La curva perfecta
Si alguien pudo encontrar en el accidentado e iconoclasta siglo XX la fórmula que permitiera trazar la magia definitiva de los volúmenes escultóricos, éste no fue otro que Honorio García Condoy. Ya sé que me dirán cómo es posible que no mencione antes a Moore, a Brancusi, ni tan siquiera a Lobo, Chillida, Serra, Lichtenstein o a Oldenburg. Los más atrevidos defenderán incluso que a quien corresponde realmente citar no es a otro que a Botero. Tal vez sea así y no por ello vamos a discutir, pero a quien quiero recordar ahora es a alguien tan injustamente olvidado como es Condoy.
La curva perfecta descubierta por este escultor, de quien hoy apenas nos cuentan nada, se le apareció un buen día en Zaragoza, casi de repente, cuando realizaba el encargo de materializar la alegoría de la cervecería Baviera. De allí surgió la que luego sería rebautizada, no sin cierta pedantería, como la Venus de Baviera. Esto fue años más tarde, cuando la alegoría estaba ya algo aburguesada en la calma casi fúnebre de la sala del museo municipal, añorando tal vez sus mejores años en los que presidía una alegre barra de zinc, en las bulliciosas tardes de constante estrépito de jarras y platillos de aceitunas, envuelta en una espesa humareda del recio tabaco de los años treinta.
Le gustaba a Condoy hacer bocetos a tinta china, iluminados al guache en tonos difuminados. La mayor parte no pasaron del papel. Las formas que se entrelazan una y otra vez, casi siempre en pareja, presentan curvas cada vez más atrevidas. Los volúmenes se pierden en huecos audaces hasta no ser sino sugerencias en medio del vacío completo. Estos dibujos se dispersaron por media Europa, al albur primero de los viajes y luego del exilio de su autor. Hoy siguen apareciendo de vez en cuando en las casas de subastas.
La primera vez que llegó Condoy a París fue gracias a una beca de la Junta de ampliación de estudios. De allí, ya iniciada la guerra civil, pasó a Bruselas donde vivió una importante etapa de su evolución artística que le llevaría hacia la abstracción más extrema. Luego se instalaría en Praga, donde ya en 1948, organizó la famosa exposición del arte republicano español. En la década de los cincuenta regresó a España, falleciendo en Madrid hace ahora sesenta años.
Las formas que se entrelazan una y otra vez, casi siempre en pareja, presentan curvas cada vez más atrevidas
Uno se pregunta qué nos queda de Condoy, además de la Venus de Baviera, de algunos bocetos, y de un par de calles que en Aragón llevan su nombre. Hoy es imposible encontrar las dos modestas, aunque meritorias, publicaciones aparecidas sobre su vida y su obra, al igual que ocurre con los catálogos de la exposición conmemorativa de su centenario. Uno se pregunta también si no sería el momento de que alguien en Zaragoza, o en los despachos del Ministerio de Cultura en Madrid, lanzase la voz de alarma antes de que el legado y la memoria de Condoy desaparezcan por completo.