domingo, septiembre 15, 2024
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Historias de mi vida liberal: mi filosofía de vida liberal y la influencia sobre ella de mi amistad con Antonio Buero Vallejo y con Salvador de Madariaga

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Bernardo Rabassa
Bernardo Rabassa
Librepensador. Maestro Nacional. Licenciado y Doctor en Filosofía y Letras y Diplomado en Psicología Industrial por la Universidad Complutense de Madrid.

Este verano he aprovechado para releer a Buero Vallejo (1916-2000) “Historia de una escalera”, lo que me trae a la memoria, el perfume de la olvidada por antigua, amistad con Antonio Buero Vallejo y su esposa Victoria, dentro de  un selecto grupo de intelectuales, que nos reuníamos en los años 65 a 70 en casa de Alfonso Álvarez Villar, en el edificio Torres Blancas, cuyas curvas paredes impedían adaptar muebles y cuadros, causando una peculiar sensación. Su pareja, entonces, de la que tenía un hijo, Mary, cuyo padrino era Luis González Seara, nos agasajaba a mí y a mi mujer Rosario y a los pediatras, los Garrido Lestache y allí, desarrollábamos unas entretenidas tertulias, de cuyo éxito no era ajena la sabiduría de Buero Vallejo, siempre fumando su pipa, y el conocimiento de la Psicología humana que empezábamos a desarrollar Alfonso y yo, como discípulo, en la Escuela Superior de Psicología de San Bernardo, que acabamos en Facultad (la caja de cerillas) en la que velé mis primeras armas como profesor, inicialmente de Psicología del Arte, luego Social. Alfonso era un volcán de ideas y de lucidez, ayudado por Mary en la Escuela, luego Facultad. Buero, el espejo en que todos nos mirábamos. Alfonso murió en el Clínico, olvidado de todos, asistido por mi buen amigo Alfonso Ruiz Mateos

     Lo importante, empero, era lo que me transmitió Buero Vallejo, mucho mayor para mí, me doblaba en edad, 50 y varios, frente a mis 25 de entonces. Yo, un niño, nacido con Franco en 1941 en una Mallorca conservadora. Buero con un largo historial, de oposición al Régimen. 

        Al finalizar la guerra, Buero se encontraba en la Jefatura de Sanidad de Valencia en el bando republicano, donde se le recluyó unos días. Pasó un mes en el campo de concentración de Soneja (Castellón) y finalmente le dejaron volver a su lugar de residencia con orden de presentarse a las autoridades, orden que no cumplió. Comenzó a trabajar en la reorganización del Partido Comunista, al cual se había afiliado durante la contienda y de cuya militancia se fue alejando años después. Fue detenido en mayo o junio de 1939 y condenado a muerte con otros compañeros por «adhesión a la rebelión». Tras ocho meses, se le conmutó la pena por otra de treinta años. Pasó por diversas cárceles: en la de Conde de Toreno permaneció año y medio. Allí dibujó un famoso retrato de Miguel Hernández ampliamente reproducido –cuyo original conservan los herederos de Miguel Hernández– y ayudó en un intento de fuga que le inspiró más tarde ciertos aspectos de “La Fundación”. En la de Yeserías apenas estuvo mes y medio, unos tres años en El Dueso y otro más en la prisión de Santa Rita. Salió del penal de Ocaña en libertad condicional, aunque desterrado de Madrid, a principios de marzo de 1946. Fijó su residencia en Carabanchel Bajo y se hizo socio del Ateneo, del que yo desde 1963 formaba parte, puesto que yo moraba en la pensión Amiano en la misma calle del Prado.  Publicó dibujos en revistas, pero ya le atraía más la escritura narrativa y, finalmente, la dramática, en la que destacó admirablemente. En los 50, había estrenado fuera de España” La tejedora de sueños, La señal que se espera, Casi un cuento de hadas, Madrugada, Irene, o el tesoro”, “Hoy es fiesta” y su primer drama histórico, “Un soñador para un pueblo”. Empezaron a representarse sus obras en el extranjero, como “Historia de una escalera” en México (marzo de 1950) y “En la ardiente oscuridad” en Santa Bárbara, California (diciembre de 1952).  En 1954 se prohibió el estreno de “Aventura en lo gris”. Al año siguiente apareció en el diario Informaciones «Don Homobono», irónico artículo contra la censura. También se prohibió la representación de El puente, de Carlos Gorostiza, cuya versión había realizado Buero. Escribió En el número 1 de la revista Primer Acto apareció el artículo «El teatro de Buero Vallejo visto por Buero Vallejo». Se publicó su ensayo sobre «La tragedia».

