del territorio venezolano.

Antes de seguir, permítame el lector un paréntesis de unas pocas líneas, para decir que, a pesar de su fallecimiento en noviembre de 2018, está pendiente el juicio político y moral al sujeto Rodríguez Araque, que fue guerrillero (por lo tanto, un criminal), Ministro de Energía Eléctrica, Ministro de Economía y Finanzas, Presidente de Petróleos de Venezuela, Ministro de Relaciones Exteriores, Ministro de Energía y Petróleo, y  que detentó varios otros cargos y responsabilidades. En el expediente de Rodríguez Araque están los despidos a miles de profesionales de la industria petrolera, el pervertimiento de PDVSA, una importante alícuota en el deterioro del sistema eléctrico, el tráfico de bienes de Venezuela hacia Cuba -país en el falleció- y mucho más. Rodríguez Araque es una figura capital en la ruina de la nación. No lo olvidemos.

Retomo así el hilo de la catástrofe eléctrica para consignar aquí lo que los venezolanos saben y padecen todos los días: el mega apagón del 2019 no ha terminado. En todo el territorio, incluso en el ámbito de la Gran Caracas -supuesta zona privilegiada de los esfuerzos gubernamentales- continúan produciéndose apagones todos los días. Todos los días. Sin remedio. Sin solución a la vista. Como si ese fuese la naturaleza del servicio: improbable, calamitoso, donde lo único seguro es que fallará en algún momento del día, no se sabe por cuánto tiempo, haciendo más duras y empobrecidas las vidas de los venezolanos, gracias a los Rodríguez Araque, los Chávez Frías, los Chacón Escamillo, los Gaviria, los Motta Domínguez, los Maduro y sus socios. Pero esto no es lo peor: lo peor, lo humillante, lo nefasto ocurre todos los días, a toda hora, en las regiones más allá de Caracas.

En 24 años, el costo que han pagado los venezolanos por las fallas del servicio eléctrico, son incalculables. No hay sistema contable que cuantifique las neveras, congeladores, televisores y otros electrodomésticos que fueron liquidados en el ir y venir de la energía eléctrica. Por ejemplo, ¿cuántos de los alimentos perdidos -en un país hambriento-, y de los medicamentos dañados se deben al facineroso de Rodríguez Araque? ¿Cuántos pacientes fallecieron a causa de los apagones, no solo en quirófanos sino también en salas de diálisis o en salas de espera que no podían funcionar por falta de energía? ¿Cuántos niños y ancianos quedaron atrapados, por larguísimas horas, en ascensores sin ventilación? ¿Cuánto ha sido el sueño perdido, la incertidumbre, el estrés, el miedo, el sufrimiento, el aislamiento, la impotencia, el dolor, la soledad de venezolanos que viven solos -sus familias enteras huyeron del país-, a quienes ha tocado pasar, no días, no semanas, no meses, sino años sin servicio eléctrico, sin que el poder asuma que ese costo, no es solo material, es también psíquico, porque alcanza al sistema más básico de certidumbres que las personas necesitamos para vivir con dignidad. 

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