Pocas cosas hay tan frustrantes como convertirte en invisible cuando eres el protagonista de algo. Y eso es lo que le sucedió a Feijóo la pasada semana en el Congreso de los Diputados durante su fallida investidura. Debía ser el protagonista de ese debate y sus propuestas las que tuvieran el foco mediático. Sin embargo, el discurso más recordado no será el de Alberto Núñez Feijóo sino el de Óscar Puente.
De ganador a ganador, Puente desnudó al líder popular, poniendo en evidencia, a la vista de todos, las mentiras, las contradicciones y la falta de propuestas de un Feijóo que asumió a ratos políticas cuasi antagónicas. Vimos al Feijóo socialdemócrata que abrazaba las propuestas que meses antes había rechazado con su voto en el Parlamento. Vimos al Feijóo más ultraliberal con el mantra de la bajada de impuestos y vimos también a un Feijóo radical negacionista del cambio climático, intentando hacer un guiño a la bancada de la extrema derecha. El mismo Feijóo cambiante y marxista (de Groucho) que un día define a Junts como “golpista” y al día siguiente como “un partido cuya tradición y legalidad no están en duda”.
Sería muy largo desgranar toda la retahíla de mentiras, falsedades e inexactitudes que dijo el líder popular, pero quizás la más llamativa fue la afirmación de que tenía a su alcance los votos para ser Presidente del Gobierno pero que no aceptaba pagar el precio que le pedían, obviando intencionadamente que un eventual apoyo de Junts implicaría inmediatamente la pérdida del apoyo de Vox. El problema del inconsecuente, que unas mentiras se contradicen con otras dichas momentos antes.
Decía la semana pasada en esta misma tribuna que sería deseable que Feijóo se presentara ante el Congreso con un programa de gobierno y no incurriera en el error de convertir su investidura en una moción de censura anticipada a Pedro Sánchez. El discurso del líder popular fue, en esencia, esto último. Volvió a reiterar su oferta de seis pactos de Estado y desgranó varias promesas recogidas en el programa electoral del PP, todo muy genérico y alejado de lo que se espera y es exigible a un candidato a la presidencia del Gobierno de España.
Clarificadora resultó la única propuesta que realizó sobre la situación política catalana: una reforma del Código Penal para tipificar como delito la deslealtad constitucional. Esa falta de diálogo y de voluntad de hacer POLÍTICA con mayúsculas que padece actualmente la derecha española explica la soledad más absoluta en la que se encuentra el PP, que tan sólo tiene a su lado a la ultraderecha de Vox, anclándoles en el pasado.
El eje de toda la estrategia de Feijóo fue oponerse a una hipotética Ley de amnistía, poniendo así de manifiesto la trampa de esa investidura. El objetivo no era tratar de ser Presidente del Gobierno, sino asentarse como jefe de la oposición y líder del PP, desvirtuando así la figura de la sesión de investidura. Los autodenominados “paladines” de la Constitución una vez más la golpean y zarandean, como cuando bloquean la renovación del CGPJ. Escuchando y leyendo los medios de comunicación y las redes sociales parece que el objetivo que tanto anhela Feijóo lo ha conseguido, España no tiene aún Presidente del Gobierno pero da igual, qué más da, lo que importa es que ya hay líder de la oposición. Por ahora.
En cambio, lo que no pudimos ver a lo largo de la investidura fue a un candidato a la presidencia del Gobierno. Fue, como decía al principio, invisible. Nadie le vio pese a que era su momento. Ni ejerció ni lo intentó. En realidad Feijóo nunca se ha visto en ese papel desde la noche del 23J. Pero la invisibilidad tiene un problema, antes o después dejan de mirarte y de prestarte atención porque la ciudadanía busca referencias visibles, reconocibles y útiles. Los españoles necesitamos un Presidente del Gobierno y no un líder de la oposición. Alguien que desde la igualdad, el diálogo y la búsqueda del entendimiento presente y desarrolle un proyecto para España que nos haga avanzar y progresar. Es el momento de Pedro Sánchez.