El uso de la mentira se ha convertido en un arma política. La utilización de la injuria y del insulto ha pasado a la categoría de arte. En lugar de expresar un desacuerdo sobre lo propuesto y plantear una alternativa, se opta por descalificar al adversario, añadiendo muchas veces bulos para apuntalar la justificación para ofenderle.
Este fenómeno lo encontramos en cada vez en más sitios. Ahí está EE. UU., cuyo máximo exponente es Donald Trump, o lo vimos en Brasil con Bolsonaro, pero también está presente en otros muchos sitios de Latinoamérica, Europa, Asia u Oceanía. Asistimos a la globalización de una nueva forma de entender y hacer política, donde ya no hay líneas rojas ni respeto institucional que valga.
España no es ajena a esta situación. Vivimos una degradación de la vida pública y del discurso político estremecedora. El lenguaje de la confrontación entre adversarios políticos siempre ha existido en democracia, en muchas ocasiones con crudeza, sin embargo, hoy asistimos a la sustitución del debate ideológico por la descarnada descalificación personal. Los argumentos han desaparecido ocupando su lugar el insulto y la mentira.
En política, la “bajeza verbal”, el insulto, la descalificación, ponen en peligro la convivencia, traspasando las líneas rojas que una democracia no puede ni debe permitirse traspasar sin debilitar sus propios fundamentos, generando la descomposición de las instituciones y la desafección hacia la política y los representantes públicos. A comienzos del 2024 conocimos los datos de la primera encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre hábitos democráticos. El 52% de los entrevistados ven la situación política general en España mala o muy mala (en la Comunidad de Madrid el porcentaje se incrementa a casi el 55%). Los ciudadanos ven la situación política muy crispada, lo que les preocupa, y piden a los políticos que se calmen. Así, el 88,9% estima que hay mucha o bastante crispación (en la Comunidad de Madrid se incrementa cinco puntos porcentuales hasta el 94,3%). Un 93,2% de los ciudadanos consideran que debería hacerse algo para reducir la crispación política en España (en Madrid dos puntos más, el 95,6%). Un 89,8% de los encuestados quieren que haya grandes consensos políticos sobre temas importantes que afectan a la ciudadanía (en Madrid se eleva también en este caso el porcentaje en dos puntos hasta el 91,8%) y un 95,3% considera fundamental desinflamar el debate público (un 97% en Madrid), por lo que un 93,2% cree que “debería hacerse algo para reducir la crispación” (en Madrid de nuevo el porcentaje se eleva hasta el 95,6%).
Todos estos datos señalan de manera clara que los españoles (y los madrileños aún más) tienen una visión muy negativa de la situación política actual, que están hartos de la crispación y reclaman a los políticos que dejen atrás la bronca y se pongan a dialogar para alcanzar consensos sobre los temas importantes que afectan a la ciudadanía. Particularmente relevadores parecen los datos de la Comunidad de Madrid, con indicadores más altos que la media de España. Sin duda en estos datos tiene mucho que ver el estilo bronco, de constante enfrentamiento con el Gobierno de España y con todo aquel que piensa diferente, que practica el PP de Madrid de la mano de la Presidenta regional, Isabel Díaz Ayuso, donde el diálogo y el respeto institucional e incluso personal han pasado a mejor vida. La Comunidad de Madrid se ha convertido en punta de lanza de ese imparable fenómeno que se extiende por toda la política española, la crispación de la vida pública y la degradación de las instituciones y del discurso político. La tensión política escala en España y empieza a trasladarse a las calles. Todo es susceptible de convertirse en una bronca. En este clima de “cabreo inducido” todo sirve como metralla. Ya no se admiten matices.
En este escenario político marcado por la crispación, surge la pregunta sobre cómo superar la política del insulto, la descalificación y la mentira. Esta no es una situación nueva para España, que en el pasado ya tuvo que enfrentar y superar etapas similares. ¿Cómo se logró en anteriores ocasiones superar esta situación de crispación? La respuesta está en la sustitución de la confrontación por el diálogo, aunque la verdadera clave la tenemos que encontrar en otros elementos decisivos. Entre 1993 y 1996, España vivió lo que se conoció como la legislatura de la crispación, donde el bipartidismo fue endurecido y las relaciones políticas se degradaron enormemente, contribuyendo a ello de manera decisiva actores externos, especialmente los medios de comunicación. La llegada de una mayoría absoluta con Aznar al frente marcó el fin de los duros debates que se vivián en aquel momento. Fue un resultado electoral el que llevó a reconsiderar una estrategia, demostrando cómo un cambio en el panorama político puede propiciar un ambiente más conciliador. Durante el año 2010, las consecuencias de la crisis económica avivaron el fuego de la discordia, llevando la tensión de las calles a la tribuna política. La victoria de Mariano Rajoy en las elecciones generales cerró otra etapa de tensiones máximas. En ambas ocasiones se repitió en mismo contexto, gobierno del PSOE y una oposición, el PP, tensionando y crispando constantemente, negando e imposibilitando diálogo institucional y acuerdos de estado. ¿Les suena de algo esto? Si, efectivamente, es lo que estamos viviendo ahora mismo. En aquel entonces, 1996 y 2010, no había amnistía de por medio, ni una aritmética parlamentaria tan compleja, ni Puigdemont, etc. Había, como ahora, un Gobierno de izquierdas, progresista, democráticamente elegido y una oposición de derechas, el PP, que se dedicó a crispar, tensionar e inflamar la vida pública y social para erosionar al Gobierno y hacerlo caer. ¿Cuándo cesó la crispación en aquellas dos ocasiones? Cuando cayeron los gobiernos de izquierdas y el PP tomó el Gobierno. Ya sabemos a qué atenernos, todo está dicho.
El PP participa hoy activamente del clima político más enconado y polarizado de la democracia. Creen que cuanto peor le vaya a España, mejor para el PP (y luego se dicen patriotas). La teórica moderación de Feijóo, si en algún momento existió, ha sido sepultada por Vox e Isabel Díaz Ayuso, que operan en el PP como elementos de crispación, llevándole a las posiciones más extremas. Recientemente, en una entrevista a un medio de comunicación, el líder popular, Feijóo, reconoció que España asiste a “la peor política que se ha practicado en la democracia”. Lo que no reconoció es cual es su responsabilidad en todo ello (mucha) y que iba a hacer para cambiarlo (nada).
Mucho me temo que seguiremos igual en las próximas semanas y meses, instalados en la crispación. Da igual la anmistia, Bildu, Junts, Puigdemont, y tantas otras cosas, son una excusa para alcanzar un objetivo: derribar al legítimo Gobierno de nuestro país. El verdadero problema que tenemos hoy en España es un partido que no respeta las instituciones si no las controla, que no respeta las normas si no le benefician y que no respeta la democracia si no gana.