Este pasado lunes hemos conmemorado el vigésimo aniversario del mayor atentado habido en suelo europeo, veinte años ya de aquel 11 de marzo de 2004: el día de la infamia que nunca debimos sufrir.
Aquel día a los españoles se nos rompió algo en nuestro interior porque los españoles por una vez fuimos uno, y fuimos solidarios en el dolor de los nuestros. Además, el golpe recibido como nación tuvo unas dimensiones tan enormes que aún hoy, creo, que lo seguimos pagando. Y es que, desde aquella fría mañana, nada ha vuelto a ser igual.
Evidentemente, nuestra primera obligación debe ser el recuerdo para con las víctimas y con aquellas personas que sufrieron en sus carnes el azote terrorista, porque nunca debemos olvidarnos lo que desde el Partido Popular siempre decimos: el terrorismo pasa, pero sus consecuencias permanecen ya que las víctimas permanecen.
Aquella mañana murieron 193 personas y muchos cientos resultaron heridos. Y la frase de que en aquellos trenes íbamos todos, no fue una frase que hizo fortuna sino el reflejo de las emociones en unos momentos en que todos llorábamos.
El pasado lunes en el homenaje popular organizado por la Comunidad de Madrid en la Puerta del Sol, una hija de una víctima, Vera de Benito, una niña entonces a la que se privó de un padre familiar, a la que se impidió crecer junto a su referente y a la que se heló el corazón para siempre, nos conmovió a todos cuando nos habló de sus vivencias.
Representó su intervención en tal acto lo que deberían ser los homenajes a las víctimas: el recuerdo permanente a los seres queridos.
En cambio, y como reflejo de lo que se rompió en la política española, el acto institucional organizado por Moncloa, y presidido por SSMM Los Reyes (una nueva “embarcada” al primero de los españoles por parte de Moncloa), reflejó como pocos en qué se ha convertido la política española.
Sánchez se rodeó para ese acto de instituciones europeas, y convirtió un acto que debería ser popular y masivo en un acto burbuja debidamente cerrado a la población por su aversión a la voz de la calle, y no invitando a la oposición política española, especialmente al Partido Popular, primer partido de Madrid y de España, y de paso, apropiándose del dolor de las víctimas.
No sería exagerado decir que el 11M también murió la concordia del 78, pues las acusaciones infames de los días siguientes tildando al PP de asesino y asediando a sus sedes y militantes, se han instalado en la política española del día a día como práctica diaria.
La concordia y el acuerdo dieron paso desde aquellos días a la confrontación, el guerracivilismo y la trinchera, promovidos desde el gobierno de la Nación, algo que ya se había ensayado en el Pacto del Tinell, pioneros en ese aislamiento social y político del centro derecha español.
Con un fanatismo que pensábamos olvidados, desde el Gobierno se empezó a gobernar solo para una mitad de la sociedad española, y contra la otra mitad a la que se deslegitimó como actor democrático.
Zapatero fue el inventor de esta confrontación que luego ha perfeccionado Pedro Sánchez. El antes adversario político es hoy enemigo. Y ese recurso tan perverso del cainismo, se está trasladando peligrosamente a la población española, y eso es responsabilidad del gobierno central.
Y esto no vamos a dejar de denunciarlo desde el Partido Popular; no vamos a callar ante el involucionismo autocrático con el que gobiernan Sánchez y sus socios.
Creemos que es nuestra obligación por respeto a nuestro Estado de Derecho, a nuestra España y a los españoles, especialmente a los que cayeron antes que nosotros defendiendo la democracia y un estilo de vida en paz y libertad.