El cantar de Rajoy
En el PP, donde la gaviota pusilánime de Rajoy se acaba de transformar en el "ave fénix" que vuela hacia el sol, no sabemos bien si como un temerario Ícaro o si como el alma de un fallecido Faraón, llevan tres días de festejos por la reconquista de Galicia y la resistencia en el País Vasco, donde creen tener la llave de la gobernabilidad que expulsará al marciano Ibarretxe hacia esa galaxia ajena a nuestro sistema solar. Mariano, don Mariano Rajoy, está henchido de entusiasmo y de victoria, y cuando pase por Padrón, camino de Iria Flavia, seguro que rezará sobre la tumba de don Camilo José Cela, el del premio (Nobel, ¡por supuesto!) un padrenuestro y tres avemarías, no por la salvación de su alma, porque Cela ya está en el Parnaso, sino para agradecer a su paisano el lema que brilla en su escudo de armas: "El que resiste gana".
Y es que el de Pontevedra aguanta más que un buzo, y las ha pasado canutas en las últimas semanas con los líos inagotables de: Aguirre, que está mansa como una corderita blanca, aunque lleva la muerte política dibujada en su espalda; con los escándalos del 'caso Correa', testigo de la boda de Agag, que han estallado como traca valenciana en la tesorería nacional, en Boadilla y la Puerta del Sol de Madrid, y hasta en la Generalitat, por donde deambula Francisco Camps, vestido de Milano, que hay que ser hortera para lucir esos paños que le recomendaba el Bigotes, el otro chico de la corte imperial que desfiló en la boda de Agag, Aznar y Botella en el monasterio de El Escorial, mientras en el pudridero y su cripta los Reyes de España se revolvían en sus tumbas por la pomposa profanación de semejante boda presidencial.
Menos mal que Dios aprieta pero no ahoga, y que cuando Rajoy estaba a un paso del famoso balcón de la calle Génova para saltar al vacío al grito de "adiós, mundo cruel", aparecieron en la lontananza estos dos pillos furtivos y descarados que son Bermejo y Garzón, acompañado el ministro del jefe de la Policía Judicial, y el magistrado de la fiscala de la Audiencia Nacional. Lo que luego agravaría la situación de Garzón, porque ya se cuenta en la plaza de las Vistillas de Madrid que este justiciero presuntuoso tiraba al alimón, al jabalí y a la paloma togada, y fue tal la que se armó que por ese lance, y no por otra cosa, acabó refugiado en la Ruber de Madrid, no fuera a ser que al magistrado le leyeran la cartilla al regresar de caza por las sierras de Jaén. Y licencia de caza, desde luego, no llevaba Bermejo, pero puede que los dos, el ministro y el juez, sí llevaran escondido en el macuto el sumario de Correa, que a lo mejor la falsa Diana cazadora de la fiscala repasó hasta el amanecer en camisón.
El ángel de la guarda de Rajoy se apiadó de él, y cazó a estos dos pájaros en tan obscena y sospechosa, política y penalmente, conspiración judicial, de la que no supieron ni pudieron dar explicación, mientras Rubalcaba juraba en arameo contra los dos, y sus lamentos cruzaban Despeñaperros como una exhalación. Mientras, en el palacio de la Moncloa, Zapatero se hacía cruces y, en el Grupo Prisa, Cebrián se mesaba el bigote, imaginando que le iban a estropear su cacería particular. Pensaba empatar el partido de Filesa, pero el obús lanzado contra la sede central del PP se convirtió en bumerán. Y para colmo, y como prueba del desvarío que inundó la redacción de El País, a Gavela se le ocurrió escribir el primer -y esperemos que el último- artículo de su vida, haciendo el canelo. Y fue tal a confusión que Peridis, en la noche electoral del 1 de marzo, dibujó -siguiendo las consignas de la Moncloa- una viñeta diciendo que Ibarretxe arrasaba en el País Vasco y que Feijóo se estrellaba en Galicia. Vaya patinazo, Peridis, medalla, mamandurrias y todo tipo de regalos a la sombra del PSOE y ¡patatras!
Y ¿qué pasa ahora con los detractores de don Pedro Arriola? Pues resulta que el estratega Arriola, el del centrismo y apaciguamiento del PP, tenía más razón que un santo, por más que ladrase la jauría rabiosa de la condesa de Bombay en prensa (El Mundo), radio (la COPE) y televisión (Telemadrid). La mismísima Aguirre que tiene a su lado al gafe -porque es gafe- de Pedro Antonio Martín Marín llamando a todos los periódicos de Madrid para que no lo saquen, como el capitán araña que es de la "banda de los cuatro" de la Comunidad de Madrid, los que no saben si van a salir indemnes de la caza de brujas desatada o se los va a llevar la Guardia Civil. Pues sí, hija, Espe, Tontonio es gafe. ¿No lo sabías?
Por eso el muñequito barbudo que la condesa de Bombay tiene escondido en su dormitorio con la cara de Rajoy y pinchado con alfileres de las modistillas de Madrid no le funcionó a la Revoltosa de la Puerta del Sol. Y, otra vez, le falló el dispositivo del golpe de Estado en el PP que se anunció -como el colectivo Almendros del diario El Alcázar- en las noches de Telemadrid, y la elefanta blanca, que ni siquiera se atrevió a pisar la calle Génova de Madrid, se quedó con el culo en pompa, a verlas venir, mientras el amor de su vida, que no es otro que Gallardón, subido en la almena mayor del palacio de Cibeles y con la calavera de Yorik en sus manos empezaba, entre sollozos, a recitar el monólogo de Hamlet: "to be, or not to be...".
Sí, el príncipe Gallardón que nunca será Rey porque se niega a entrar en las justas, había acudido a una echadora de cartas que le leyó su futuro plagado de esplendor: "perderá Feijóo, se hundirá Basagoiti en la ría de Bilbao, caerá el mandril del guindo de la COPE, Pedro J. se retirará a un convento a escribir la segunda parte de las memorias del marqués de Sade, Camps se enredará en la madeja de su sastre, Arenas y Mato se fugarán a Brasil como el Dioni, y con Zapatero perdido en la ciénaga del paro, sólo quedarás tú, ¡oh Príncipe azul! del firmamento español.
Pero nadie contaba con Mariano. Ni siquiera el banquero Rato, que acudió de interventor a una mesa del País Vasco, en tan extraña reaparición. Y, colorín colorado, el Rajoy de Pontevedra salió de las tinieblas y sus tres Gracias del agua, Soraya, Pastor y Cospedal, bailaron desnudas al son de las ocarinas y ante los ojos absortos y húmedos de lágrimas de su adorado capitán.
Marcello