miércoles, julio 3, 2024
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O Salvador Illa, o el bloqueo

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Agustín Vinagre Alcázar
Agustín Vinagre Alcázar
Agustín Vinagre Alcázar Diputado Grupo Parlamentario Socialista en la Asamblea de Madrid. Presidente de la Comisión de Presupuestos y Hacienda

Este domingo se celebran elecciones en Cataluña, aunque el resto de España tenemos la mirada fija en lo que allí pueda suceder. A nadie se le escapa la trascendencia de los resultados de estas elecciones y sus posibles repercusiones en la política nacional. Estamos ante unas elecciones con muchas incertidumbres y apenas certezas. Nadie es capaz de aventurar que tipo de Govern puede surgir tras la proclamación de los resultados del 12 de mayo. Las fuerzas independentistas por primera vez desde el año 2012 llegan a las urnas con grandes dudas sobre si serán capaces de reeditar su mayoría absoluta, con proyectos soberanistas indefinidos y poco diferenciados, sumado a una patente falta de credibilidad, causas que dificultan sobre manera repetir una hipotética coalición, abriéndose paso otros escenarios hasta ahora inéditos en la política catalana que harían necesarios otro tipo de alianzas y pactos. 

El favorito, según todas las encuestas, es Salvador Illa que ha tenido en el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez su principal activo a lo largo de la campaña. El socialista ha ido desgranando a lo largo de estas semanas su programa de gobierno, con medidas concretas para sanidad, educación, seguridad o vivienda, demostrando que tiene una visión clara de la Cataluña que aspira a construir y gobernar. Sin embargo, de nuevo, durante el periodo electoral la mayor parte de los candidatos han dedicado más tiempo a negar cualquier posible acuerdo poselectoral con sus rivales, mediante vetos cruzados, que, a sentar las bases para construir coaliciones de gobierno, como el resultado electoral parece que así lo va a exigir. Veremos si una vez que voten los catalanes se mantienen esas posiciones inamovibles que podrían conducir a un bloqueo que abocara a una nueva convocatoria electoral ante la imposibilidad de formar gobierno con la aritmética parlamentaria resultante.

Tras cinco elecciones anticipadas que no han hecho sino generar inestabilidad y poner de manifiesto la falta de rumbo de los sucesivos gobiernos separatistas, Cataluña tiene la oportunidad de pasar página a un largo decenio, el del procés, que estuvo a punto de llevarle al colapso y al derrumbe con la ruptura estatutaria y constitucional, junto con la terrible fractura social, constatando la falta de proyectos políticos sólidos que fueran más allá de la independencia. Por primera vez en una década la cuestión independentista no ha monopolizado el debate durante la campaña. La degradación de los servicios públicos, la falta de vivienda asequible, el malestar por el aumento del coste de la vida o la pésima gestión de la sequía son los temas que más se han tratado. Esto sin duda supone una buena noticia en tanto en cuanto se normaliza el debate político en Cataluña, devolviéndole a los cauces lógicos y naturales por los que debe transitar este tipo de procesos electorales. Esta normalidad democrática pone de manifiesto el éxito de las políticas seguidas por el Gobierno de España encabezado por Pedro Sánchez a lo largo de estos años para superar la quiebra de la convivencia que trajeron el procés y la pésima gestión del mismo por los gobiernos de Rajoy, que nos dejó la nefasta herencia que todos sabemos: dos referendos ilegales, una declaración unilateral de independencia, crispación creciente y división social con un enfrentamiento entre catalanes en primera instancia y en segunda, entre una parte de los catalanes y el resto de los españoles.

En Cataluña, el apoyo al independentismo sigue siendo considerable pese al descenso en cuestiones como la simpatía por el llamado “Estado propio”. El último CEO (equivalente al CIS en Cataluña) mostró un empate, al 31%, en los ciudadanos que prefieren que Cataluña sea una comunidad autónoma y los que quieren una nación independiente. Los catalanes que se consideran independentistas son una realidad social que no debemos soslayar ni podemos, democráticamente, acallar. Precisamente por ello, como ya señalé en un artículo anterior hace meses, en Cataluña se hacía imprescindible pasar página y apostar por la convivencia. Entender que un conflicto político y social que movilizó durante años a millones de catalanes debe tener una resolución política, dentro de la ley y del marco que establece nuestra Constitución. En definitiva, la hoja de ruta que ha impulsado el Gobierno de Pedro Sánchez.

La ruptura en Cataluña durante los días anteriores y posteriores al famoso 1-O supuso un antes y un después en las relaciones entre Cataluña y el resto de España, incluso entre los propios catalanes. Una sociedad, la catalana, con familias rotas que no podían juntarse porque unos creían en la independencia y otros no. Una sociedad que ha transitado desde entonces en la creencia de que aquello que pasó no solucionó ninguno de sus problemas. No creo que ningún catalán haya olvidado todo lo que ocurrió en esos días, ni lo que sucedió después, como probablemente no lo haya hecho ningún ciudadano del resto de España. Pero no olvidar no quiere decir que no se quiera pasar página y continuar avanzando. La sociedad catalana en las elecciones del próximo 12 de mayo va a tener la oportunidad de pronunciarse con claridad entre si sigue anclada en el pasado o, por el contrario, quiere avanzar, junto al resto de los españoles, y dejar atrás definitivamente esos años oscuros. La mayoría de los catalanes están en el camino de abordar un nuevo futuro que fomente y garantice la estabilidad y el progreso tanto de Cataluña como del conjunto de España. Sólo Salvador Illa garantiza esa estabilidad y ese progreso, con una visión clara e integradora de la Cataluña que quiere y un equipo sólido y solvente para formar el mejor gobierno posible, el que se merecen las catalanas y los catalanes. O salvador Illa, o el bloqueo.

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