        En los 60 consiguió estrenar parte de sus obras, a pesar de la censura: “El concierto de San Ovidio”, “Aventura en lo gris”, “El tragaluz” y sus versiones de Hamlet, príncipe de Dinamarca, de Shakespeare y “Madre Coraje y sus hijos”, de Bertolt Brecht. Dirigida por José Tamayo Rivas, estrenó “Las Meninas”, que fue su mayor éxito desde “Historia de una escalera. con su obra en cartel, fue una representación de gran éxito en los 65-70, que le abrió el camino a ser el dramaturgo mas exitoso de  la España de Franco. Todavía faltaban casi quince años para la muerte del dictador, que el llego a ver y a superar en veinticinco años en el 2000.

        De forma, que podemos decir que en esos casi cinco años de relativa convivencia, pude alternar, con su inteligencia sutil y aprender de su maravillosa concepción de la prosa y el verso todos los contenidos, que harían de mi ya no solo un psicólogo estudioso del Psicodrama con Jacobo Moreno y con  Anne Ancelin-Schützenberger, y por tanto experto en grupos de discusión, lo que pude aplicar, con notable éxito a publicidad y el marketing, dando a luz en 1967 a mi libro “Psicotecnologia publicitaria”.  Por tanto, de él, aprendí además del contenido, la técnica de ser capaz de reproducir en drama, el psicoanálisis que a mi vez practicaba, con Ramon del Portillo, presidente de la sociedad española de Psicoanálisis mi otro maestro, además de Alfonso Álvarez Villar, en ese rebuscar en el fondo de la psique humana y en su aplicación a materias, que me han permitido vivir con soltura hasta mi jubilación. 

        Ha sido necesario “recordar” a Buero para poder hoy interpretar las razones que orientaron mi carrera profesional. Pero hubo algo más, me hizo ateneísta, republicano y liberal, antes de mi adscripción, a través de Salvador de Madariaga en 1968 a la Internacional Liberal, en 1970, al club liberal “1980” y a la Agrupación Liberal Democrática, luego Partido Liberal en 1975, coincidiendo con la muerte de Franco. Yo no había sido represaliado pero el valor y el mérito de su ejemplo, me llevaron a su lado. 

El Legado de Buero y de Madariaga y la Formación de una Vocación Liberal: Reflexiones sobre una Trayectoria Personal y Política

La vida está llena de momentos que, aunque en su tiempo parecen insignificantes, se revelan como determinantes en el curso de nuestro destino. En mi caso, uno de esos momentos fue la influencia del dramaturgo Antonio Buero Vallejo. Hoy, al mirar hacia atrás, me doy cuenta de que ha sido necesario «recordar» a Buero para comprender las razones que orientaron mi carrera profesional y mi compromiso con ciertos ideales políticos.

Buero Vallejo, con su teatro comprometido, no solo me conmovió a nivel personal, sino que también encendió en mí una llama de conciencia social y política. Su obra, cargada de crítica y reflexión sobre la condición humana y las injusticias de su tiempo, me hizo ateneísta, republicano y liberal. Sus palabras y su ejemplo fueron el puente que me llevó a descubrir una vocación que, aunque latente, necesitaba ser despertada.

