Los medios de comunicación dicen que la lluvia deslució el desfile militar de la Fiesta Nacional, en el Día de la Hispanidad.
Al contrario, fue el desfile más brillante en muchos años. Bajo la tromba de agua, los españoles tuvieron la ocasión de contemplar a los miembros de sus Fuerzas Armadas como lo están muchas veces en sus actividades diarias en España y en otras partes del mundo, en los campos de maniobras o en alta mar.
Y les vieron marchar sin perder la marcialidad, la solidez y la cadencia de las formaciones, ni el aspecto imponente de las unidades, reflejo de su moral, de su disciplina y de su cohesión.
En los hermosos versos con que don Pedro Calderón de la Barca, soldado de los Tercios, glosó la milicia en una de sus obras dice:
«Aquí la necesidad no es infamia; y si es honrado, pobre y desnudo un soldado, tiene mejor cualidad que el más galán y lucido; porque aquí, a lo que sospecho, no adorna el vestido al pecho, que adorna el pecho al vestido».
La realidad de la milicia está hecha de momentos así, que no se pueden mostrar en los desfiles; siempre adornados con la prestancia de los uniformes vistosos, la majestad solemne de las Banderas y el fulgor de las condecoraciones.
Ayer, en el corazón de Madrid, el gran pueblo español, vivero de las tropas, pudo constatar la esencia de ese espíritu que se forja en la adversidad, que se nutre del sudor y del esfuerzo, y que proporciona la determinación para cumplir, al precio que sea, con el deber de estar a la altura en cualquier situación.
En el hermoso Día de España y de esa Patria Común que es la Hispanidad, fecha y recuerdo del gran abrazo de los continentes, el aguacero hizo brillar a los hombres y mujeres de nuestros Ejércitos más que el más luminoso de los soles.
De desfile deslucido, nada.