Todos los analistas, medios de comunicación y empresas demoscópicas coincidían en las semanas previas sobre lo inciertas que se presentaban las elecciones vascas, con la pugna cerrada por alzarse con la victoria entre un desgastado EAJ-PNV y un EH Bildu pujante. Nadie se atrevía a aventurar que iba a pasar. Finalmente, esta vez sí, se cumplieron los pronósticos que anunciaban máxima igualdad. Las encuestas no fallaron y la noche electoral acabó con un empate a 27 escaños entre las dos formaciones y una ventaja en votos de menos de tres puntos y 28.000 votos para el PNV. En las anteriores elecciones la ventaja de la formación jeltzale fue de 10 escaños, 11 puntos y 100.000 votos.
Pese al “desgaste del poder” y al creciente malestar de la sociedad vasca por el deterioro en los últimos años de los servicios públicos, especialmente en áreas tan sensibles como la sanidad o la educación, el PNV fue capaz de volver a ganar en votos. Eso sí, tan sólo se impuso en Vizcaya. Tiene por delante el reto de si, como todo parece, se vuelve a reeditar un acuerdo con los socialistas para formar gobierno de coalición, revertir esta situación, poniendo en el primer plano las políticas sociales.
EH Bildu no logró su objetivo de “sorpasso”, pero el resultado supone un éxito para la coalición. Ha conseguido capitalizar buena parte del descontento social de los últimos años ante las políticas del gobierno de Urkullu. Es difícil determinar el impacto que pudo tener la negativa del candidato de la izquierda abertzale de calificar de grupo terrorista a ETA en la cadena SER, pero de lo que no cabe duda es que evidenció su falta de sensibilidad y empatía con las víctimas de ETA, pese a su intento de rectificación tres días después. Cómo ya expresé en otro artículo, EH Bildu sigue teniendo una deuda con todos los demócratas, la condena rotunda y contundente del terrorismo y el reconocimiento claro e inequívoco de que jamás tuvo razón de ser ni hay circunstancia que lo justifique. En aras de la convivencia y por una cuestión ética, la formación abertzale tiene que dar más pasos en esa dirección. Una cosa es que en el nuevo tiempo que se ha abierto en Euskadi primen las preocupaciones socioeconómicas y otra que se haya olvidado de que ETA asesinó hasta el año 2009 a más de 850 personas, dejando miles de heridos.
El PSE-EE hizo de la reivindicación de las políticas progresistas y de su capacidad de ser decisivos los ejes de su campaña en estas elecciones. Su moderado ascenso, dos escaños más, le da una vez más la llave de la gobernabilidad, confirmando lo que vaticinaban las encuestas. La Ejecutiva socialista de Euskadi, ya se ha pronunciado a favor de mantener la coalición con el PNV y tratar de incrementar su presencia en el nuevo gabinete. El socialismo vasco volverá a ser el eje de convivencia y de desarrollo social del País Vasco, como lo lleva siendo en los últimos 40 años de autonomía en Euskadi. Además, de esta manera se apuntala la mayoría parlamentaria del Gobierno de Pedro Sánchez y su apuesta por el entendimiento con la realidad nacionalista de la periferia española.
El resultado electoral del PP vasco, pese a subir un escaño, una vez más pone de manifiesto su actual irrelevancia en Euskadi, consecuencia en buena medida de sus continuos bandazos en los últimos años. Sus intentos de ser determinantes, erigiéndose como el “único partido realmente constitucionalista” frente a nacionalistas, separatistas y lo que llaman blanqueadores de EH Bildu, han fracasado. Tampoco han conseguido materializar su objetivo de absorber al electorado de Vox. La dialéctica apocalíptica y crispada de la cúpula nacional del PP contribuye de manera decisiva a perpetuar a la formación en la marginalidad en una Euskadi alejada de la crispación.
A la izquierda del PSOE, el desastre de Galicia se repite en el País Vasco. Desaparece Podemos y Sumar apenas es capaz de conseguir un escaño. Una vez más, ha quedado demostrado que la división penaliza, por si alguien tenía aún dudas. Las querencias centrífugas unido a la indefinición orgánica de Sumar resultan preocupantes. Es imprescindible una profunda reflexión colectiva de todos los actores que intervienen o aspiran a hacerlo en ese espacio político si quieren ser un instrumento útil para la ciudadanía que se define como progresista, contribuyendo a conformar mayorías de izquierdas en las instituciones.
Euskadi sigue votando de manera mayoritaria nacionalista. De hecho, va a tener el Parlamento más nacionalista de la historia y, sin embargo, este avance de los partidos nacionalistas no se acompaña de un avance del nacionalismo ni del independentismo en el sentir de la sociedad vasca. Según la encuesta preelectoral del CIS, un 46% de los entrevistados se siente solamente vasco o más vasco que español, una cifra inferior al 54% de 2015 o el 57% de 1998. También ha retrocedido el apoyo a la independencia. Según un estudio que publica la Universidad de Deusto, hoy solo un 13% de los vascos prefiere un Estado independiente, frente al 18% de 2015. La opinión vasca quiere más y mejor autogobierno, pero rechaza la independencia. Este cambio social, que tiene raíces profundas y generacionales, se manifiesta en el orden de prioridades de los temas que preocupan a los vascos. La reivindicación independentista y los elementos identitarios pasan a un segundo plano, siendo sustituidos por una mayor exigencia en el mantenimiento, desarrollo y consolidación de las políticas sociales.
Escribía hace semanas cómo la igualdad en las elecciones vascas, unido al relevo en los liderazgos de la casi totalidad de las formaciones políticas, indicaban de manera clara el inicio de un nuevo tiempo para una Euskadi afianzada en la normalidad democrática tras el fin de la banda terrorista ETA y su disolución. El resultado electoral no ha hecho sino confirmar la profundidad del cambio social en la sociedad vasca, en un clima de normalidad y moderación entre sus representantes políticos, dejando atrás la confrontación identitaria que dividía en dos a Euskadi, en claro contraste con lo que sucede en la política nacional donde asistimos al clima político más enconado y polarizado de la democracia, donde la utilización de la mentira, de la injuria y del insulto se han convertido en un arma política que la derecha ha elevado a la categoría de arte. Tanto el desarrollo de la campaña electoral vasca como sus resultados ponen de manifiesto que la fórmula del PSOE de apostar por la convivencia, el diálogo y el entendimiento para seguir avanzando como sociedad, todos juntos, es la acertada frente a la crispación, la fractura social y el enfrentamiento que busca la derecha.