Junts aprieta pero no ahoga: Empuja un poquito más, pero no mucho más. Puigdemont agarra del cuello a Sánchez cuando están en escena, pero le suelta una vez baja el telón. A fin de cuentas, ¡con quien mejor que con el débil Sánchez iba a estar el nacionalismo catalán!
Esta es la relación teatral sobre la que pivota la democracia española hoy en día.
En un juego más propio de tahúres tramposos, la relación que tienen entre Sánchez, presidente del gobierno, el más débil de la democracia en escaños, el que perdió las elecciones y gobernó (no es retórica política recordarlo, es casi una obligación democrática hacerlo), y Carles Puigdemont, el Braveheart catalán, el prófugo de la Justicia, el desterrado en la corte de Waterloo, dicha relación entre ambos es de absoluta complementariedad.
Y ahí reside la fortaleza de su unión.
Utilizando el símil repetido de que los matrimonios más indisolubles son los que comparten intereses, normalmente económicos, el matrimonio Puigdemont Sánchez está muy bien avenido pues se necesitan mutuamente.
Puigdemont necesita de Sánchez porque necesita que se aplique ya de manera irreversible una amnistía aprobada, inconstitucional en las formas y en el fondo, de la que él, y sus allegados más directos, son los destinatarios y beneficiarios. No es objeto de este artículo insistir en la indecencia que supone legislar para beneficiar a unos pocos, que además son delincuentes, y que se les aplica una amnistía, tras indultos y medidas de gracia, como si fuera en beneficio de la nación entera. Todos sabemos que esto no es así, y que por mucho que se empeñen en disimular, bien es cierto que cada vez disimulan menos pues encima tienen esa chulería que da la impunidad, la opinión pública española sabe muy bien a qué ha obedecido la ley de amnistía.
Y Sánchez, de la misma manera, también necesita a Puigdemont porque sus 7 escaños en el Congreso de los Diputados son los que le hacen disfrutar del Palacio de la Moncloa y le dan la felicidad…y por lo que se va sabiendo, el bienestar y la riqueza económica a su familia, de momento presuntamente, así como a altos dirigentes de su partido.
De esta manera jamás resultaron tan perjudiciales ese puñado de escaños para la gobernabilidad de España: es lo que tiene armar un gobierno sumando todos los votos en contra de alguien Feijoo que ganó las elecciones, sin importar las abusivas condiciones en forma de chantaje, y las negativas consecuencias para el conjunto de los ciudadanos españoles.
Y mientras asistimos ya con mucha desgana a la enésima amenaza con armas de fogueo de Puigdemont hacia Sánchez, amenaza en forma de una moción de confianza que ese órgano viciado que es la Mesa del Congreso mete en un cajón de manera totalmente criticable, el PSOE acude corriendo a Suiza (sí, la legislatura se sigue negociando en la neutral Suiza) en la persona de ese electricista del poder que es Santos Cerdán, y eso esperando que este sujeto no pase la minuta a las arcas públicas como presuntamente solía hacer en tiempos cercanos, Aldama dixit.
Es todo muy lamentable, muy triste. Pero es que no solo es eso.
El apoyo de Puigdemont lo sigue necesitando Sánchez en su colonización a sangre y fuego de todas las instituciones que en España existen, dando ya el paso cualitativo de ir a por las empresas privadas, en este caso la primera multinacional que tenemos, Telefónica. Ambos son cómplices en la toma de una gran empresa como Telefónica. Como lo son en la colonización de otros órganos, con uno del que no me quiero olvidar: Radio Televisión Española, donde ha desembarcado en su consejo un enemigo de España, por su propia trayectoria y declaraciones, como es el presuntamente humorista de nombre “Mikimoto”.
En definitiva, ignoremos el teatrillo de estos dos tramposos de la política en este caso en forma de moción de confianza, del imitador de Braveheart (aunque huyera en un maletero) y del imitador de Nerón que contempla desde su opulento palacio como ha incendiado todo su Imperio, y volvamos a confiar en nuestro Estado de Derecho, tan doliente últimamente, pero con un poder Judicial independiente que aún resiste.