Fue en 1968 cuando mi camino se cruzó con el de Salvador de Madariaga, un intelectual y político español de gran talla internacional. A través de él, me sumergí en los ideales del liberalismo. Ese mismo año, me adherí a la Internacional Liberal, una organización que representa los valores de la libertad, el respeto por los derechos humanos y la democracia. Poco después, en 1970, me uní al club liberal «1980» y a la Agrupación Liberal Democrática. Estas organizaciones fueron los cimientos del Partido Liberal, que surgió formalmente en 1975, coincidiendo con la muerte de Franco. Mas tarde creando UCD con Adolfo Suarez, para mi de infausta memoria.

Es importante destacar que, a diferencia de muchos de mis contemporáneos, yo no fui represaliado durante el franquismo. No sufrí persecución ni encarcelamiento, y podría haber llevado una vida tranquila sin involucrarme en la política. Sin embargo, la figura de Buero y su inquebrantable compromiso con la justicia y la libertad me inspiraron a tomar una posición activa. No podía permanecer indiferente ante la situación que vivía España. El valor y el mérito de su ejemplo me impulsaron a ponerme de su lado y a luchar por los ideales que él encarnaba. Incluso hoy contra el marxista presidente Pedro Sánchez me siguen impulsando a escribir sobre la necesidad de libertad a mis 83 años.

Mi compromiso con el liberalismo fue más allá de la mera afiliación política. Era una filosofía de vida, un enfoque para entender el mundo y para actuar en él. El liberalismo, tal como lo entendí y lo sigo entendiendo, es una defensa de la libertad individual, de la tolerancia y del progreso. Es la creencia en que cada ser humano tiene el derecho y la capacidad de buscar su felicidad, siempre y cuando respete la libertad de los demás.

La transición de España hacia la democracia fue un período crucial en el que muchos, incluidos aquellos que habíamos estado en la sombra durante el franquismo, salimos a la luz para contribuir al futuro de nuestro país. El Partido Liberal, al que me uní, fue una expresión de ese deseo de cambio, de modernización, y de apertura hacia un mundo donde la libertad y la democracia fueran valores fundamentales.

Al reflexionar sobre mi trayectoria, no puedo sino sentir gratitud por haber tenido la oportunidad de cruzar caminos con figuras como Buero Vallejo y Salvador de Madariaga. Ellos no solo me inspiraron a nivel personal, sino que también me dieron las herramientas y el coraje para involucrarme en la vida política de mi país en un momento en el que era necesario tomar partido.

Hoy, muchos años después, sigo creyendo en esos ideales que me llevaron a unirme a la causa liberal. Y aunque el mundo ha cambiado, los principios de libertad, justicia y democracia siguen siendo tan relevantes como entonces. Recordar a Buero y a todos aquellos que me precedieron es, en última instancia, recordar que el camino hacia una sociedad más justa y libre es un esfuerzo continuo que requiere el compromiso de cada uno de nosotros.

      Aún hay algo más.  “Historia de una escalera”, que obtuvo en 1948 el premio Lope de Vega, es posiblemente una de las obras más importantes del teatro de esta época, por su carácter trágico, y por la denuncia de las condiciones sociales de vida. La obra causó gran impacto por su realismo y contenido social. En ella plantea la imposibilidad de algunos individuos de mejorar materialmente debido a la situación social y a la falta de voluntad. A mí, por el contrario, me produjo el despertar de mi ambición y así digo en el prólogo de mis memorias  que publiqué hace dos años en Amazon ; (“MEMORIAS DE MI VIDA LIBERAL DESDE FRANCO A FELIPE VI ): La vida es una escalera, de la que se desconocen los tramos. Ni siquiera los pisos, que vamos a tener que subir y conocer. Es más, ni siquiera sabemos o recordamos como empezamos a subirla, pues los años borran el recuerdo. Algunas impresiones nos quedan, borrosas, difuminadas, probablemente falsas, pues nos hemos pasado la vida reconstruyéndola, para que nuestro yo, se sienta cómodo, satisfecho de sí mismo, con un extenso curriculum de los tramos recorridos, no olvidados en su esencia, pero si en la imagen que de ellos tenemos, siempre autojustificándonos, en evitación de la realidad, que es lo único cierto, aunque imposible de conocer, pues esta tiene tantas aristas como personajes, la contemplan. 

