Tras un nuevo atentado, el dolor, la rabia y las ceremonias. El dolor y la rabia son tan inevitables como necesarios; cómo se va a reaccionar de otra manera ante la barbarie terrorista, ante los heridos causados por este coche bomba, ante la angustia producida en los estudiantes de la Universidad de Navarra y sus familias, ante los destrozos materiales, ante la reiterada muestra de que ETA no tiene otra ideología ni otra entraña que la violencia totalitaria. Las ceremonias, sin embargo, podrían cambiarse un poco.
Tras cada atentado los representantes políticos, juntos o por separado, condenan el terrorismo, se solidarizan con las víctimas y dicen respaldar al Gobierno en la lucha contra la banda. Nadie puede estar en contra de ello, aunque hay que reconocer que los cambios son convenientes. De hecho, ya ha habido uno. Hasta hace poco se formulaban, desde el actual Gobierno y sus socios, invitaciones al abandono de la violencia como única salida. Ahora ya no hay afortunadamente invitaciones a lo imposible, sino la manifestación de una voluntad en la que la detención de los terroristas y la derrota de ETA toman el lugar preponderante que corresponde al lenguaje adecuado en estos casos. Pero aún pueden modificarse a mejor estas ceremonias.
Una soberana sandez es eso de que la paz no tiene precio. Lo que no será jamás la paz es la cesión al terrorismo en mucho o en poco. Eso no será más que el desgraciado resultado del chantaje, no la paz. Pero la paz, la verdadera, la que es el escenario de la libertad y de los derechos individuales, tiene un alto precio: el que suponen las víctimas y el que implica la lucha decidida del Estado de Derecho contra lo que ajustadamente llamó ayer el presidente del Gobierno una «lacra». Una lucha decidida, constante, enérgica y sacrificada. Ni el buenismo sirve ni las palabras bastan por sí solas. Si no se puede dejar un resquicio para que respire el terrorismo hay que exigir a todos los partidos políticos que quieran participar en el concierto de la democracia que se impliquen en ello. No se puede transigir con los alias políticos de la banda, como hacen algunos, mientras se participa compungidamente en las ceremonias que se suceden tras los atentados. No se puede, por aquello de dar pie a una cabriola política de intereses coyunturales, apoyar unos Presupuestos como los de la Comunidad Autónoma Vasca de modo automático e inopinado si en ellos se contemplan ayudas a las familias de los terroristas o gastos para campañas anticonstitucionales. No se puede, aunque parezca que la tranquilidad estratégica de algún partido va en ello, pactar el futuro político con quienes no tengan la actitud exigible ante el terrorismo y sus ramificaciones.
Son cosas que cuestan, no hay duda, desbaratan planes de supervivencia personal o alteran la falsa tranquilidad de la vida política, exigen energía, iniciativa e imaginación. Es el precio de la paz. Si se añadiera todo esto a las ceremonias, bienvenidas sean las ceremonias tras el dolor y la rabia.
Germán Yanke