Decía en mi último artículo que la sociedad catalana tenía la oportunidad de decidir con su voto en las elecciones si quería seguir anclada en el pasado o quería avanzar, junto al resto de los españoles, iniciando un nuevo tiempo donde se garantizase la estabilidad y el progreso tanto de Cataluña como del conjunto de España. Pues bien, Cataluña votó y habló con rotunda claridad. La pulsión de cambio se impuso en Cataluña certificándose un cambio de ciclo que entierra el procés, es decir, la vía rupturista puesta en marcha por los partidos soberanistas para canalizar sus reivindicaciones identitarias. El Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC) ganó este domingo las elecciones autonómicas. Lo hizo, además, consiguiendo la victoria en votos y en escaños por primera en la historia de estos comicios.
El contundente triunfo del socialista Salvador Illa arrebató al soberanismo la mayoría por primera vez en cuatro décadas. El nacionalismo catalán, transmutado en independentismo, ha perdido la mayoría en el Parlament de Cataluña por primera vez desde 1980. Los partidos secesionistas han pasado de tener 74 escaños a solo 59. Y del 52% de los votos al 43,2% (incluyendo el 3,8% que ha logrado la extrema derecha independentista de Aliança Catalana). Desde septiembre de 2015, el dato más relevante de cada jornada electoral no era quien ganaba sino si la suma de las fuerzas independentistas obtenía mayoría absoluta, porque se daba por hecho que pactarían. Así fue en 2017 (70 diputados) y también en 2021 (74 diputados). El hundimiento de ERC no ha beneficiado mucho a sus rivales de Junts per Catalunya, que lo fio todo al efecto Puigdemont y no ha conseguido sacarle todo el partido que ellos aspiraban a la situación. El resultado de las elecciones de este domingo solo se puede interpretar como el voto de una sociedad harta de más una década de polarización y parálisis institucional.
Un último gran titular que trajo la noche electoral fue la derechización del Parlament, en sintonía con la oleada que recorre Europa. El Partido Popular salió fortalecido pasando de 3 a 15 escaños, comiéndose literalmente los restos de Ciudadanos. Lo que no logró el PP fue rebajar el peso de Vox, que se mantiene con los mismos 11 escaños de hace tres años. La novedad es la aparición de la extrema derecha independentista de Aliança Catalana con 2 representantes.
Llama poderosamente la atención, pese a los incontestables datos de las elecciones catalanas, en las que el independentismo por primera vez no es mayoritario, el contumaz empeño de Nuñez Feijóo en no renunciar a un relato tan falaz como absurdo, el de que Pedro Sánchez está entregado a los independentistas. El problema es que este planteamiento es tan descabellado que ni siguiera los suyos lo comparten, como ha puesto de manifiesto el propio líder del PP en Cataluña, Alejandro Fernández, que ha afirmado que “Los catalanes han trasladado un mensaje y es que el proceso se acabó”. Otro que se ha desmarcado del relato de Feijóo es Juan Manuel Moreno Bonilla, el presidente andaluz, que también ha defendido que el procés ha muerto. A Feijóo parece traicionarle el subconsciente cuando afirma “el procés no ha muerto porque el sanchismo lo necesita vivo para subsistir en La Moncloa”. Todos sabemos a estas alturas que si alguien necesita mantener vivo el procés es el propio Feijóo. Sin embargo, su planteamiento de que el proceso independentista sigue vivo y las tesis de que Pedro Sánchez hará presidente de la Generalitat a Puigdemont, sacrificando a Salvador Illa, son tan descabelladas que producen sonrojo y vergüenza ajena, demostrando una profunda desconexión de la realidad. El PP, ante su falta de alternativas y propuestas para España, pretende seguir tratando de desgastar a Pedro Sánchez por sus alianzas con los independentistas catalanes, pese a que estos han quedado fuera de juego de la gobernabilidad en Cataluña. El líder del PP sabe que necesita ganar con contundencia las europeas del próximo 9 de junio después del fiasco de las generales, si no quiere que las voces que ahora mismo le cuestionan internamente en susurros, se eleven y se generalicen.
Gracias a la amnistía, a las políticas de diálogo y la distensión impulsadas por el Gobierno de Pedro Sánchez, el procés ha sucumbido en las urnas y ha muerto. Por primera vez en una década la cuestión independentista no ha monopolizado el debate durante la campaña. Esto sin duda supone una buena noticia en tanto en cuanto se normaliza el debate político en Cataluña. Esta normalidad democrática pone de manifiesto el éxito de las políticas seguidas por el Gobierno de España encabezado por Pedro Sánchez a lo largo de estos años para superar la quiebra de la convivencia que trajeron el procés y la pésima gestión de este por los gobiernos de Rajoy, que nos dejó la nefasta herencia que todos sabemos.
El Parlament tiene ahora el mandato de elegir un Govern pensando en la estabilidad y en la gestión fiable de los problemas cotidianos de una comunidad que ha demostrado en las urnas su voluntad de cambiar de ciclo político. Salvador Illa se convierte en el único candidato viable a esta ahora para presentarse a una investidura. Sus resultados suponen el aval de las urnas a la política de reconciliación y diálogo que Pedro Sánchez puso en marcha en la anterior legislatura y ha continuado en esta. Illa es el rostro en Cataluña de un PSOE que ha invertido un enorme capital político en decisiones como los indultos o la ley de amnistía, con gran coste, a priori, en el resto de España. Al margen de la controversia que la amnistía ha provocado, incluso en las filas socialistas, se constató que ha cumplido su objetivo de acabar con el victimismo independentista. Cualquier otra fórmula —como un Ejecutivo de coalición nacionalista en el que las fuerzas derrotadas necesitarían la abstención del socialismo vencedor, tal como ha propuesto Carles Puigdemont— no parece posible tras las declaraciones realizadas por el PSC y ERC.
Cataluña necesita un Govern que dejé atrás los conflictos que han caracterizado la etapa ahora clausurada y se centre en resolver las mayores urgencias y déficits de la gestión de su autogobierno en temas tan vitales como salud, educación, medio ambiente, sequía o infraestructuras. Cataluña merece estabilidad, diálogo y reconciliación, pero a estas alturas es evidente que sólo se puede llegar a ellas de la mano de un Salvador Illa al frente de la Generalitat. Las alianzas para constituir el nuevo Ejecutivo no serán sencillas y el ganador, Salvador Illa, tendrá que emplearse a fondo. Si no lo consigue, el fantasma de la repetición electoral en octubre volverá a asomar en el horizonte. Lo que ya ha dejado Illa claro es que se presentará a la investidura a la presidencia de la Generalitat. Con ello, el líder del PSC quiso dar la señal de que no sucumbirá a las presiones del independentismo para que renuncie a su victoria. Las negociaciones y los pactos, si es que fructifican, no llegarán hasta la celebración de las elecciones europeas, pasado el 9 de junio. Ahora lo que debería preocuparnos más es el recurso a la manipulación de las emociones primarias. Con el inicio de la campaña por las elecciones europeas seguro que volvemos a términos esencialistas de la unidad de España que ni se han rozado en los debates vasco y catalán recién clausurados, lo cual demuestra la artificialidad de ese tipo de debates.
Terminaba mi artículo de la semana pasada diciendo “O Salvador Illa, o el bloqueo”. Cataluña afortunadamente eligió el cambio de Salvador Illa.