     Reflexiones en torno a «Historia de una escalera» y la metáfora de la vida

En 1948, el dramaturgo español Antonio Buero Vallejo recibió el prestigioso premio Lope de Vega por su obra «Historia de una escalera». Esta obra, considerada una de las más significativas del teatro español de la posguerra, no solo impactó a su tiempo por su crudo realismo y contenido social, sino que también sigue resonando en la actualidad por la profundidad de sus planteamientos y la vigencia de sus temas.

«Historia de una escalera» es más que una simple narración de la vida cotidiana de un grupo de vecinos que habitan un edificio humilde. A través de su trama, Buero Vallejo nos presenta un reflejo fiel de la sociedad española de la época, con sus limitaciones económicas, sus sueños frustrados y su lucha constante por sobrevivir en un entorno que parece no ofrecer salida. La escalera, que une y a la vez separa a los personajes, se convierte en un símbolo de las aspiraciones truncadas y de la dificultad para escapar del ciclo de pobreza y mediocridad en el que muchos se encuentran atrapados.

El impacto de la obra radica en su capacidad para denunciar, con una honestidad brutal, la imposibilidad de algunos individuos de mejorar materialmente debido no solo a las condiciones sociales adversas, sino también a la falta de voluntad y determinación para cambiar su destino. Este realismo, que muestra la vida tal como es, sin adornos ni falsas esperanzas, hizo de «Historia de una escalera» una obra revolucionaria en su momento, y aún hoy nos invita a reflexionar sobre las barreras, tanto externas como internas, que impiden el progreso personal.

Sin embargo, mientras para muchos la obra representa un recordatorio de los obstáculos insuperables que la sociedad impone, otros han encontrado en ella una fuente de inspiración. Tal es el caso del autor de las «Memorias de mi vida liberal desde Franco a Felipe VI», quien, en el prólogo de su libro, retoma la metáfora de la escalera para expresar una visión más ambiciosa y optimista de la vida.

Para mi, la vida es una escalera cuyo recorrido es desconocido, lleno de incertidumbres y desafíos. No se trata de saber cuántos tramos hay que subir ni cuántos pisos nos esperan, sino de aceptar que cada paso, cada ascenso, es una oportunidad para crecer, aprender y alcanzar nuevos horizontes. Esta perspectiva, que difiere del pesimismo que Buero Vallejo plasma en su obra, invita a ver la vida como un proceso continuo de superación, donde los obstáculos no son insalvables, sino retos que nos impulsan a ser mejores.

La metáfora de la escalera, por tanto, puede ser interpretada de múltiples maneras. Para unos, es un símbolo de la desesperanza y la impotencia; para otros, representa la ambición, el esfuerzo y la capacidad de transformación. Lo que queda claro es que «Historia de una escalera» sigue siendo, más de siete décadas después de su publicación, una obra que nos interpela, nos desafía y nos hace cuestionar nuestro papel en la sociedad y nuestras posibilidades de cambio.

En definitiva, la vida, como bien señala el autor de las memorias, es una escalera que debemos subir con determinación, conscientes de que cada peldaño es un logro en sí mismo, y que, aunque no siempre podamos ver lo que nos espera al final del recorrido, lo importante es seguir adelante, siempre con la mirada puesta en el siguiente escalón.

     Perdí, en los 70 mi habitual relación con Buero, desaparecido en el 2000 y en diciembre del 78 a su muerte con Madariaga, pero algo de sus personalidades y amistad, quedó entrañablemente en mi ser, ayudándome en mi carrera por la vida. Agradecerlo, pasado el tiempo es obligado. Descansad en paz amigos míos

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