En la reunión de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE) que el pasado jueves tuvo lugar en Helsinki, el ministro ruso de Asuntos Exteriores propuso reformar la OSCE para que ésta «asuma la iniciativa del presidente Medvedev, a fin de lograr un tratado, jurídicamente vinculante, para la seguridad colectiva de todos los Estados euroatlánticos».
La postura inicial de los países europeos ante la propuesta rusa fue, como era de esperar, discordante. Alemania, Francia, Italia y España parecen encabezar el grupo de los que consideran positiva la iniciativa rusa, mientras que la mayoría de los países del Este europeo, junto con EEUU y el Reino Unido, se muestran opuestos a la idea.
Conviene prestar atención a los comentarios del representante de EEUU en dicha conferencia cuando, en relación con la propuesta rusa, declaró: «No hay necesidad de una nueva estructura y es fácil ver de qué trata todo esto. Lo que intentan es buscar una alternativa a la OTAN, que ha funcionado tan bien. La OTAN incomoda a Rusia».
Esta opinión del principal socio transatlántico no es nueva: a EEUU le interesa mantener a Rusia en un nivel de cierta incomodidad, para evitar que pueda convertirse en un serio rival. Esto pondría en peligro la Estrategia de Seguridad de EEUU, formulada en marzo del 2006, que se basa en la premisa de que este país sea siempre militarmente más fuerte que cualquier coalición que pudiera enfrentársele. Sin embargo, la cuestión que los europeos deberíamos plantearnos sin pérdida de tiempo es otra muy distinta: ¿interesa realmente a Europa mantener a Rusia en una situación de permanente incomodidad?
A esto también podría responder la OTAN, y lo ha hecho en la última reunión ministerial que tuvo lugar la misma semana. En ella, los miembros de la Alianza aceptaron la reapertura, con carácter limitado, del diálogo entre la OTAN y Rusia, suspendido como consecuencia del conflicto georgiano. El ministro alemán de Asuntos Exteriores había declarado, antes de la reunión, que era necesario «buscar formas de reanudar el diálogo porque, precisamente en los momentos críticos de las relaciones, es cuando se necesitan vías para mantener contactos».
Quizá para compensar esa mano que la OTAN parece tender hacia Moscú, en dicha reunión se acordó mantener abierta la oferta de adhesión a la Alianza para Ucrania y Georgia, aunque sin señalar plazos y estableciendo un plan de incorporación sin fechas previstas. Con análoga intención se insistió en declarar que Rusia «había utilizado una fuerza desproporcionada en el conflicto con Georgia», aunque para ello haya que olvidar que el modelo en el que Rusia se inspiró, para sus operaciones militares de agosto pasado, fue precisamente la también desproporcionada ofensiva de la OTAN contra Serbia en 1999, en apoyo de la secesión de Kosovo.
Los países de la Unión Europea habrán de decidir la respuesta a la pregunta antes formulada. Parece indudable que, en beneficio de ambas partes, a la UE no le interesa mantener ni acrecentar la incomodidad rusa, sino encontrar terrenos de entendimiento y de beneficio mutuo, olvidando los arraigados prejuicios de la Guerra Fría -a los que tan sensibles se muestran todavía los Estados europeos que fueron socios del Pacto de Varsovia- y abriendo nuevas posibilidades de diálogo, cooperación y entendimiento recíprocos.
La cuestión, sin embargo, no es bilateral. El entendimiento que debe facilitar las relaciones entre Rusia y la UE no puede perder de vista a EEUU. Es en el triángulo así conformado donde, concluida la pesadilla de la «era Bush», habrán de redefinirse las políticas más apropiadas para rebajar las tensiones que surgen con frecuencia, como si fueran réplicas del terremoto que fue la Guerra Fría.
El cambio que se va a producir en Washington, con la llegada del nuevo presidente, puede facilitar las cosas, aunque también complicarlas. Si Obama pretende, como ha anunciado, volver a tener en cuenta a la comunidad internacional antes de tomar las decisiones de importancia que afecten a ésta, podrían allanarse muchos de los obstáculos que todavía existen entre Bruselas y Moscú. Pero si, como también puede ocurrir, bajo la máscara del «cambio posible» siguen dominando en Washington las viejas pulsiones del imperialismo histórico, las tensiones volverán a exacerbarse.
Más que a la OTAN (con su tendencia a extenderse hacia las fronteras rusas) o a EEUU (con su inútil escudo antimisiles apoyado en Polonia y Chequia), correspondería a una Europa, situada en el fiel de la tradicional balanza donde se han solido enfrentar Rusia y EEUU, ejercer las presiones necesarias para que el cambio fuera realmente posible en el ámbito de las relaciones internacionales. Hasta la lucha contra el terrorismo internacional se vería muy beneficiada si así ocurriese.
* General de Artillería en la Reserva