Esta semana que termina hemos vivido una sucesión de hechos inauditos y desafortunados en nuestro país que deberían movernos a la reflexión. El epicentro de estos hechos fue la convención organizada por Vox en Madrid que reunió a un heterogéneo conglomerado de nacionalistas, extremistas y populistas (lo más granado de ultraderecha) con el propósito de establecer las líneas maestras de la ofensiva ultra de cara a las elecciones europeas del próximo 9 de junio. El protagonismo del acto se lo llevó el presidente de Argentina, Javier Milei, recibido y aclamado como si fuera una estrella de rock. En su intervención, arremetió contra el “maldito y cancerígeno socialismo” al que acusó de asesinar “a 150 millones de seres humanos”. No contento con esto arremetió personalmente contra el presidente Pedro Sánchez y tachó a su esposa de corrupta. “No saben qué tipo de sociedad y país puede producir el socialismo y qué calaña de gente atornillada en el poder y qué niveles de abuso puede llegar a generar. Aun cuando tenga la mujer corrupta, se ensucia y se tome cinco días para pensarlo”. Estas palabras han abierto una crisis diplomática entre España y Argentina. El ministro de Exteriores, José Manuel Albares, ha llamado a consultas a la embajadora en Buenos Aires, y ha exigido al presidente argentino, Javier Milei, “disculpas públicas”.
Hay quien está tratando de justificar las palabras Milei aduciendo que previamente el ministro de Transportes, Oscar Puente, había descalificado al mandatario argentino insinuando que consumía algún tipo de sustancia. Nada más lejos de la realidad, en primer lugar, porque no hay comparación posible ni por los protagonistas ni por el escenario y, en segundo lugar, porque el ministro español se disculpó por su desafortunada intervención, declarándose arrepentido y ambas partes dieron por zanjado el incidente. Aún no ha habido ni una sola palabra de arrepentimiento o rectificación de Milei o su gobierno, al contrario, todas sus manifestaciones posteriores han sido de justificación y reafirmación.
Hablaba al inicio de mi artículo de la sucesión de hechos inauditos que están sucediendo. Que el presidente de Argentina venga varios días a Madrid y no haya pedido entrevistarse con el presidente del Gobierno ni tampoco haya solicitado audiencia con el rey Felipe VI, constituye un hecho insólito en un mandatario latinoamericano tratándose de la primera vez que pisa España. El argumento para justificar este desplante de que se trataba de una visita privada no se sostiene, y más cuando Milei organizó un encuentro, en su calidad de presidente de Argentina, bastante inusual, por cierto, con representantes de grandes empresas españolas, en el que los directivos de las distintas compañías, de una forma significativa, se limitaron a detallar sus inversiones en Argentina sin anunciar nuevos planes empresariales. Y pese a todo ello, España puso a su disposición las facilidades de seguridad y uso de infraestructuras habituales para atender a un mandatario extranjero.
Inaudito también es que un mandatario extranjero vaya a otro país y arremeta contra el presidente de dicho país, provocando una crisis diplomática entre dos países que tradicionalmente han estado siempre muy unidos. La falta de las más elementarles normas de respeto entre países de la que hace gala Milei no debería a estas alturas sorprendernos, como tampoco debería sorprendernos las justificaciones del líder de Vox, Abascal, a este comportamiento. Ya sabemos lo que pasa con los patriotas de pulserita, que se les llena la boca de citar a España, pero cuando se nos ofende como país, prefieren mirar hacia otro lado, anteponiendo sus intereses partidistas a los nacionales. En realidad, poco les importa nuestro país, sólo tratan de instrumentalizar el nombre de España para alcanzar sus objetivos, que bien sabemos cuales son y poco tienen que ver con los intereses generales de los españoles.
Probablemente, sin embargo, el hecho más inaudito que se ha producido estos días es la reacción del principal partido de la oposición y de su líder, Feijóo, que, en vez de recriminar las manifestaciones de Milei y apoyar la reacción del Gobierno de España, tal y como sería exigible a un dirigente español que, además, aspira a presidir nuestro país, se ha mostrado equidistante ante el conflicto diplomático, equiparando a Milei con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, poniéndolos al mismo nivel. ¿Alguno de los lectores considera que es asumible que alguien venga a tu casa, te insulte gravemente y no se actúe tomando alguna medida? Pues esto que funciona en la vida cotidiana de las personas también se aplica en la política internacional. El enfado en política internacional se materializa con la retirada del embajador. Los mecanismos de la diplomacia pueden parecer alambicados, pero en realidad se parecen mucho a las formas de actuar en las relaciones humanas. Que Feijóo parezca no entender esto es inaudito y decepcionante en tanto en cuanto constatamos una vez más que sigue actuando como un rehén de la ultraderecha. En esta ocasión lo tenía fácil, sólo tenía que seguir la senda del presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales, Antonio Garamendi, que había estado en la reunión de empresarios con Milei, y calificó de “fuera de tono” las palabras de Milei y una expresión de “falta de lealtad institucional”. Garamendi subrayó que “no tiene ningún sentido que se ataque a nuestro presidente del Gobierno”. También se expresaron alineados con el mensaje de Garamendi empresas como los gigantes financieros Santander y BBVA, la aerolínea Iberia y Naturgy, el grupo energético antes conocido como Gas Natural Fenosa, todas con negocios en Argentina. En líder del PP por el contrario ha decidido tomar distancia tanto de Sánchez como de Milei, llamando al incidente un “conflicto iniciado por el Gobierno de España con el Gobierno argentino”. Actitud bien diferente a la del vicesecretario institucional del PP, Esteban González Pons, que definió el discurso de Milei como “una intromisión en política nacional y un espectáculo chocante. No puede o no debe en su primer viaje a España venir sin saludar al Rey, al Gobierno…». Feijóo una vez más defrauda.