viernes, enero 17, 2025
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Constitución y convivencia, un rompecabezas para la derecha actual

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Agustín Vinagre Alcázar
Agustín Vinagre Alcázar
Agustín Vinagre Alcázar Diputado Grupo Parlamentario Socialista en la Asamblea de Madrid. Presidente de la Comisión de Presupuestos y Hacienda

Este año se conmemora el 46º aniversario de la Constitución española. La herramienta fundamental, indispensable, para organizar un Estado democrático. Un contrato social en el que se nos dice cómo se hacen las leyes, quien puede ejercer el poder político, en qué condiciones y cuáles son los límites, y todo ello con la finalidad de garantizar nuestros derechos. La Constitución ha sido desde su aprobación, sin duda, una Constitución de todos, un acuerdo basado en el consenso, en el que unos y otros renunciaron a imponer las ideas que los dividían y se unieron en la búsqueda de los objetivos que sí compartían: democracia pluralista, Estado de Derecho, autonomías territoriales sin quebranto de la unidad, derechos fundamentales con equilibrio entre los de libertad e igualdad. Fue así la Constitución un auténtico pacto de paz, que cerró las heridas de la Guerra Civil y de sus consecuencias en la etapa franquista. Ese consenso en su elaboración es, sin duda, una de las mejores cualidades de nuestra Constitución y por ello un dato a tener muy en cuenta para entender, correctamente, su significado. 

Pese a todo ello, la fiesta de la Constitución ha vuelto a certificar este año el abismo existente entre las dos principales fuerzas políticas de nuestro país. Lejos quedan los tiempos donde los diputados en el Congreso intercambiaban ideas y debatían a cara de perro en el hemiciclo y después, fuera de él, compartían charlas amigables y aparcaban diferencias, especialmente en fechas señaladas como el aniversario de la Carta Magna. Hoy, desafortunadamente, eso ya no es posible. Muy al contrario, se utilizan incluso días tan señalados para arremeter sin miramientos contra los oponentes, olvidando precisamente que una parte muy importante del significado último de nuestra Constitución es la convivencia en paz y libertad de todos nosotros, con independencia de nuestras ideas. Sólo una nota positiva que destacar este año, aunque no menor, la presencia tras catorce años de ausencia de un President de la Generalitat, el socialista Salvador Illa, en los actos institucionales de celebración del Dia de la Constitución en el Congreso de los Diputados, poniendo una vez más de manifiesto el acierto que ha supuesto para España la estrategia seguida por Pedro Sánchez para volver a normalizar la situación social y política en Cataluña.

Vivimos una degradación de la vida pública y del discurso político estremecedora. Asistimos a la sustitución del debate ideológico por la descarnada descalificación personal. Los argumentos han desaparecido ocupando su lugar el insulto y la mentira, poniendo en peligro la convivencia, traspasando las líneas rojas que una democracia no puede ni debe permitirse superar sin debilitar sus propios fundamentos, generando la descomposición de las instituciones y la desafección hacia la política y los representantes públicos. En llegar a esta situación tiene mucho que ver el estilo bronco, de constante enfrentamiento con el Gobierno de España y con todo aquel que piensa diferente, que practica el PP de Madrid de la mano de la presidenta regional, Isabel Díaz Ayuso, para la que el diálogo y el respeto institucional e incluso personal han pasado a mejor vida. La Comunidad de Madrid, para infortunio de todos los madrileños, se ha convertido en punta de lanza de ese imparable fenómeno que se extiende por toda la política española, la crispación de la vida pública y la degradación de las instituciones. El último ejemplo lo hemos visto esta semana al no dejar intervenir al delegado del Gobierno en Madrid en el acto institucional organizado por el Ejecutivo autonómico para conmemorar el aniversario de la Constitución, dejando como única protagonista del mismo a la presidenta autonómica, que, lejos de reivindicar los valores de tolerancia y convivencia que encarna nuestra Carta Magna, realizó un discurso partidario, con continuas críticas al Gobierno de España, desprendiéndose de cualquier atisbo de institucionalidad, que era justamente lo que la ocasión requería. De esta estrategia de tierra quemada se ha contagiado el PP nacional, con Feijóo como máximo exponente. El PP participa hoy activamente del clima político más enconado y polarizado de la democracia. Creen que cuanto peor le vaya a España, mejor para el PP (y luego se dicen patriotas). La teórica moderación de Feijóo, si en algún momento existió, ha sido sepultada por la alianza derechista entre Vox e Isabel Díaz Ayuso, que operan en el PP como elementos de crispación, llevándole a las posiciones más extremas del arco político europeo. Hace meses, en una entrevista a un medio de comunicación, el líder popular, Feijóo, reconoció que España asiste a “la peor política que se ha practicado en la democracia”. Lo que no reconoció es cuál es su responsabilidad en todo ello (mucha) y que iba a hacer para cambiarlo (nada).

Mucho me temo que seguiremos igual en las próximas semanas y meses, instalados en la crispación. Da igual el tema: la amnistía, Junts, Puigdemont, los presupuestos y tantas otras cosas, todas sirven excusa para alcanzar un objetivo: derribar al legítimo Gobierno de nuestro país. El verdadero problema que tenemos hoy en España es un partido, el PP, que no respeta las instituciones si no las controla, que no respeta las normas si no le benefician y que no respeta la democracia si no gobierna. La tensión política escala en España y empieza a trasladarse a las calles. Todo es susceptible de convertirse en una bronca. En este clima de “cabreo inducido” todo sirve. Ya no se admiten matices.  La polarización ha saltado del Parlamento y del debate político a la conversación entre amigos y familiares abriendo grietas en la sociedad y en las relaciones personales que están afectando a la convivencia. 

Bien haríamos todos, unos (los que más están contribuyendo a la crispación) más que otros, en recordar que la Constitución Española ha sido el hogar común donde generaciones de españoles hemos encontrado paz, libertad y convivencia. El mejor homenaje que se le puede hacer a nuestra norma fundamental es su defensa activa, apelando a una voluntad de diálogo auténtica frente a las polarizaciones indeseables que amenazan la salud democrática de nuestro país y poniendo en valor la capacidad de la Constitución para adaptarse a los desafíos actuales, asegurando que su vigencia sigue siendo el pilar que sostiene la convivencia en una España diversa, solidaria y democrática. El desgaste de los valores constitucionales derivado de dinámicas polarizadoras y discursos excluyentes que día tras día practica la derecha de nuestro país no es la mejor manera de contribuir al fortalecimiento de la convivencia y, por ende, de nuestra democracia y de nuestra Constitución. 

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