Finalmente, el pasado viernes, Nicolás Maduro consumó su propósito de autoproclamarse presidente de Venezuela, tras las controvertidas elecciones del pasado 28 de julio celebradas sin las garantías de un Estado de Derecho, en un contexto en el que el Gobierno de Nicolás Maduro controlaba todos los poderes del Estado y reprimía a la oposición y en el que el escrutinio se caracterizó por la opacidad y la falta de transparencia, tal y como lo demuestran las copias de las actas electorales publicadas por la oposición, cuyos resultados indican que el ganador de los comicios fue, por un amplísimo margen, el candidato Edmundo González Urrutia. A pesar de negarse a enseñar las actas originales para demostrar su pretendida victoria, el control absoluto del chavismo sobre todas las instituciones, incluido el sistema judicial que, finalmente, adjudicó la victoria al sucesor de Hugo Chávez, junto con el dominio de las fuerzas policiales y militares, ha hecho posible la investidura de Maduro para un tercer mandato.
La toma de posesión, repudiada por la práctica totalidad de los países democráticos, quedando este hecho reflejado en que tan sólo asistieron el cubano Miguel Díaz-Canel y el nicaragüense Daniel Ortega, ambos al frente de gobiernos autoritarios, subraya la falta de legitimidad del mandatario venezolano. Las principales democracias y organismos internacionales han ofrecido su apoyo a Edmundo González, si bien se ha generado un debate sobre el grado de reconocimiento formal del opositor. Así, mientras EEUU decidió atribuirle el cargo de presidente electo, la Unión Europea ha optado por el momento por no reconocer a ninguno de los dos contendientes. El antecedente de Juan Guaidó, reconocido en 2019 como presidente interino, y que derivó en un fiasco, ha pesado en los países miembros, que han optado por la prudencia, tratando de no repetir errores.
Aunque tras las elecciones de julio se multiplicaron las detenciones de opositores y activistas, esta semana las fuerzas de seguridad han dado una vuelta de tuerca más, poniendo en marcha una operación dirigida a intimidar a la población y recrudecer la persecución política con una oleada de arrestos, reprimiendo así las protestas. La breve detención de la líder de la oposición, María Corina Machado, la víspera de la investidura, tras una marcha de simpatizantes antichavistas, disparó la tensión. Con este episodio el régimen trata de dejar claro que, si quiere, puede intensificar aún más su sistemática estrategia de hostigamiento. La investidura de Maduro como presidente inaugura un nuevo periodo caracterizado por el aumento de la represión y el aislamiento del país.
De estos días cabe extraer varias conclusiones. Por un lado, la respuesta de los venezolanos a la convocatoria de la oposición, congregándose muchos miles y en muchos lugares del país y del mundo, desafiando al régimen, evidencia que las ansias de cambio son fuertes y están vivas. Por otro lado, es incuestionable que, hoy en día, a pesar de las enormes presiones internas e internacionales, un éxodo masivo y una gravísima crisis económica, el chavismo sigue manteniendo el control absoluto de las estructuras institucionales y de poder del país. Edmundo González no llegó al país como había prometido ni sus llamamientos al estamento militar dieron frutos. Si en un medio plazo no logra cristalizar la promesa de regresar, su figura podría perder relevancia y correría el riesgo de parecerse a otras experiencias opositoras fallidas.
Es fundamental aunar esfuerzos de organismos internaciones, y países para exigir y hacer cumplir al gobierno venezolano el respeto a los derechos humanos, parando de inmediato la represión que ha llevado al mayor éxodo de la historia reciente de América, con cerca de ocho millones de migrantes que huyeron en busca de libertad y oportunidades. Junto a ello, debemos también colaborar para ayudar al pueblo venezolano a construir una visión del país que vaya más allá de la polarización y sume a los antiguos chavistas a la misión de restituir la democracia en Venezuela. Esta tiene que ser la prioridad de todos aquellos que nos sentimos verdaderamente demócratas.
Sin embargo, es lamentable constatar como hay quienes parecen estar más interesados en polarizar en torno a Venezuela que en buscar soluciones viables que verdaderamente ayuden a los venezolanos. Las declaraciones de estos días de los dirigentes de la derecha patria, con Núñez Feijóo a la cabeza, mintiendo y buscando la confrontación entre quienes queremos y pensamos lo mismo, que en Venezuela vuelva a haber una democracia, ponen nuevamente de manifiesto el oportunismo del PP, así como su falta de criterio y de responsabilidad en la manera de tratar todo lo que tiene que ver con la delicada situación que vive el país latinoamericano, frente a la posición responsable y de Estado que en todo momento está adoptando el Gobierno de España. Poco les importa que fuéramos el primer país en pedir la entrega de las actas y el primer país en reaccionar a las informaciones que llegaban de Caracas estos días atrás. Ni que el equipo de María Corina Machado trasladara su «agradecimiento» al Gobierno español por la condena de la supuesta detención de la líder opositora. A los Ayuso, Feijóo y compañía todo eso les importa bien poco. En vez de unirse a la posición del Gobierno, que es la común de la UE, para buscar una solución venezolana, entre venezolanos, democrática, pacífica, para que avance una transición política y triunfe la voluntad democráticamente expresada de los venezolanos, prefieren instrumentalizarlo todo para intentar sacar rédito electoral. Como dije hace unos meses, no apoyan a Venezuela, se apoyan en Venezuela para tratar de conseguir sus propios objetivos políticos. Así de sencillo.