“Tristeza, decepción, sabor amargo de impotencia y fracaso”, así se pronunciaba Jorge Javier Vázquez con relación a la dimisión de Iñigo Errejón después de que la periodista Cristina Fallarás publicara en Instagram una acusación anónima de violencia machista que apuntaba indirectamente a él. Unas palabras, las de la estrella televisiva, que reflejan plenamente el sentir de buena parte de la sociedad, con independencia del sesgo ideológico. A esta primera acusación le han sucedido nuevos testimonios de presuntas víctimas (hasta una docena afirma haber recopilado Fallarás), entre ellos el de la actriz Elisa Mouliaá, que ha interpuesto contra Errejón una denuncia por tres supuestos delitos de agresión sexual cometidos en septiembre de 2021 y que el juez ha admitido a trámite. Todo esto ha provocado un terremoto político y social que ha sacudido la política española y generado una gran conmoción en la izquierda, particularmente en los partidos a los que perteneció Errejón, que se encuentran en shock, tratando de salir del colapso político en el que se han sumido tras hacerse públicos los hechos de los que se le acusa.
La confusa y ambigua carta de Errejón publicada a través de su cuenta de X, con expresiones justificadoras, anunciando que abandonaba la política y todos los cargos que ocupaba, sinceramente da vergüenza ajena. Es un nuevo elemento de decepción que se suma a todo lo que se está conociendo sobre este caso. Evita describir los comportamientos que le han conducido a tomar la decisión de dimitir y los encuadra en una especie de mal generalizado entre quienes ocupan la primera línea de la política. Y lo más importante, en ningún momento pide perdón ni hace mención a las acusaciones ni a las víctimas.
No se puede pedir a los partidos que funcionen a la velocidad de las redes sociales, menos aun cuando se trata de denuncias graves cuyas repercusiones no tienen vuelta atrás. Pero una vez que trascendió la noticia con el consiguiente shock en la opinión pública, se hacía imprescindible una respuesta, clara y firme de Sumar y de Más Madrid. Las comparecencias públicas de Mónica García, Rita Maestre y Manuela Bergerot, responsables de Más Madrid, por un lado, y de Yolanda Díaz, líder de Sumar hasta junio pasado, por otro, pidiendo perdón, atribuyendo el error a que fallaron los protocolos y asumiendo responsabilidades, no responden sin embargo a varias preguntas: cuáles han sido esos protocolos, por qué fallaron y qué significa exactamente asumir responsabilidades.
Hay incógnitas que quedan por despejar con relación a este caso. Sumar, Más Madrid, las formaciones a las que ha pertenecido Íñigo Errejón, Podemos anteriormente, ¿lo sabían y no hicieron nada? Las diferentes noticias y artículos, así como las manifestaciones de miembros de estas formaciones políticas que han ido apareciendo en estos días en los que se señala que sus amigos más cercanos y colaboradores del mundo de la política se iban apartando de Errejón «porque conocían estos comportamientos», indican con claridad que algo se sabía y, sin embargo, nada se hizo hasta que Fallarás publicó en Instagram una acusación anónima. Lo que se ha conocido sobre una acusación en redes de junio de 2023 en la que una joven hablaba de tocamientos no consentidos de Errejón en un concierto, evidencia que tanto Más Madrid como Sumar minusvaloraron la denuncia privada de la que tuvieron noticia en junio de 2023, en plena precampaña electoral. Además, la acusación a una dirigente y diputada de Más Madrid de haber tapado este comportamiento abusivo y que ha provocado el cese de todos sus cargos y la petición de su acta por parte de Más Madrid, así como las declaraciones de ésta negando haber encubierto ningún acto de acoso ni violencia machista, atribuyendo la responsabilidad a la dirección del Partido y denunciando sentirse chivo expiatorio para ocultar los errores cometidos, no hacen sino incrementar las dudas sobre si ambos partidos, como mínimo, ignoraron los rumores y las señales de alarma.
A pesar de todo ello, utilizar este caso como arma arrojadiza contra una formación política es una equivocación. No es eso, o al menos no es solo eso. Hay un problema estructural que hay que atajar. Sigue habiendo una necesidad de que las víctimas de la violencia machista sean creídas y amparadas y los agresores acaben enjuiciados. Aunque no pueda exigirse a una víctima de esta clase de violencia, la existencia de una denuncia formal es, sin duda, el cauce que ofrece garantías para que se acabe haciendo justicia en un Estado de derecho. Es además la única manera de delimitar el delito de otros comportamientos que no lo son, por más que puedan merecer un repudio social o personal. La pregunta que todos debemos hacernos es por qué después de años de políticas feministas, de inversión en espacios seguros y de formación policial y judicial con perspectiva de género, las mujeres hoy en día siguen sintiéndose inseguras ante los cauces institucionales y prefieren denunciar de forma anónima y por vías informales como las redes sociales. Las acusaciones anónimas son el síntoma de un fracaso. Es evidente que los mecanismos que ya existen para que las mujeres puedan denunciar están fallando. Según la Macroencuesta de Violencia contra la Mujer, sólo el 8% de las mujeres que han sufrido violencia de género acuden a una comisaría a denunciar. Evaluar la eficacia de las medidas y políticas públicas que se han puesto en marcha contra la violencia de género, tratando de encontrar respuestas a la pregunta de por qué las mujeres no acuden a los mecanismos y procedimientos que están a su disposición, y ponerle remedio debe ser hoy la prioridad para los poderes públicos.
Una última reflexión, con las denuncias que están apareciendo en este caso ha vuelto a ocurrir, tanto tiempo después, aquello de cuestionar la reacción de la víctima, de poner el foco, la sospecha, en torno a las personas que denuncian: ¿por qué no han salido corriendo?, ¿por qué denuncian tan tarde?, ¿por qué no siguen otros cauces? Es lo que los expertos llaman el mito de la víctima ideal, esto es, la gente espera que las victimas reaccionen según un supuesto patrón y si no sucede así pasan a estar bajo sospecha, desplazando así el debate a la reacción de la perjudicada. Aún parece que es necesario explicar que cada persona reacciona de manera diferente, como puede, tratando de superar el shock al que se ve sometida cuando sufre este tipo de agresiones. Todo esto evidencia que aún queda mucho camino por recorrer, debemos tomar buena nota de ello para analizar, reflexionar y actuar.