sábado, septiembre 7, 2024
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El aprendiz de Baron Noir

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Agustín Vinagre Alcázar
Agustín Vinagre Alcázar
Agustín Vinagre Alcázar Diputado Grupo Parlamentario Socialista en la Asamblea de Madrid. Presidente de la Comisión de Presupuestos y Hacienda

Nadie sabe realmente la intención de Emmanuel Macron con la precipitada y arriesgada convocatoria electoral tras la derrota de su partido en las elecciones europeas. Tal vez despertar a la sociedad francesa ante la creciente tendencia de apoyo al partido de Marine Le Pen y disuadir al electorado de su coqueteo con los extremos, haciéndole volver a la centralidad. Quizás quería hacer una pretendida jugada maestra, imitando Philippe Rickwaert, el protagonista de Baron Noir, con la disolución de la Asamblea Nacional y aprovechar en su propio beneficio el miedo a Reagrupamiento Nacional (RN). Sobre lo que nadie tiene duda ya es que la decisión fue a todas luces un error. Macron decía luchar contra el caos, pero ha sido él quien lo ha creado. La controvertida convocatoria de elecciones anticipadas por parte del presidente francés, con el argumento de que “Francia necesita una mayoría clara en serenidad y armonía”, colocó a Francia (y también a Europa) al borde del precipicio con la victoria de la extrema derecha de Reagrupamiento Nacional (RN) en la primera vuelta de las elecciones francesas, con algo más de un 33% de los votos. Este resultado puso a Europa ante la negra realidad de una ultraderecha que avanza, alcanzando al corazón mismo de la Unión Europea. Un panorama desolador por la amenaza que supone para la convivencia y para nuestro sistema de principios y valores basado en la solidaridad y contrario al autoritarismo; y también por los funestos resultados del populismo, que ofrece soluciones falsas a problemas complejos, con mensajes simples y consecuencias desastrosas, como hemos visto con el Brexit. Una victoria de la extrema derecha hubiera tenido consecuencias graves para todos en la Unión Europea. Francia, un Estado miembro muy importante por su población, por su economía y por la influencia que ejerce en nuestro proyecto común, siendo junto a Alemania el motor imprescindible para cualquier avance. El futuro de la Unión Europea está por tanto íntimamente ligado al de Francia y la perspectiva de que el partido de Marine Le Pen ganase ponía en serio riesgo el futuro de la unidad europea y los valores democráticos. 

Todas las miradas estaban, por tanto, puestas en el 7 de julio, fecha en la que se celebraba la segunda vuelta. Los resultados electorales podrían redefinir durante años la política no sólo francesa sino también europea. La posibilidad real de que la ultraderecha se hiciera con el poder por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial provocó una movilización del electorado francés como no se veía en este tipo de comicios desde 1997, una movilización con dos motores inseparables: una, la épica del voto republicano, otra, la del progresivo fin del estigma del RN. La reconstrucción del llamado Frente Republicano, la unión de todos los partidos y votantes de izquierdas y conservadores en contra de la ultraderecha, funcionó mejor de lo esperado dando una inesperada victoria a las izquierdas coaligadas en el Nuevo Frente Popular (NFP), relegando a la tercera posición en escaños al Reagrupamiento Nacional (RN), tras Ensemble de Emmanuel Macron. Francia ha dicho NO a los ultras. Toda una lección para Europa en tiempos en los que las derechas conservadoras sienten la tentación de aliarse con la extrema derecha. Francia nos señala el camino. Los gobiernos de la ultraderecha o con ella dentro no son inevitables: en un solo año Polonia, España, Francia y Reino Unido los han frenado.

La nueva Asamblea Nacional resultante estará fracturada en tres bloques —alianza de izquierdas, centroderecha y extrema derecha— sin que ninguno alcance la mayoría de 289 escaños. Las fuerzas republicanas tienen la obligación de aparcar las inercias partidistas y ponerse de acuerdo en un programa de Gobierno con medidas precisas y concretas y en un primer ministro salido de la izquierda, como bloque mayoritario. Todos los partidos del Frente tienen la responsabilidad de estar a la altura de una ciudadanía que ha entendido la gravedad del momento y que ha llenado las urnas votando con generosidad a candidatos que no eran de su formación política. La victoria podría transformarse en una derrota si no son capaces de conseguir un acuerdo que permita un gobierno suficientemente sólido, plural e inclusivo con respecto al arco ideológico que representan, que pueda llevar a cabo su programa y poner en marcha las medidas acordadas. La tentación de los moderados de ambos lados de dejar fuera a los votantes de La Francia Insumisa acarrearía un escenario perverso: romper el Frente de Republicano frente a una ultraderecha tocada, pero ni mucho menos hundida y dejar toda la oposición, y por tanto la alternativa, a los extremos. Si el frente republicano no toma nota del mensaje lanzado por los franceses y los aboca al desencanto, el partido de Le Pen podría seguir recibiendo el apoyo de los indignados y los desencantados y estar en condiciones de ganar en la próxima convocatoria electoral. Sigue siendo fuerte, ha perdido una batalla, pero no la guerra. 

Tras evitar el acceso de RN al poder, la unión de los demócratas debe ser la solución para reparar el malestar francés y, en lo inmediato, evitar el bloqueo parlamentario. Ni Francia ni Europa pueden permitirse otro escenario. Los partidos republicanos deben abrir un profundo proceso de reflexión sobre el uso y la eficacia del Frente Republicano, que se ha revelado útil para mantener a la extrema derecha fuera del poder, pero no para limitar su avance a lo largo del tiempo. Para cada vez más franceses, el RN ya no es un peligro para la democracia. Con Marine Le Pen al frente, ha suavizado su imagen y ha logrado que su discurso cale, ocupando un lugar central en la sociedad francesa y determinando cada vez más la agenda pública. El resultado electoral del pasado 7 de julio no acaba con un fenómeno que se ha gestado a lo largo de los años. La unión de los demócratas hará bien en ir más allá de las circunstancias de las últimas elecciones y en buscar respuestas a largo plazo al malestar que se expresa en el voto ultra. Francia necesita un Frente Republicano, pero no solo para afrontar una coyuntura inmediata, sino para acordar en los años venideros reformas de calado que mejoren la democracia inclusiva que lleva implícita en su enseña la bandera francesa: libertad, igualdad y fraternidad. Un Frente que desactive los motivos para votar a Le Pen, que ha sabido conectar con el malestar de amplias capas de la población francesa. Hay que abordar con determinación las causas del ascenso de la extrema derecha y plantear soluciones. La épica ante la ultraderecha tiene un límite: al final necesita disponer de una alternativa creíblemente mejor. Ese es el riesgo y el desafío que tiene por delante el próximo gobierno francés, no decepcionar. La crisis de la democracia no viene tanto de la amenaza de la extrema derecha cuanto de la pérdida de confianza de los ciudadanos en su clase dirigente.

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