Una “nueva” polémica recorre estos días nuestro país – cómo si no tuviéramos ya suficientes con la amnistía, Koldo, la supuesta ruptura de España, el piso de Ayuso, los negocios de su novio, Puigdemont, las declaraciones de Xavi y su más que previsible destitución y un largo etcétera – generando intensas discusiones tanto en las tertulias de los medios de comunicación como en las conversaciones de bares, restaurantes y centros de trabajo. El motivo no es otro que el anuncio del Ministerio de Cultura de que el Premio Nacional de Tauromaquia no se entregará este año y que ha iniciado los trámites para suprimirlo definitivamente por causa del maltrato animal que se produce en la lidia. El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, señalaba en declaraciones públicas que “la gente cada vez entiende menos que se practique la tortura animal y que se le dediquen premios”. A partir del anuncio se han sucedido las reacciones. Como era de esperar, en el sector taurino ha causado un profundo malestar. El presidente de la Fundación Toro de Lidia ha acusado al ministro Urtasun de “no estar cumpliendo con sus obligaciones” y de discriminar a la tauromaquia por motivos ideológicos. También han salido varios gobiernos regionales de diferente color político a anunciar su intención de crear sus propios premios a la tauromaquia.
Todo previsible. La fiesta de los toros ha estado, desde su origen, en el centro de la polémica, provocando profundos sentimientos a favor y en contra. La historia de España está jalonada de tensiones entre las pasiones taurinas y antitaurinas. El debate en torno a la tauromaquia no se circunscribe al momento actual, sino que tiene un largo arraigo. Los argumentos y contraargumentos se han ido enfrentando a través de las generaciones. Nombres ilustres como Jovellanos, Goya, Lorca, Hemingway, Unamuno, Baroja o Quevedo han formado parte de uno u otro bando. A través de la historia de nuestra cultura y nuestro pensamiento se ha ido trazando una línea de confrontación entre taurinos y antitaurinos. Los argumentos se repiten una y otra vez a lo largo del tiempo. De un lado, el maltrato animal, el embrutecimiento de la sociedad, el gasto de dinero público o la mala imagen exterior de España. Del otro, las razones a favor de los toros que se han utilizado históricamente tienen que ver con el carácter tradicional e identitario de la lidia, el beneficio económico del sector o su valor cultural. Así hemos transitado desde Alfonso X, pasando por el Concilio de Trento, Felipe II, Carlos III y sus prohibiciones parciales o por su hijo Carlos IV, que promulgó en 1805 una real cédula por la que se prohibían absolutamente las corridas de toros. Cédula real que nunca se derogó, pero cayó en desuso —de ahí, la coletilla “con permiso de la autoridad” que aparece en los carteles. Hay quien se pregunta cómo es posible que en pleno siglo XXI, pueda pervivir la fiesta de los toros. Según los taurinos “porque provoca verdaderas pasiones en quienes disfrutan con ella”. Mientras permanezca la esencia, que no es más que un toro bravo, un torero valiente y las emociones que provoquen, la fiesta se mantendrá a pesar de la permanente polémica.
El debate sobre los toros hoy en día sigue en plena efervescencia. Según una encuesta de Electomanía de 2023 un 45% de los españoles piensan que se deberían prohibir los toros, un 24% que deberían fomentarse, y un 30,3% que no deberían prohibirse, pero tampoco fomentarse. Observamos, por tanto, una sociedad dividida sobre la tauromaquia, en donde la ideología no es un elemento que sirva para establecer las posiciones. Los toros no son de derechas ni de izquierdas, porque, salvo para los totalitarios y populistas, las emociones no tienen ideología. Así, encontramos entre sus defensores a personajes tan dispares ideológicamente como Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid, o Eneko Andueza, secretario general de los socialistas vascos, que incluso ha escrito el libro “Los toros, desde la izquierda” para reivindicar la fiesta. No obstante, pese a todo ello, los toros se han convertido en esta ocasión en un elemento más de disputa política, donde se ha producido una sobreactuación tremenda por parte de todos, cómo si en vez de suprimir un premio se fuera a prohibir toda la actividad taurina. ¿Por qué esta reacción? Es imposible analizar la decisión de eliminar la categoría de Tauromaquia de los Premios Nacionales sin atender al contexto político en que se produce su anuncio, que no es otro que la campaña de las elecciones catalanas y la precampaña de las elecciones europeas. Además, hay otros dos elementos que ayudan a explicar el trasfondo de esta controversia. El primero, el papel que parece haber decidido asumir Ernest Urtasun, buscando a través de la acción política impulsada desde el Ministerio de Cultura una diferenciación permanente con el PSOE, provocando “batallas culturales” que permitan visibilizar políticamente a SUMAR para darle un perfil propio del que ahora mismo carece, emulando así a Irene Montero cuando estuvo al frente del Ministerio de Igualdad. Así, se entiende mejor esta polémica generada desde el Ministerio, restándole tiempo y energías que bien harían en emplear en resolver temas tan importantes como la Ley del Cine y de la Cultura Audiovisual, los complejos problemas alrededor de la necesaria defensa de la propiedad intelectual, imprescindible modificación de la Ley de Mecenazgo, o terminar de implementar las medidas contenidas en el Estatuto del Artista. El segundo elemento es el intento de partidos ligados a la derecha de patrimonializar la fiesta de los toros, ignorando deliberadamente que no tiene ideología, sino que, por el contrario, pertenece a todos. Eso la hace única, y la convierte en un componente vertebrador, de cohesión social; por ello, sería muy injusto encasillarla en una tendencia política determinada.
La cultura es un derecho humano, dado que el acceso a las grandes obras de la condición humana nos permite tomar conciencia de nuestra propia razón de ser. La cultura es también un valor: una sociedad muestra lo mejor de sí misma a través de la cultura. A eso hay que añadir, y no es menos importante, que la cultura es un servicio público y una industria, una fuente de riqueza material e inmaterial. Nuestro país cuenta con un importante y variado patrimonio histórico y cultural que representa un elemento de cohesión, una herramienta formativa, un recurso científico y un incentivo económico. Es indudable que la tauromaquia se inscribe dentro de esta descripción y, por tanto, mientras su dimensión social siga viva, se trata de un hecho cultural y forma parte de las tradiciones españolas… como la oposición al toreo.