Este pasado domingo se ha celebrado la segunda vuelta de las elecciones legislativas en Francia, elecciones convocadas por el presidente Macron tras recibir un severo castigo en las urnas en las pasadas elecciones europeas del 9 de junio (un 14% frente al 31% de Le Pen).
El resultado de las elecciones por todos conocido es que ha vencido el nuevo Frente Popular, o mejor dicho, que está es la clave de estas elecciones, ha perdido la ultra derecha francesa.
Esta afirmación debe ser explicada.
En Francia las elecciones son siempre a doble vuelta. En la primera se presentan todos los candidatos, y es en la segunda cuando realmente se produce la elección. El hecho de que haya una segunda vuelta, algo que se desechó en la España constituyente de Suárez, ante el peligro, ponderaron en aquel momento, de que todas las instituciones estuvieran en manos de la mayoría social que comenzaba a votar, y que pivotaba alrededor de PSOE y el Partido Comunista, esta segunda vuelta como decimos, permite que se establezcan juegos de alianzas a favor de o en contra de, retirándose candidaturas propias y directamente pidiendo el voto a favor de un tercer candidato.
Exactamente esto es lo que han hecho en muchas circunscripciones los candidatos del partido de Macron, y también candidatos del partido de derecha de Los Republicanos. Se han sacrificado como partido en favor de la República Francesa y sus valores.
Esto es lo que ha ocurrido ahora más claramente que ninguna vez anterior en esta segunda vuelta de las legislativas. Esta vez todos han votado contra Le Pen, como decía antes, la clave de este momento.
Y hay que decirlo claro: el partido de Le Pen no es un partido patriota como ahora se llaman a sí mismos los socios de Vox de una manera muy eufemística, sino un partido abiertamente racista, proPutin, antieuropeísta, hipernacionalista (ay de los agricultores españoles si algún día Le Pen tocara poder), xenófobo y que hereda la tradición fascista-colaboracionista del régimen de Vichy, recordemos, los aliados franceses de Hitler, algo sobre lo que generaciones de franceses han callado vergonzosamente.
La Francia europeísta, por tanto, ante una situación de emergencia ha reaccionado protegiendo su modelo.
Ahora bien, debería ser tarea de todos, excepto de los propagandistas de izquierdas encantados de conocerse, especialmente ese peligro antisistema que es Melenchon, un Pablo Iglesias aun con más odio si esto es posible, analizar las causas por las que se ha llegado a esta situación.
Que un partido de ultraderecha llegue al 40% del apoyo popular no es porque los franceses se hayan vuelto repentinamente fascistas. Que llegue a esas cotas de apoyo es porque existen razones de peso, ciertas y tangibles, para tal descontento.
Y en Francia, no es cuestión de los últimos meses o años, se ha llegado a esto porque la apuesta francesa por la multiculturalidad ha fracasado.
La bienintencionada, sobre el papel, apuesta porque Francia es un país acogedor y de puertas abiertas a todos los que lleguen con sus costumbres, sus reglas y su religión, ha chocado con la realidad, que es que los franceses que ya vivían en su país, ven amenazado su modus vivendi, sus costumbres, su religión, en definitiva, sus libertades, que es lo que mueve nuestras vidas.
Una inmigración descontrolada y masiva como la de las últimas décadas en Francia, y más cuando es de signo musulmana, pretende cambiar el sistema de libertades e imponer sus costumbres, pues proceden de países que aun no han separado el Estado de la religión (paso que se dio en Europa hace ya siglos), y sobre todo, porque el islamismo se ejerce desde el poder político como imposición.
Responde un poco a la filosofía muchas veces recordadas de la invasión de Europa con los vientres, dicho por musulmanes.
Por tanto, quien no tiene la mínima intención de integrarse en los valores republicanos franceses, con el agravante de unas segundas y terceras generaciones (hay que recordar que la inmigración árabe comienza a llegar a Francia tras la independencia de Argelia, además de que la Francofonía está integrada por muchos países africanos musulmanes) cada vez más apegadas a los valores de sus antecesores y no a los franceses, hace que la inmigración, en su mayor parte, hoy en Francia sea visto por muchos como una manera de acabar con el país que tenían.
Por tanto, en esta Francia en que ha perdido la ultraderecha porque se ha apostado por la moderación (la mayoría de votos están en las opciones más centradas como Macron, Los Republicanos a la derecha y el Partido Socialista a la izquierda), se debe hacer un gobierno centrado, que deje fuera a ambos extremos, de derechas y de izquierdas, y que de una vez por todas afronte la inmigración. Y siempre será mejor apostar como los hechos demuestran por la integración de los llegados a unos valores, unas costumbres y un país, que hacerlo por el multiculturalismo que ha demostrado ser un peligro para la convivencia y el futuro en paz.