El jueves todos nos quedamos desconcertados y aturdidos al leer la carta dirigida a la ciudadanía que el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, hizo pública en su cuenta de X en la que anunciaba que se tomaba unos días para reflexionar sobre su futuro y responder a la pregunta de si debe “continuar al frente del Gobierno o renunciar a este alto honor”, como consecuencia de la campaña de acoso y derribo que están sufriendo él y su familia por parte de la derecha y la extrema derecha.
Una campaña descarnada y vil, llena de insultos, mentiras y bulos cuya gota que ha colmado el vaso ha sido una denuncia sin fundamento del “pseudosindicato” Manos Limpias, de ideología ultraderechista y pasado turbio, basada en recortes de prensa y noticias falsas, contra la esposa del presidente, Begoña Gómez. Denuncia que, de manera incomprensible, ha sido admitida a trámite por un juez, Juan Carlos Peinado, padre de una concejala del PP en Pozuelo de Alarcón y que ya en el 2015 llevó la denuncia de la misma organización contra los concejales del Ayuntamiento de Madrid Pablo Soto y Guillermo Zapata por unos tuits supuestamente ofensivos. No hay al parecer ningún indicio ni prueba de que las actividades de Begoña Gómez incurran en algún delito, es más, la denuncia incluía un bulo que atribuía una subvención a la esposa del presidente y que, en realidad, se adjudicó a una empresaria cántabra que también se llama Begoña Gómez. La Fiscalía ha recurrido el auto del juez directamente ante la Audiencia Provincial solicitando el archivo ante la inconsistencia de la documentación aportada. La propia organización denunciante, Manos Libres, ha reconocido que lo único que tienen son esas noticias de prensa. Entonces, ¿cómo es posible que un juez admita a trámite esta denuncia? La indefensión que provocan estos libelos, organizaciones como Manos Limpias y jueces que, como mínimo, se precipitan al admitir semejante basura como indicio, afecta a los derechos de todos los ciudadanos españoles. Es preciso abrir una reflexión sobre los límites de la lucha partidista, sobre la existencia de mecanismos suficientes en el poder judicial para evitar las sospechas de utilización política de los tribunales y sobre los efectos perversos de la desinformación dedicada a la destrucción personal.
No es la primera vez que asistimos a este tipo de cacerías personales en España, Felipe González, José Luís Rodríguez Zapatero y tantos otros, claro está siempre en el espectro ideológico de la izquierda, también las sufrieron. El objetivo, antes igual que ahora, es el mismo: acabar con gobiernos progresistas y sustituirlos por otros de corte conservador, y si para ello hay que deslegitimar instituciones o destruir personas, aun poniendo en riesgo el Estado constitucional y de derecho, hágase, al fin y al cabo, sólo son daños “colaterales”.
España vive uno de los momentos más polarizados y envenenados de su historia reciente. Resulta difícil saber cuándo empezó, pero lo cierto es que se han normalizado cosas que no deberían ser en absoluto normales: la negativa a reconocer la legitimidad de un Gobierno elegido democráticamente, insultos intolerables, expresiones inaceptables (“me gusta la fruta” o “que te vote Txapote”), mentiras dañinas o reiterados intentos de deslegitimación de las instituciones. La sociedad está cada vez más fracturada y envenenada por el odio y lo que la historia demuestra es que esto siempre acaba mal (la Segunda República o la República de Weimar). Estamos bordeando pasar a vivir en una sociedad rota. Pero no todo el mundo tiene la misma responsabilidad. Quién no acepta las reglas de juego, utiliza la mentira como arma constante para descalificar al enemigo, se niega a aceptar los resultados electorales y se resiste a reconocerle a un Gobierno, y a la mayoría que lo apoya, la legitimidad que les han dado los ciudadanos, sin duda tiene mucha más responsabilidad en la ruptura social a la que nos precipitamos.
Vivimos una degradación de la vida pública y del discurso político estremecedora. El lenguaje de la confrontación entre adversarios políticos siempre ha existido en democracia, en muchas ocasiones con crudeza, sin embargo, hoy asistimos a la sustitución del debate ideológico por la descarnada descalificación personal. Los argumentos han desaparecido ocupando su lugar el insulto y la mentira. El uso de la mentira se ha convertido en un arma política. La utilización de la injuria y del insulto ha pasado a la categoría de arte. El PP participa hoy activamente del clima político más enconado y polarizado de la democracia. Creen que cuanto peor le vaya a España, mejor para el PP (y luego se dicen patriotas). La teórica moderación de Feijóo, si en algún momento existió, ha sido sepultada por Vox e Isabel Díaz Ayuso, que operan en el PP como elementos de crispación, llevándole a las posiciones más extremas.
Hablamos siempre de la capacidad de resistencia de Pedro Sánchez y de su querencia por los golpes de efecto para superar crisis, pero este anuncio del jueves parece más motivado por un impulso emocional, que por un movimiento táctico. Todo el mundo tiene su límite, también Pedro Sánchez. Mal puede entenderse la política si se olvida que la hacen los seres humanos. Estos días de reflexión personal anunciados por el presidente del Gobierno deberían hacernos reflexionar también a nosotros sobre la necesidad que tenemos como país de una regeneración ética del discurso público, de sus órganos de justicia y de sus medios de comunicación. Sería conveniente también que ampliáramos esa reflexión hacía el poder del odio y el tipo de sociedad en el que queremos vivir: una en la que haya desaparecido la verdad y cualquier insulto sea legítimo u otra en la que haya un acuerdo sobre lo tolerable y lo intolerable.
En su carta, Pedro Sánchez se preguntaba si valía la pena continuar. Muchos vamos a decir alto y claro estos días: Sí vale la pena. Para preservar los avances sociales y el camino recorrido desde junio de 2018. Para alcanzar por primera vez la cifra de 21 millones de personas trabajando. Para subir el SMI un 54 %. Para defender la paz y exigir el reconocimiento del Estado Palestino. Para ser la potencia europea que más crece y ser referente en la lucha contra el cambio climático.
Leía esta mañana una tribuna donde se decía que “vivimos una deriva que nos está rompiendo como país y como ciudadanos. Y ha llegado el momento de pensar en cómo pararla”. Desde aquí hago un llamamiento a apoyar los valores de la tolerancia y la convivencia, pilares de nuestra Constitución, que en estos momentos están en grave peligro ante la estrategia de crispación y la polarización de la derecha extrema. A apoyar los valores progresistas, frente “a la máquina del fango”, manteniéndonos fuertes y unidos frente al odio. A apoyar, en definitiva, a Pedro Sánchez, al gobierno progresista y a la mayoría social que representan frente a los ataques de la derecha extrema. Por encima de las ideologías, defendamos la democracia.