El pasado domingo los gallegos hablaron una vez más en las urnas autonómicas para elegir su parlamento regional y el gobierno de la Xunta. Y lo hicieron otra vez, de una manera muy nítida, tanto como lo llevan haciendo los últimos años desde 2009: con una mayoría absoluta del Partido Popular.
Los 40 escaños obtenidos por el presidente Rueda han sido un aval a su gobierno y a una sucesión ordenada y tranquila por parte de Feijoo, que es quien había ganado las elecciones 4 años antes. Además, demuestra el acierto de éste al elegir a su delfín, a pesar de que siempre es muy difícil pasar de un presidente con mayoría absoluta a un nuevo liderazgo.
Las claves del éxito ya son conocidas por casi todo el mundo: un buen gobierno con una muy alta valoración ciudadana; un gobierno que soluciona problemas y que no los crea a los ciudadanos, y que es cercano a ellos; un arraigo del PP en el terreno hasta el punto de haber logrado la identificación total del partido con el carácter y la fisonomía de los gallegos (de hecho, cuando en 2005 el PP perdió por última vez la Xunta, el motivo fue que le faltó solo un diputado para la mayoría absoluta); y, en definitiva, un partido que hace que Galicia avance y progrese de manera continua hacia el futuro.
Y frente a esta victoria absoluta del PP, la cruz de la moneda está en los esperpénticos resultados del PSOE de Sánchez. Se ha quedado en 9 escaños con poco más de 200.000 votos, sin que nadie esté en condiciones de asegurar que es su suelo electoral.
El resultado del PSOE es un absoluto fracaso de un Sánchez, que sigue perdiendo todas las elecciones a las que se presenta, y que hace perder a sus compañeros las elecciones autonómicas (solo 3 CCAA ya tienen los socialistas).
Recordemos que es el hombre récord Guiness en la historia democrática del PSOE: en 2016 obtuvo 85 diputados el mínimo jamás obtenido por el PSOE, nunca nadie ha sido presidente con menos diputados (85-120-123), jamás nadie accedió a la presidencia por una moción de censura, y jamás un perdedor de las elecciones (2023), se había presentado a una investidura de manera victoriosa.
Los españoles, en comicios nacionales o autonómicos, le estamos diciendo continuamente a Sánchez que no nos gusta cómo nos gobierna, ni sus modos soberbios y frentistas, y mucho menos sus aliados en el gobierno: sucesores de HB-ETA, separatistas golpistas de ERC y Junts, y extremistas podemitas de izquierdas.
Y si a alguien ya no le cabe duda, y no hay que tener miedo a decirlo, sólo las actitudes iliberales y las campañas agresivas y excluyentes de Vox, le mantienen en el poder. Si Sánchez hoy es presidente, se lo debe a Vox.
En cualquier caso, alguien con cabeza en el PSOE e independiente de criterio (si aún quedara tal espécimen), debería plantar cara a Sánchez y decirle que va a ser el enterrador de un partido centenario. Solo el poderoso pegamento del poder, sobre todo cuando el sanchismo invade todas las instituciones y se reparte todos los puestos y prebendas, mantiene con vida a un partido que se va extinguiendo, que cada vez tiene menos apoyo (ya terceros en muchos parlamentos autonómicos), y lo peor de todo para ellos, que ha dejado de ser útil a los españoles.
El poder por el poder es lo que tiene. Cuando solo ejerces el poder por ostentarlo y disfrutarlo, no puedes ofrecer ningún proyecto de futuro ilusionante. Es más, en esta legislatura, ¿hay alguien que pueda decir un solo objetivo de país para estos próximos 4 años? No los hay: solo se trata de aguantar y aguantar, al precio que sea, y bordeando o saltando el estado de derecho cuando sea necesario.
Por eso, la alternativa que representa el Partido Popular debe estar perfectamente engrasada, con ideas, programas y equipos a punto.
El Tic Tac que marca el reloj de la menguante cuenta atrás para Sánchez, cada vez resuena más alto.