Patriota según el diccionario de la Real Academia Española (RAE) es aquella persona que tiene amor a su patria y procura todo su bien. A estas alturas resulta evidente que el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo puede ser muchas cosas, pero no un patriota, por mucho que trate de jactarse de ello. Su estrategia de oposición de tierra quemada, en la que ya ni siquiera toma en consideración los intereses nacionales pone de manifiesto, por si alguien aún dudaba, que esa imagen de moderación y de hombre de Estado que se le atribuía cuando llegó de Galicia no era más que una máscara, detrás de la cual se oculta un dirigente insolvente, irresponsable y caprichoso que ha hecho de la política un ejercicio permanente de cinismo.
El penúltimo ejemplo de ello lo encontramos en el intento de bloqueo que el Partido Popular Europeo, a instancias del PP español, ha tratado de imponer en el nombramiento de la española Teresa Ribera como vicepresidenta para una Transición Limpia, Justa y Competitiva de la Comisión Europea, a pesar de no haber encontrado ninguna razón objetiva para cuestionar su idoneidad. El comportamiento del presidente del PPE, el alemán Manfred Weber, sumándose de manera entusiastica al despropósito de querer forzar a España a retirar la nominación de Ribera en base a falsas acusaciones sobre su presunta responsabilidad en la gestión de la DANA que recientemente hemos padecido, todo ello alentado por el PP de Alberto Núñez Feijóo, es inaceptable para aquellos que aspiran al patriotismo. A diferencia de Feijóo, que se mueve por intereses cortoplacistas y partidistas, el eurodiputado alemán busca cambiar los equilibrios de poder que han mantenido en pie la Unión Europea desde su fundación y pasarle factura a su compañera de Grupo Von der Leyen, con la que está enfrentado desde hace años. El Partido Popular Europeo (PPE) ha expuesto a la UE a una grave crisis institucional con sus pegas injustificadas al nombramiento de Teresa Ribera para la nueva Comisión Europea, en un momento en que las instituciones comunitarias debieran ser más estables que nunca. Además, ha transparentado su pulsión de poner fin a la alianza entre conservadores, socialistas y liberales que ha codirigido la UE desde su fundación, resquebrajando la mayoría proeuropea, para abrirse a dialogar con otras fuerzas claramente contrarias a la integración europea como el grupo Patriotas por Europa de Orbán o los ultraconservadores (ECR) de Meloni.
Afortunadamente, populares y socialistas han llegado in extremis a un acuerdo para dar luz verde a la nueva Comisión, retirando el veto que mantenían, respectivamente, a la futura comisaria española, Teresa Ribera, y al comisario italiano, Raffaele Fitto. Tras la amenaza del Partido Popular Europeo de romper el pacto ya cerrado, el acuerdo se salda sin ningún vencedor claro, pero con un gran derrotado, Alberto Núñez Feijóo. La estrategia del equipo dirigente del PP, con el liderazgo indisimulado de Feijóo, de hacer a Ribera responsable de la tragedia de Valencia y cuestionar así su nombramiento europeo tenía muy corto recorrido y el partido que encabeza la oposición lo sabía. Aun así, no han dudado en tratar de socavar la imagen y prestigio de Ribera, poniendo en solfa que España logre uno de los puestos más poderosos que ha tenido en Bruselas desde la adhesión la UE en 1986. El obstruccionismo del PP en Bruselas contra Ribera forma parte de una estrategia espuria para tapar su responsabilidad en la gestión de la DANA y exculpar a la Generalitat valenciana. ¿Lo peor? Que no es la primera vez. El pasado marzo se cumplieron 20 años del mayor bulo jamás contado en nuestro país durante el actual periodo democrático: el 11-M de 2004. Todo para tapar una mentira política de aquellos que se autocalificaban patriotas. No sirvió, porque ya lo dijo Zapatero, eran patriotas de hojalata. Ahora tampoco sirve. Esa dinámica vuelve a aparecer en el horizonte. Hace un mes, la DANA arrasó buena parte de la provincia de Valencia y acabó con la vida de 221 personas. Con un aviso rojo de la Aemet desde el amanecer, la Generalitat presidida por el popular Carlos Mazón fue incapaz, por absoluta desidia e ignorancia, de alertar en tiempo y forma a sus ciudadanos ante la catástrofe climática. Las negligencias de Mazón son cada vez más evidentes. Mazón no dimite, pero tampoco explica su gestión aquel día; sus portavoces se contradicen u ofrecen datos imprecisos o evasivas; no hay certezas sobre la agenda exacta del presidente entre las dos y media y las siete y media de la tarde del 29 de octubre. Con todos los cambios, Mazón pretende construirse un cortafuego para protegerse del hecho incontestable de que no estuvo donde debía cuando el territorio de su Comunidad Autónoma se anegaba y sus vecinos morían mientras su Gobierno permanecía indeciso y paralizado, como un conejo ante los focos de un coche. Mazón ha asegurado a los valencianos que asume la responsabilidad, pero no se refiere a la catástrofe, sino a la tarea de reconstruir Valencia, como si él llegara de nuevas a la situación. El presidente valenciano se escuda en la tarea de reconstrucción para eludir su responsabilidad en el origen de la tragedia. Tras escucharle en las Cortes valencianas, es imprescindible su salida lo antes posible.
Las grandes crisis sacan lo mejor y lo peor de cada país; de su ciudadanía y de su clase política. No parece ser el caso de los dirigentes del Partido Popular. Bien harían Feijóo, Ayuso y demás dirigentes del PP en volver a la senda de la responsabilidad y del sentido de estado y no jugar con temas tan sensibles como el que hoy nos ocupa, mintiendo y tratando de engañar a la ciudadanía. Decía muy acertadamente hace unos días Xavier Vidal-Folch en un artículo que “las causas últimas de las críticas a la vicepresidenta Teresa Ribera derivan de la miseria psicológica colectiva de nuestros reaccionarios actuales”. Ese es el drama de nuestro país ahora mismo: una derecha sin ideas ni proyecto de país, instalada en la oposición más dura e intransigente e incapaz de ser alternativa. La hojalata se oxida y ahora ya sólo son patriotas de cartón.